La Cenicienta (Parte 2)

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La noticia de que el palacio abriría sus puertas a todo aquel que quisiera asistir a la elegante fiesta se esparció como agua llegando hasta los lugares más recónditos del reino.

Hasta a los oídos de dos jóvenes y entusiasmadas hermanas.

— ¡Oh, Spreen! Tienes que escuchar esto.

Exclamó la menor cuando vió al chico entrar a la habitación con prendas perfectamente dobladas en sus manos.

— Te escucho.

— Muy bien, no tienes ni idea, habrá-

— Ay, cállate. Lo vas a contar mal.

Interrumpió la mayor, lanzándole un almohadón a su hermana.

Mayichi frunció el ceño e hizo un mohín con sus labios.

— Ni siquiera me dejaste comenzar.

Aroyitt la siseó y retomó las palabras de la menor.

— Spreen, habrá un gran baile en el palacio real. Y a qué no adivinas… ¡Todos estamos invitados!

— Ugh, lo dijiste mal.

Se quejó Mayichi, devolviéndole el almohadazo y empezando una disputa entre ambas mientras el muchacho dejaba las prendas sobre una de las dos camas.

Un baile real…

Eso sonaba interesante.

— ¿Es cierto? Pensaba que los bailes eran solo para familias sofisticadas.

— ¡Sí! Es en serio. Aro y yo escuchamos la invitación de camino al pueblo. —Entonces la menor carraspeó haciendo su voz más grave.— “Atención, atención. Esta noche nuestro gran Rey abrirá sus puertas para todo aquel que viva dentro del reino y a sus alrededores para una fiesta en el palacio…”

La mayor empujó a su hermana entre risas por su intento de imitación del vocero real.

— Eso es genial. Entonces supongo que irán.

Habló nuevamente el joven, no dándole mucha importancia a la invitación.

Aroyitt estuvo a punto de contestar, pero su hermana lo evitó enfocándose en el muchacho.

— ¡También tienes que ir!

— No, yo no-

— Oh, vamos Spreen. ¿Hace cuánto tiempo no sales a divertirte? —insistió la rubia, poniéndose de pie y acercándose al susodicho para tomarlo por los hombros.— Siempre estás aquí encerrado, trabajando. Puedes tener una noche libre también. Además, Todos están invitados.

Su hermana mayor, algo dudosa, asintió dándole la razón.

Pero Spreen apretó sus labios en una mueca apenada.

Había algo positivo para decir sobre esto. Sus hermanastras no seguían las órdenes de su madre al pie de la letra, o al menos Mayichi no lo hacía a pesar de haber sido regañada el día anterior.

Al parecer, las chicas solo se comportaban distantes con él cuando estaba su madre presente para no causar problemas. Pero cuando no estaba, ambas eran muy amables y gentiles. Y torpes, obviamente.

Eran sólo unas niñas. No tenían la culpa de que su madre soltara veneno por doquier.

— Lo siento, Mayichi. —Se disculpó el pelinegro causando decepción en la menor.— Pero aunque quisiera hacerlo su madre nunca me lo permitiría.

La joven bajó sus manos con rendición. El chico tenía razón. Su madre no iba a permitir que Spreen abandonara sus labores por una noche para poder asistir a una fiesta. Ya imaginaba su rostro compungido de solo saberlo.

Érase Una Vez | SpiderBearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora