La sociedad Moshten

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Un hombre se alzaba poderoso ante ella. Aunque parecía herido él se mostraba imponente, de pies aunque de sus piernas cayeran grandes ríos de sangre y se formara un mar rojo en sus pies.

El hombre decía algo que ella no podía entender.

Su vista estaba borrosa y no sentía su cuerpo.
Todo parecía un sueño, y a la vez parecía muy real.

Aún así, se le hizo familiar de alguna manera.

¿Ya había vivido eso? ¿O era un presagio? Quizás era un sueño, o en este caso una pesadilla. No podía estar segura de nada en ese momento.

Aunque no sentía su cuerpo sentía que ardía, como si estuviera en llamas. Lo que era ridículo porque aunque su vista estaba borrosa podía ver con claridad que no había luz cerca suyo, solo una lejana detrás de ese hombre que no podía ver bien.
Tenía una sensación desagradable de que todo lo que estaba pasando era malo, muy malo, y que necesitaba arreglarlo.
Un gran sentido de querer terminar con todo lo que estuviera pasando recorrió su cuerpo, demasiado feroz como para ser un simple sueño.

O quizás no.

Despertó con un grito ahogado, la respiración agitada y el sudor corriendo por su rostro.

Miró la hora en su reloj de pulsera.
5:37 am.

Pateó las sábanas que la cubrían y fue rápidamente hacia el espejo que había en su cuarto viendo así su rostro.
Su piel pálida tenía más sudor de lo que ella notaba y ojos desorbitados.
Aunque el sueño había acabado aún tenía la sensación de querer terminar con ello, esa sensación que la impulsaba a querer hacer algo aunque no sabía con qué quería terminar. Supuso que era ansiedad, como de costumbre.

<<De nuevo el mismo sueño>>, pensó.

Ahora recordaba, ese sueño le ha tenido desde que tenía memoria.

. . .

—¡Ivy!

¿Mhm?

—¡Ivy!

¿Que demonios?

—¡IVY! ¡SAL DE UNA MALDITA VEZ!- la puerta del cuarto fue abierta sin cuidado—¡¿Que demonios haces todavía en la cama?!

—¿Que?...

Miró a su alrededor y efectivamente, estaba de nuevo en su cama, aunque no estaba en la posición correcta en la que una persona normal duerme.

—Me quedé dormida...- restregó su mano por toda su cara para desperezarse aunque sea un poco.

—¡Ya lo veo! ¡Me tienes que llevar a clase!- la niña pataleó.

—¿Y mamá?

—Ya se fue a trabajar, nos dejó el almuerzo en la cocina. ¡Date prisa o yo también llegaré tarde!

—Sí, sí...

Un portazo. Bueno, por lo menos cerró la puerta al salir.

Rápidamente se vistió con su camisa a tirantes negra y sus cargos marrones. Se hubiera arreglado más, pero su hermana no dejaba de meterla prisa para ir a clases; era su primer día y no quería que la tacharan de tardona por el resto del curso.

—Tienes tostadas en la tostadora- comentó Asa cuando vio a su hermana entrar a la cocina.

—¿A que hora es tu primera clase?- preguntó mientras le daba un mordisco a su tostada recién salida de la tostadora y quemándose en el proceso.

—9:30, y son las ¡9:15! ¡Date más prisa!

—¡Voy, voy!

Nunca antes habían hecho tal destrozo al salir de casa como ese día, empezando con estropear la puerta del garaje intentando sacar la bicicleta que las llevaría a la escuela de la menor de las hermanas, seguido de pisar algunas de las plantas de su madre y por último caerse de la bici nada más subir y ensuciar las ropas de ambas. Salvo a todo eso, lograron llegar justo a tiempo para que Asa entrara a su primer día de clases.

El sentido del aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora