—¡Prefiero comerme mi puño! —se quejó Gina en clase de literatura.
—¿En serio? Quiero ver cuando lo hagas —le contestó Connor.
—No le hables así —intervino Leonel.
—¿O qué? —lo desafió Connor y lo encaró.
—Jóvenes... —medió el cadete Zachary con cierto tono de frustración.
—No me provoques, Hero. ¿Piensas que porque tengo esta porquería de apoyo no puedo patearte el trasero? —arrojó el bastón a un lado y pegó su cuerpo al de Connor.
—Ya fue suficiente —zanjó el cadete Zachary con tono firme—. Gina, no me interesa que quieras comerte tu puño en vez de hacer equipo con Connor Hero; esto es lo que pasará —alzó el pedazo de papel que usó para anotar nombres—: Connor Hero y Gina Ramírez serán equipo y su tema serán los poemas homéricos; Leonel Schneider y John Sullivan hablarán de los poetas Virgilio y Ovidio; Nelly Baker y Kayla Matress hablarán de La divina comedia, Amber Murder y Danna Thomson nos ilustrarán con Cervantes y los inicios de la novela moderna...
Un pitido fue todo lo que escuché luego de que el cadete mencionara mi nombre y el de Danna juntos. Desvié la mirada a mis mejores amigos, quienes me miraron con preocupación, luego observé a la chica pelirroja que se había asignado el puesto de mi verdugo por años, sonreía con malicia.
—Y no habrá cambios de equipo, si alguien está inconforme, me puede reclamar con gusto en recuperaciones —finalizó sin oportunidad de dejarnos protestar.
Para mi fortuna, en esa clase no fue necesario ponernos de acuerdo para el proyecto, tenía que esperar al siguiente día para empezar con la tortura que Danna gozaba hacerme.
Era un miércoles caluroso de marzo, casi finales de mi último año de preparatoria y, poco a poco, sentía cómo el terror me invadía la mente con el pasar de los días.
—¿Ya hicieron el diagrama de comparación de la clase de tutorías? —preguntó Leonel cuando íbamos rumbo al centro de rehabilitación para nuestra terapia física.
—No, porque no quiero decidir —me excusé—. Si me dan a escoger entre Cambridge y California, entro en pánico.
—No es tan difícil —dijo Gina.
—Claro, como tú y Leonel ya decidieron ir a Stanford.
Nuestros planes ya estaban casi pactados desde que nos dieron nuestros resultados para la universidad; Leonel fue aceptado en Stanford para la carrera de Derecho con una beca por promedio y el programa especial que nos ofrecía Marie Baker de cinco meses para nuestra manutención, un crédito bancario que pagaría al finalizar la universidad y un trabajo de medio tiempo para sobrevivir. Gina fue aceptada en la misma universidad para la carrera de Mercadotecnia, sin pensarlo aceptó irse a vivir con Leonel y emprender su nueva etapa de novios juntos. Y yo fui aceptada en dos universidades de las cuales no sabía adonde ir para estudiar negocios: la humedad de Cambridge o la aridez de California.
Los gastos no eran problema alguno, después de todo los Lisiados de Louisiana teníamos privilegios dentro y fuera del internado Cavelier de La Salle.
—Yo opino que a tu palidez le hace falta el sol de California —se burló Gina—. Así ya no resaltarán tanto tus pecas en el cara.
Me dio un leve empujoncito y empezamos a reír los tres, luego nos adentramos a nuestras terapias individuales. Mis terapias estaban divididas en dos: cognitiva, donde me ponían a hacer una serie de ejercicios mentales para que mi memoria y concentración no perdieran ritmo, y la física, para que mis músculos se fortalecieran y mi equilibro no fuera tan malo.
Con el pasar de los años, las terapias me han gustado mucho, en la alberca me siento libre y fuera de peligro; me siento fuerte y no como una de las humanas más frágiles de todo el internado. Para finalizar, hacía unos ejercicios sencillos de pesas con el brazo derecho solo para conservar la flexibilidad y movilidad que me había quedado.
Hoy había salido más temprano que mis amigos, por lo general ellos me esperaban sentados afuera pero hoy no estaban. Al principio decidí esperarlos un rato, pues creí que no tardarían mucho, luego noté que ya estaba metiéndose el sol y que no había adelantado nada a mi tarea de tutorías y decidí marcharme.
El centro de rehabilitación estaba del otro lado de la residencia de señoritas, así que me tardaría un poco en cruzar el puente del lago a mitad de internado, caminar sobre los jardines frente a nuestra residencia y... Me había cansado de solo pensarlo y mejor me eché a andar.
Justo cuando estaba terminando de recorrer el puente de madera, alguien me jaloneó con rudeza hasta acorralarme en un árbol donde no daba mucho la luz. Era John Sullivan. El fortachón de tez blanca como la cal y ojos negros como el carbón estaba acompañado, como siempre, por Danna y Layla.
—¿Por qué tan sola? —preguntó Danna, divertida—. ¿Y tu clan de fenómenos?
—¿Qué quieres?
—Veo que hoy no tienes tiempo para rodeos, ¿eh? —tensé mi mandíbula al escuchar su tono malicioso, no sabía si iba a golpearme esta vez o si tan solo iba a atacarme con sus palabras—. Yo tampoco tengo mucho tiempo disponible, así que seré breve. Quiero que tú hagas el proyecto de literatura sola, todo, incluso mis tarjetas de notas para nuestra exposición y en el documento en papel pondrás mi nombre y mis conclusiones. Levanté la ceja derecha.
—¿Y cómo por qué haría eso? —me atreví a cuestionarla, a pesar de que John me tenía sujeta con fuerza con toda la posibilidad de causarme dolor al presionar mi hombro atrofiado.
Ella sonrió, odiaba cuando hacía eso. Odiaba aún más cuando se acercaba de esa forma tan lenta y tortuosa para abofetearme o buscar lastimar mi brazo. Pero no lo hizo. Tan solo se acercó a mi rostro lo suficiente para sentir su aliento contra mi nariz.
—Ya sabes, tienes que hacerlo —masculló entre dientes.
Tragué en seco. ¿Dónde estaban mis amigos cuando los necesitaba? Unas risas y murmullos interrumpieron nuestro incidente. John cambió su postura tanto como para no levantar sospechas de que algo andaba mal. Todos nos volvimos hacia las personas que caminaban cerca de nosotros, eran los hermanos Baker y Connor. Joyce nos recorrió con la mirada, frunció el ceño y luego siguió charlando con Nelly. Apenas se fueron, John volvió a estamparme contra el árbol.
—El lunes quiero mis notas y el trabajo terminado o si no ya sabes lo que te ocurrirá —arremetió Danna contra mí—. Y si el profesor Zachary se da cuenta de que yo no te ayudé en el proyecto, te juro que usarás férula en ese brazo deforme hasta la graduación.
John me soltó y se marcharon, dejándome ahí con un montón de tarea pendiente y un nuevo miedo desbloqueado.
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Titanio
Teen FictionEn el internado nunca me había hecho falta absolutamente nada. Marie Baker se encargó de cuidarnos lo mejor que había podido y, aún así, por las noches, yo me imaginaba cómo sería mi vida si tan solo mis padres vivieran. A veces pensaba que sería un...