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El forastero y la princesa encantadora
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Ruri no recuerda exactamente cuando empezó a seguir la misma rutina todos los días.
Una duda pasajera que se esfumó en cuestión de segundos al ver la hora. Sus ojos se abrieron pesadamente sin ver más que oscuridad.
¿Y qué más podría ver? Si ni siquiera el sol había decidido presentarse.
Ruri suspiró dejando ir todo el aire que almacenaban sus pulmones. Hizo el intento de aliviar la mueca de pesadez que había tomado su rostro al recordar que en unas cuantas horas ingresaba a un nuevo año escolar.
Se golpeó ambas mejillas con poca fuerza al tomar asiento en su cama.
— No puedo empezar tan mal el primer día...
Salió de su cama y encendió todas las luces en su habitación, pues faltaría, probablemente, un largo tiempo antes de que el sol se levantara.
La necesidad de levantarse antes que el mismísimo sol es debido a que la rutina de Ruri antes de pisar el colegio era un poco extensa, tal vez una persona normal pensaría que hasta llega a rozar lo exagerado e innecesario. Pero por mucho que Ruri llegara a pensar lo mismo de su precisa rutina, su madre, tan rigurosa al punto de ser exasperante, le había inculcado costumbres y hábitos que se volvieron imposibles de eliminar de su sistema, tanto tiempo hizo que su propio cuerpo se levantara a la misma hora especulada automáticamente.
Su madre adora la perfección. Por eso la entrenó para practicar diariamente una rutina que cuidaría hasta el más mínimo detalle de su apariencia.
No había caso en saltarse alguna de las reglas. Su madre notaría inmediatamente en más mínimo cambio.
Aunque eso suena un poco tonto de mencionar. Su madre no se encontraba en casa desde hace un tiempo como para notar la falta de disciplina de su hija.
Pero como fue bien dicho antes, eran prácticas imposibles de borrar de su sistema. Si se llegaba a saltar alguno de los pasos, notaría inmediatamente que algo no andaba bien.
