Chiara se encontraba en su habitación, mirando con resignación por la ventana la preparación para la cita a la que debía asistir. Sus padres, los reyes, habían decidido que era hora de formalizar su compromiso con el príncipe Cristian. Parecía que aquel iba a ser su destino. Aunque antes de que el joven apuesto pidiese su mano, debían pasar algún tiempo juntos. Por protocolo más que por otra cosa.
El vestido que llevaba puesto le parecía opresivo, con su tejido lujoso y sus bordados complicados. Cada detalle de su atuendo reflejaba la carga que suponía aquello para la pelinegra. Suspiró y se volvió hacia Almudena, que la observaba con preocupación.
—No sé cómo soportaré esta tortura. —Se quejó Chiara, pasándose una mano por el cuello, acariciando su collar.
Denna, siempre calmada y serena, se acercó y le ajustó delicadamente el vestido.
—Lo sé, su alteza. Pero recuerde que su posición requiere ciertos sacrificios... Es importante mantener la compostura.
—Yo no he elegido estar aquí. —Murmuró hacia sí misma. Con un suspiro resignado, Chiara se puso de pie y caminó hacia la puerta de su habitación.
Era hora de enfrentarse al largo día y a todas las miradas expectantes de la alta nobleza. Sus padres la esperaban abajo, y la inevitable presencia del príncipe Cristian la llenaba de una sensación de incomodidad difícil de ignorar.
Primeramente los reyes junto con su hija y su futuro yerno dieron un paseo por los verdes campos cercanos de palacio. La princesa escuchaba con cierto aburrimiento todo lo que su pretendiente le contaba. Más atrás se encontraban los padres de la joven, que observaban, al igual que el resto de presentes en aquel lugar, a la pareja.
—Deben casarse. —Sentenció el rey. —Esta unión es perfecta para nuestro reino. —La mujer asintió.
—Sí, mi rey. Ampliaremos fronteras y riqueza entre ambas ciudades.
Los días pasaron y los encuentros forzados cada vez eran más frecuentes.
El cuarto día desde el inicio de las formalidades, se celebró una cena oficial en el majestuoso salón principal del palacio. Los reyes de ambos reinos estaban presentes, junto con sus respectivos hijos. Chiara se sentía aprisionada por la rigidez de la etiqueta y la abrumadora mirada de su padre, pero se esforzaba por mantener una imagen impecable ante los invitados y la alta nobleza.
La mesa estaba decorada con elegancia, con candelabros dorados que proyectaban una luz cálida sobre los rostros serios y formales de los comensales. Chiara estaba sentada entre su padre, el rey, y el príncipe Cristian.
—Princesa Chiara, ¿puedo ofrecerle más vino? —preguntó el mayordomo principal del palacio, inclinándose ligeramente hacia ella desde detrás de su silla.
Chiara asintió con una sonrisa agradecida. Sin duda, iba a necesitarlo.
—Por favor, gracias.
El mayordomo llenó su copa con habilidad y se retiró con una reverencia. Chiara tomó un sorbo, intentando concentrarse en la conversación que se desarrollaba a su alrededor. El rey y el príncipe Cristian estaban inmersos en una discusión sobre política y alianzas, mientras que la reina del reino vecino hablaba en voz baja con su hijo menor.
En medio de la conversación, Chiara notó cómo el príncipe Cristian ocasionalmente desviaba la mirada hacia ella, sus ojos fríos y calculadores. Ella se esforzó por mantener una expresión neutral, ocultando la incomodidad que sentía ante la idea de un futuro junto a él.
—Princesa Chiara, ¿cómo encuentra la comida esta noche? —preguntó la reina del otro reino, rompiendo momentáneamente la tensión.
Chiara asintió cortésmente.