BOMBARDEOS Y EVACUACIÓN

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(Punto de vista de Annabelle)

-Anna, rápido, levántate- le dijo su madre con prisa.

Me desperté y escuché las sirenas: nos estaban bombardeando.

Esta guerra es inaguantable. Caen bombas todas las noches, el miedo es constante, después de todo, nunca sabes si ese será tu último momento, o el de algún ser querido.

Oigo las atronadoras explosiones, y escucho de nuevo mi nombre, así que mi madre y yo corremos al refugio a donde también llegaban nuestros vecinos, los Pevensie. Susan me abraza cuando oímos gritar:

-¡Edmund!

-Yo voy a por él- dice Peter, para salir corriendo tras su hermano.

-¡No, Peter! -gritamos Susan y yo, aterradas.

El muy imbécil no nos hace ni caso, es una completa estupidez salir del refugio ahora, con las bombas cayendo a nuestro alrededor.

Me voy a levantar para seguirle, pero Susan me agarra. Tiene razón, no he de dejarme llevar por estos impulsos, es peligroso.

Tras lo que no debieron ser más de dos minutos, pero que para mí fueron varias angustiosas horas, volvieron. Peter tiró a Edmund al suelo y se puso a gritarle. Me pongo pálida, y veo a Lucy esconder la cabeza en el regazo de su madre, y a Susan aferrarme la mano con más fuerza.

Veo que la señora Pevensie habla en susurros con Lucy, a sabiendas de que es su hija menor quien más le necesita, así que decido intervenir.

-Peter -le llamo poniéndome en pie.- No creo que sea necesario.

-¡Podría haberse matado, podría...!

Me acerco a Ed, que lleva algo en la mano.

Le ofrezco la mano, para que me dé eso que guarda. Aunque reticente, me entrega una fotografía enmarcada. Una fotografía de su padre.

Peter sigue farfullando cosas que podrían haber pasado por culpa de Ed, pero levanto la mano, pidiendo silencio. Él calla, aunque pese a no ver su cara, deduzco que no lo hace contento.

Acaricio el cristal roto, pero entonces, una explosión me desestabiliza, y al tambalearme, tropiezo y caigo hacia atrás.

Por suerte, alguien me agarra por la cadera, evitando mi caída.

-Cuidado -sonríe Peter.

-Gracias -digo mientras me incorporo.

Le devuelvo a Edmund la fotografía, y le susurro al oído:

-Volverá, él y mi padre volverán, y estaremos juntos de nuevo.

Tras esto, me vuelvo junto a Susan, y para tratar de olvidar las explosiones conversamos sobre el último libro que leímos, un tratado sobre la arquitectura durante la época de la Reina Victoria.

Al día siguiente...

La estación de tren estaba abarrotada, era como si toda la gente que quedaba en Londres hubiese decidido ir allí a la vez, aunque pensándolo bien, quizás fuera así. Muchos niños íbamos a ser evacuados, y todas las madres querían despedirse. Había pocos hombres en el lugar, después de todo, casi todos estaban combatiendo. Creo que solo vi unos treinta, de los cuales solo dos no llevaban el uniforme del ejército.

Mi madre y yo estamos en la estación de tren, con los Pevensie, hemos tenido mucha suerte pues nos van a llevar a todos al mismo lugar, a la casa de un tal profesor Kirke, o al menos, creo que es ese su nombre, nos despedimos de nuestras madres y oí que la mía le susurraba a Peter:

-Cuida de ella.

Frunzo el ceño, pero entiendo por qué lo hace.

Subimos al tren, con todo el mundo empujándonos. Susan y yo íbamos de la mano, siguiendo a Peter y a Lucy, y siendo seguidas por Ed.

Encontramos un compartimento vacío, y subimos las maletas en las que portamos nuestras escasas pertenencias.

El viaje se hizo algo largo, y aunque fui leyendo un libro o hablando con los Pevensie, estaba deseando llegar.

Cuando el tren llegó a nuestra parada, nos bajamos. Al ver que no llegaba nadie a recogernos, Edmund dijo:

- ¿Nos habrán etiquetado mal?

- Por supuesto que no, Ed.- respondimos Su y yo a la vez.

Entonces, oímos decir a alguien:

-¡So, chica!

Bajamos de la plataforma de madera y vimos llegar a un caballo blanco tirando de una carreta a la que iba subida una señora con una cara malhumorada.

-¿Señora Macready?- pregunta Peter sin estar muy convencido.

Ella asiente y a su vez nos pregunta:

-¿Eso es todo? -refiriéndose a nuestro equipaje, el cual ya he dicho que es más bien escaso.

Al ver que asentimos pone una cara que demuestra su resignación y murmura "pequeños favores", y nos manda subir al carromato.

Cuando vimos la casa, Su y yo nos pusimos a hablar de su increíble arquitectura.

-¡Es de estilo victoriano!- me dice Susan emocionada.

-Ya lo sé. -le contesto- ¡Me encanta!

Y seguimos así hasta que llegamos a la casa.

Annabelle I || Peter PevensieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora