CAPÍTULO IV: PROMESAS BAJO LAS ESTRELLAS

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Capítulo IV: Promesas bajo las estrellas.
Narrado por Chloe.

Tic, tac, tic, tac...

Anoche, todo cambió. La forma en que su piel se sentía junto a la mía, el ritmo acelerado de su respiración, sus manos recorriendo cada rincón… Nos perdimos el uno en el otro, como si no existiera nada más. Me abrazó con una intensidad que nunca había sentido, como si quisiéramos quedarnos en ese momento para siempre. Por un instante, todo encajaba. Y aunque sentí que era real, una parte de mí no dejaba de preguntarse si algo tan perfecto podía durar.

Pasé la mañana en la cama, mirando el techo y tratando de aclarar mi mente. Cada recuerdo me llevaba de regreso a esos momentos tan intensos que parecían grabados en mi piel. La invitación a cenar resonaba en mi mente, como un eco del que no podía escapar. Había algo en su mirada, una promesa de que algo estaba a punto de cambiar. Pero al revisar mi teléfono y encontrar la pantalla vacía, una duda comenzó a instalarse en mi pecho. ¿Realmente fue tan especial para él como lo fue para mí?

La tarde se desvaneció y el cielo se llenó de estrellas que iluminaban mi camino hacia el restaurante. Con cada paso, mi corazón latía con más fuerza. Cuando finalmente llegué, lo vi allí, parado en la entrada con un traje negro, ajustándose la corbata. En cuanto levantó la vista y nuestras miradas se encontraron, su rostro se iluminó con una sonrisa que me robó el aliento. Sus ojos brillaban como si compartieran un secreto, y en ese instante, todas mis dudas se desvanecieron. Su calidez me envolvió, y su sonrisa me hizo sentir que el mundo a nuestro alrededor había desaparecido.

Se acercó lentamente, tomó mi mano con delicadeza y, con un gesto suave, besó mi piel.

—Nunca dejaré de enamorarme de ti —dijo—. Te ves hermosa.

—Gracias —respondí sonriendo—, tú también.

Me rodeó la cintura y me guió hacia nuestra mesa, iluminada por velas y rodeada de rosas rojas. La atmósfera era mágica, pero sentía una tensión en el aire. Durante la cena, nuestras charlas fluían de manera natural, pero ambos evitábamos los temas más profundos. Había un acuerdo no hablado entre nosotros; sabíamos que algo estaba cambiando, pero teníamos miedo de mencionarlo. Quizás al hacerlo, la magia se desvanecería.

Al terminar, se levantó con una sonrisa traviesa y se inclinó hacia mí, susurrando al oído:

—Ven conmigo.

Nos alejamos del bullicio y caminamos por un sendero iluminado por pequeñas luces que colgaban de los árboles. La noche era tranquila, y una suave brisa movía las hojas, creando un ambiente relajado. Mientras avanzábamos, recordé un día de nuestra infancia, cuando Theo, con la certeza de un niño, me había dicho:

—Chloe, cuando seamos grandes, nos casaremos y seremos felices para siempre.

Recuerdo cómo su risa llenaba el aire, y esa promesa, simple y hermosa, me sacó una sonrisa. En ese momento, me pregunté si aún había un lugar para esa promesa en nuestro futuro.

Finalmente, llegamos al final del camino y encontramos un gazebo adornado con luces titilantes. El lugar parecía salido de un cuento, y mi corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de volar. Miré a mi alrededor, disfrutando de la belleza del espacio y de la cercanía de Theo, que me hacía sentir como si estuviéramos solos en el mundo.

𝘖𝘴𝘤𝘶𝘳𝘰 𝘚𝘦𝘮𝘱𝘪𝘵𝘦𝘳𝘯𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora