CAPÍTULO I: SEIS DÍAS ANTES DE LO INEVITABLE

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Capítulo I: Seis días antes de lo Inevitable
<<Por siempre a tu lado>>


Dicen que la vida puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Antes pensaba que era solo un cliché, una frase vacía que se usaba para sonar profundo. Pero ahora, después de todo lo que he vivido, ya no estoy tan segura de eso.

Al principio, creía que tenía todo bajo control. Planeaba cada detalle de mi futuro. Pero nunca imaginé que unas pocas horas podrían arruinarlo todo. Si hubiera prestado más atención, tal vez podría haberlo visto venir, pero el destino es astuto. Nos sorprende y, a veces, parece jugar con nosotros. Nos pone en situaciones difíciles, haciéndonos elegir entre lo que queremos y lo que jamás podremos tener. Nos enseña a vivir con el miedo de lo desconocido, recordándonos que hay cosas que no podemos controlar.

Y el tiempo, también juega en nuestra contra. Avanza tan rápido que, cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde. Las personas se van, las cosas cambian, y la vida sigue su curso sin mirar atrás. Es un recordatorio constante de que debemos valorar cada momento.

Y luego está el amor... ese sentimiento que todos deseamos, pero que, cuando llega, nos deja paralizados. Nos transforma, nos hace sentir más vivos que nunca, pero también nos hace vulnerables. El amor es hermoso, pero también es frágil. Y, en algún rincón de nuestra alma, siempre está el miedo a perderlo.

Pero tal vez de eso se trata la vida, ¿no? De aceptar que no podemos controlarlo todo, de seguir adelante a pesar de nuestros temores e incertidumbres. Porque, al final, son esos giros inesperados los que hacen que cada momento, cada decisión y cada latido valgan la pena.

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—¿Entonces, cuál es el plan?

—¿Acampar?

—¿En serio?

—Sí, ¿hay otra opción?

—No lo creo. Así que tendrás que quedarte conmigo este verano, mi bella dama.

Rodeé los ojos, pero no pude evitar sonreír al escuchar ese apodo que solo él me decía, incluso después de tantos años.

—¿Qué te parece, solo nosotros dos en la cabaña de mis padres?

—¿Solos? —repetí, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba ante la idea, como si nunca antes lo hubiéramos hecho.

—Sí, un día lejos de todo —dijo, mirándome con esa intensidad que siempre me hacía olvidar lo demás.

—¿Y bien? —insistió, acercándose un poco más, recordándome lo difícil que era mantener la calma a su lado—. ¿Pedirás permiso?

—Sí, Mattheo, lo haré —le aseguré. Sabía que convencer a mi madre no sería fácil, pero en ese momento, lo único que me importaba era pasar tiempo con él, mi mejor amigo.

Aún con su voz resonando en mi cabeza, el camino de regreso a casa se me hizo eterno. Mi mente giraba a mil por hora, imaginando todos los escenarios posibles en los que todo podría salir mal. Pero dejar que el miedo me detuviera no era una opción. Al llegar, respiré profundo, intentando calmarme. Le conté el plan a mi madre. Al principio, dudó, como siempre, pero después de un rato, aceptó, pidiéndome a cambio que la ayudara con algunas tareas del hogar.

La vi esforzarse durante horas; el cansancio era evidente en su rostro. Sabía que hacía todo lo posible por mantener el hogar en orden, especialmente con mi padre fuera por trabajo. Al notar su agotamiento, decidí ayudarla de inmediato. Durante el fin de semana, trabajamos juntas en las tareas, lo que hizo que cada momento se volviera más divertido con Theo a mi lado. Cuando logré conseguir el permiso que tanto deseaba, sentí que todo ese esfuerzo había valido la pena.

Finalmente llegó el día de partir. Me desperté antes de que el sol saliera y me vestí, eligiendo algo cómodo para la aventura. Mientras preparaba el desayuno, el aroma del café llenaba la cocina, y el calor de la taza se sentía reconfortante en mis manos, a pesar de que mis dedos temblaban de nervios. No era miedo lo que experimentaba; era una mezcla de emociones que recorría mi cuerpo, como una corriente eléctrica que me susurraba que algo importante estaba a punto de suceder.

Con todo listo, crucé la calle hacia la casa de Mattheo. Después de esperar un momento tras la puerta, su madre, Elizabeth, me recibió con una sonrisa cálida, vestida con su elegante bata de seda, como si estuviera acostumbrada a mis visitas matutinas. A su lado, su padre, Charles, me saludó con amabilidad, haciéndome sentir aún más bienvenida en su hogar.

—¿Te gustaría quedarte un rato más antes de irte? —preguntó ella con su tono dulce.

—No creo, madre —respondió Mattheo, entrando en la habitación—. Ya es hora de irnos.

Se acercó a mí y me rodeó con los brazos por detrás. Sentí su aliento cálido en mi cuello y, por un instante, el mundo exterior se desvaneció. Era un gesto tan habitual para él, pero para mí significaba mucho más.

—¿Estás lista para esto? —preguntó, mirándome con esos ojos marrones que parecían conocerme mejor que yo misma.

Asentí, incapaz de articular más palabras. Me tomó de la mano y, juntos, nos dirigimos hacia el auto. La cabaña no estaba lejos; apenas unos minutos en coche desde Brockswood, escondida en un rincón apartado, alejado de todo.

Al llegar, el silencio del bosque y el lago cristalino me dieron una paz que no sabía que necesitaba. Desempacamos rápido y, en un momento, ya caminábamos hacia el muelle. Sumergimos los pies en el agua helada y sentí un escalofrío que me hizo reír. Mattheo sacó su guitarra y empezó a tocar una melodía suave que se mezclaba con el murmullo del agua y el canto de los pájaros.

Me recosté en la arena, disfrutando del calor del sol en mi piel. Cerré los ojos y me dejé llevar por la música, mientras el viento acariciaba mi rostro y movía las ramas de los pinos, creando un suave susurro entre las montañas.

El resto del día fue como un sueño. Exploramos cada rincón del bosque, nadamos en el lago y competimos en carreras, riendo tanto que nos dolía el estómago. Mattheo trataba de saltar de piedra en piedra sin caer al agua, y yo lo seguía, tropezando de vez en cuando. Cada caída solo hacía que ambos nos riéramos más.

Pero esa noche, mientras nos sentábamos junto al fuego bajo el cielo estrellado, algo cambió. Sus ojos brillaban con la luz de las llamas, reflejando una intensidad diferente en su mirada. Su cabello rizado y oscuro enmarcaba su rostro, y había algo en su expresión que me hizo darme cuenta de cuánto significaba para él este lugar, y para mí también.

—¿Alguna vez te has preguntado cómo sería la vida sin estos momentos? —preguntó, rompiendo el silencio.

Sentí un nudo en la garganta. Intenté mantener la calma, pero la angustia se coló en mi voz cuando respondí:

—No quiero ni pensarlo. Estos instantes son los que hacen que la vida valga la pena.

Él no dijo nada más, pero no era necesario. El silencio entre nosotros siempre había sido cómodo, lleno de entendimiento. Eso me aterraba, porque, por primera vez, no estaba segura de que las cosas fueran a seguir igual para siempre. ¿Podría perder esto?

Desvié la mirada hacia el cielo, buscando entre las estrellas una respuesta que no podía encontrar. El futuro siempre parecía tan incierto, tan vasto en comparación con este momento perfecto junto a Mattheo. ¿Cómo encajaría lo que venía después con lo que estábamos viviendo ahora?

—No sé qué nos deparará el futuro, Chloe, pero sé que, pase lo que pase, siempre estaré contigo —afirmó, dándome el consuelo que necesitaba.

Y, en ese instante, supe que, pase lo que pase, estaba lista para enfrentar lo que viniera, mientras estuviéramos juntos.

𝘖𝘴𝘤𝘶𝘳𝘰 𝘚𝘦𝘮𝘱𝘪𝘵𝘦𝘳𝘯𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora