Cabeza sin nombre.

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Lo anotarás, ¿cierto? Voy a repetir.

Era un 30 de agosto del año pasado, a las 5:12 am, o alguno de esos minutos se llamen como se llamen.

Estaba andando en pleno sol a esa hora, sí, aunque suene raro pero creo que eso hacía. Caminaba con un montón de desconocidos recurrentes diciendo incoherencias sobre las cosas que se apilaban en los hoyos de mi mente. La verdad hacía calor, bastante, no recuerdo ni porqué llevaba un abrigo.

Me detuve a observar el lugar donde se me había invitado a cenar. Era el restaurante de un gran boulevard donde recurrían criaturas de seis pies de altura. Olía a humanos, no era fanático de aquellos manjares que decían admirar. Era extraño que como seres de luz amaran la carne; yo era la excepción, prefería abstenerme de ello. Una lengua de vaca o un intestino de perro me parecían más placenteros.

Pero no comer lo asignado equivalía a ser un ser tibio: No era permitido ante los ojos de Dios.

Ingresamos alrededor de siete comensales, pasando por la energía azul que formaba un aro en la entrada. Pero no me preguntes por más detalles, la cosa es difusa ahora como si me hubiera tragado un hongo alucinógeno.

Tras una larga espera, tomamos asiento en una mesa circular de... ¿Cuál era el nombre de aquella madera de árbol viejo? ¿Caoba? ¿Parota? El punto es que a cada quien le sirvieron una cabeza, y aunque prometieron que sería solo la mitad, nos la sirvieron completa. Supe que estaban locos, no me tragaría por completo el cerebro de un desconocido.

Lo extraño es que el rostro me era bastante familiar. Comencé por extraer sus ojos para verlos de cerca, incluso los pasé por una vela para ver si podía aclarar mis recuerdos al ver su esclera derretirse cual leche. Me dijeron que mejor lo probara; ¿acaso la prueba era para mí?

«Bien, eso haré».
Y con aquellas palabras, lancé la primera mordida. Pasé su nariz por los treinta y dos colmillos irregulares en mi garganta, que se contrarían en movimientos de ondas espirales.

El rostro me delató, no era un bocado grato, me desagradaba y era obvio sobre todo al distinguir el amargo sabor acompañado de temperatura ambiente. Lo supe, quizás en ese momento: supe que era mi cabeza.

«¿De dónde la sacaron? ¿Por qué no recordaba el rostro?», pregunté.
Los siete desconocidos familiares giraron sus cuellos en mi dirección. La carencia de ojos en ellos me hizo sentir más juzgado a si los tuvieran. Oh, olvidé decírtelo, se habían arrancado sus ojos al entrar al cielo; la verdad desconozco la razón, quiero suponer que era el brillo allá arriba, puede ser caótico. También eran extremistas; la familia siempre lo es.

No me dijeron nada. Sus bocas cocidas no iban, mmm, jaja, espera, no sé porqué dije eso. ¿Tenían las bocas cocidas de verdad? Creo que no, pero así lo recuerdo, en mi ignorancia diremos que sí. Si no las tenían cocidas, ¿qué otra razón tendrían para callar? En fin, daban miedo. Oh, sí, me asustaron, como cuando presionabas la vagina de un muerto y te escupía en el rostro. Sonó personal, olvídalo.

Supe que tenía que correr, por ende, tomé mi cabeza por sus ojos huecos y salté por la ventana. Ah, creo que voy demasiado rápido, ¿te lo repito? Supe que tenía que correr, tomé la cabeza y salté. ¿Más detalles? Am... Me dije que era hora de correr. Tomé mi cabeza con parsimonia y... ¿Qué carajos es parsimonia?

Esto ya no tiene sentido. A ver, el chiste es que tomé la puta cabeza y salté, ¿ok? La tomé y salté. Y salté. Oye, te dije que salté, ¿no lo vas a escribir? Ah... esto va para largo.

Comencé a correr. Sabía que me perseguían, ¿y cómo lo sabía? Mi nombre. Escuchaba mi nombre abandonar el sonido de las trompetas. Aún tenía rostro así que sería fácil encontrarme. Decidí saltar al río que unía el boulevard y nadar entre las estrellas hasta llegar al otro extremo de un restaurante de cabras.

Era un escape excelente, pero me había mojado, la verdad es que odio el agua. No, odiaba la arena, la arena en mis pantalones y el sol intenso. Bueno, al final sí logré llegar al otro extremo. Ignora lo demás. ¿Me sirves agua? Tengo sed y así no puedo continuar mi historia. Gracias.

Por fin llegué al restaurante donde preparaban cabras. La señora de ocho ojos me permitió ir detrás para buscar algún cambio. Porque ya te dije que odio estar mojado, ¿cierto? Ah, no, dije que odiaba el agua. OH, ya casi me marcho, me voy a apresurar a contarte así que préstame atención. Ugh, NO ESTÁS NI SIQUIERA ESCUCHÁNDOME. Aaaaaah, solo terminaré y ya. Te arrepentirás de no escuchar esto, eh.

Te arrepentirás.

Estaba cambiándome cuando, BAM, entraron unas viejas de boca descosida y aparatos similares a celulares. Me hice el que no sabía nada, solo terminaría de cambiarme y adiós adiós y Dios. Oh, ¿viste eso? Adiós adiós y Dios riman. Si lo repites mucho suena raro. Es raro. ¿Dónde me quedé? Ah, en que entraron.

Yo ya me iba. Pero nooooo, me detuvo una de ellas, y me preguntó señalando una imagen de un rostro desconocidamente mío si esa cosa era yo. Puff, claro que no, yo no lucía tan sin forma. Algo sin forma no era yo, no estaría ahí de lo contrario. Debía ser consiente de la forma de mi existencia, pero no lo estaba, así que no era yo.

Aquella criatura me preguntó con nostalgia en su tono si esa cosa era yo, otra vez, una y otra vez; casi como si intentara empezar el universo de cero. Me estaba aburriendo de negárselo. En algún punto su rostro también se hizo conocido. No quería que así fuera, no quería reconocerla.

No quería ver a mi madre en ella.

—¿Eres tú, quien no se ha comido a sí mismo? Pero si devoraste a tus conejos.

«Los conejos me devoraron a mí.»

«Eso no tiene sentido», me dijo.

«No tiene sentido tampoco que quieran que me coma a mí.»

—El enemigo de Dios es satanás, ¿cierto? ¿Cierto? —Continuó ella.

Quería que afirmara aquello, de lo contrario no me dejaría en paz. Supe que debía darle ya una respuesta. Uff, la verdad yo ya había perdido mi paciencia. Quería romperle la nariz, oh, es cierto, tenía una nariz. La cosa es que siguió insistiendo hasta que se lo afirmé. Afirmé que no me había comido ni siquiera la entraña y que el enemigo de Dios era aquel hombre.

—Y también tú. —Me respondió.

Me caí de la cama. En serio, me caí a las 5:12. Estaba solo. Y lloré.

Solo me comí a mismo.

31 de agosto, 2020.

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Holaaa, soy Mei.

Fua, estoy compartiendo una cuarta parte de lo que son mis notas personales, conceptos, textos experimentales, ideas planteadas para ciertos personajes. Gracias por apoyarme siempre en lo que es la escritura; la única forma de agradecer que tengo es escribir y recordarles el cariño que les tengo.

He tratado de no dejar notas en los capítulos, cosa que planeo seguir haciendo, no aportar mi interpretación personal ya que prefiero que carezcan de nombre.

Si quieren comentar algo al respecto, saben que tienen la total libertad.

¡Espero tengan un lindo día!

~MMIvens.

Deshechos y notas del subsuelo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora