4. Una mujer de labios rojos y un bigote.

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—¡Que Joyce Baker hizo qué? —gritó mi mejor amigo a la hora de la comida.
—¡Shhh! Baja la voz, te recuerdo que también come en el mismo lugar que nosotros —lo reprendí en susurros—. Lo que escuchaste, me ayudó con casi toda mi tarea.
—¿Y a cambio de qué? —preguntó con los brazos cruzados.
—De nada —Leonel frunció los ojos—. Es verdad —insistí.
—Todo el mundo sabe que Joyce Baker no quiere a nadie más que a su hermana y a Connor, tuvo que haber una buena razón para que ese chico con cara de culo te haya ayudado el sábado.
Tragué saliva y miré a otro lado.
—Amber... —ahora habló Gina, sonaba un poco afligida—. ¿Qué hiciste?
Cerré los ojos como signo de culpabilidad.

—¿Recuerdan el libro monstruoso de la maestra Elle?

—Ajá —replicaron ambos al unísono.

—Pues... me sentí mal por Joyce, porque su madre quería mandarlo a la milicia si no entraba a una universidad y yo... —tapé mis ojos—, yo le pasé las respuestas del libro.

—¡Lo sabía! —volvió a gritar Leonel y ahora todos nos miraban—. Sabía que el muy imbécil había entrado a la facultad de medicina con ayuda.

No era un secreto que Joyce había aplicado a la universidad Albert Einstein en Bronx, Nueva York, y tampoco era un secreto que todo mundo pensaba que era casi imposible que entrara, no es que Joyce no fuera listo, sino que simplemente parecía no importarle la escuela.

—Aún no entiendo por qué no te cae bien —dije yo, luego me metí un pedazo de brócoli en la boca.
—A nadie le cae bien Joyce —atajó Leonel.
—La verdad a mí me da igual su presencia —contestó Gina, quien se ganó una mirada furibunda de su novio—. No inventes, ¿estás celoso de Joyce? —se burló mi mejor amiga.
—No estoy celoso: simplemente el tipo tiene algo que no me gusta.
—¿Cómo qué? —cuestioné yo.
—Tal vez su actitud pedante todo el tiempo, su mirada tan desafiante a los demás, como si todos fuéramos un estorbo en su vida y parece que oculta algo.
—No te sientas especial, a todos nos ve así —dije.
—¿Lo estás defendiendo? —agregó Gina.
—Solo estoy diciendo la verdad.
—Dios, no me vengas con la idiotez de que ahora empiezas a sentir cosas por Baker —Leonel estaba más enfadado que al principio—. Amber, de entre toda la comunidad inmensa de este internado, ¿tenías que sentir algo por el más odioso de todos?
—Yo no siento nada por Joyce, solo estoy intentando establecer mi punto.
—¿Y cuál es tu punto? —presionó Leonel.
—Que Joyce odia a todo el mundo y que no es nada personal.
—Y no te equivocas, Amber —escuché la voz profunda de Joyce detrás de mí, llevaba su bandeja de trastes vacíos hacia el lavaloza. Hice una mueca e intenté ignorarlo, en cambio Leonel lo fulminaba con la mirada.
—¿Se te perdió algo, Baker? —le preguntó mi amigo.
—Cuida tu tono —intervino Connor.
—Genial, tu estúpido perro faldero ya salió a defenderte —dijo Leonel. Connor se dejó ir contra él, Joyce le colocó la mano izquierda en el pecho para detenerlo y nos recorrió con su mirada frívola.
—Vamos —les ordenó él a Connor y Nelly, luego se marcharon.

Gina le propició un puñetazo a Leonel en el hombro.

—¡Oye! —aulló de dolor—. ¿Y eso por qué?
—Por tu bocota casi te mandan al hospital —dijo Gina, enojada—. No tengo ganas de hacer visitas al
Hospital, así que cuando se trate de Connor, cierras tu boca y listo.

Quise reírme de ellos solo que cuando Gina se enojaba era el demonio y mejor me callé o también me tocaría un puñetazo en el brazo sano, que me lo podría dejar igual que el otro.

—Odio esta estúpida falda —me quejé de camino a la oficina de Marie Baker.
—Creo que la corbata lo hace peor —coincidió Gina.

Nuestra prefecta, la cadete Margaret Seahawk, visitó nuestro dormitorio un martes después de clases para avisarnos que teníamos una cita con Marie Baker el viernes diez de marzo a las cinco de la tarde. Fue extraño, pues la última vez que estuve en la oficina de ella fue a los catorce, cuando me detectaron esclerosis múltiple, ya habían pasado cuatro años desde nuestra última visita y eso me intimidaba un poco. La regla de oro para visitar a Marie Baker era portar el uniforme de gala que usábamos los lunes; para las mujeres eran necesaria una falda horrorosa de color rojo, que hacía juego con la corbata, un chaleco azul marino, camisa y calcetas blancas, unos zapatos que parecían de abuela y nuestro cabello debía estar atascado de fijador para que no se nos escapara ni uno solo.

Al adentrarnos al edificio, Leonel ya esperaba sentado fuera de la oficina de Marie; el uniforme no le quedaba tan mal, a diferencia de nosotras, él tenía que usar un pantalón color azul marino y ese color no era tan feo.

—¿Tienen idea de para qué nos llamó? —preguntó Leonel.
—Tal vez es para lo del ingreso a la universidad y todo eso —contesté yo.
—Jóvenes, tomen asiento, la directora Marie Baker los atenderá en unos momentos, se encuentra en una junta —nos atendió su secretaria, la señorita Harriet.

Los tres obedecimos y nos sentamos cerca de la puerta de la oficina; ante el silencio, pude escuchar algunas voces, les lancé unas miradas a mis amigos, me aseguré de que Harriet no estuviera y pegué mi oído a la manija para escuchar mejor.
Escuché la voz chillona de Marie y la voz de un hombre; hablaban español y, gracias a mis clases, pude entender algunas cosas.
—Las pruebas en humanos ya han terminado, es momento de comenzar con el proyecto —escuché la voz del hombre—. Te sugiero que ya tengas listo a los candidatos.
—Kristoff, no voy a involucrar a mis hijos en esto —la voz de Marie sonó tensa—. Necesito más tiempo para encontrar a los adecuados.
—¿Qué hay de los otros tres? —preguntó él—. Según sé, tienes la custodia y no habrá problema con eso.
Marie enmudeció un momento.
—¿Y crees que funcione con ellos? Es decir, son..., ya sabes.
—No lo sé, podríamos intentarlo y además, el gobierno no te preguntará o cuestionará tus decisiones porque en teoría, son tus hijos además se te acaba el tiempo y te recuerdo que los candidatos tienen que tener entre dieciocho y veintidós años para que funcione —el hombre sonaba relajado. Marie guardó silencio un momento.
—Está bien, debo tomar una decisión y tengo que consultarlo con Gerald, te enviaré avances la próxima semana —concluyó resignada.
—Espero tu respuesta por correo cifrado —escuché una silla removerse y con rapidez me regresé al asiento.
—¿Qué escuchaste?—me preguntó en susurros Leonel.

Abrí la boca para decir algo pero el sonido de la puerta me distrajo. Todos desviamos la mirada al hombre que abrió la puerta; era bastante alto, su cabello, ondulado y esponjado, y su bigote un tanto curioso por lo perfectamente recortado que estaba, aunque igual le quedaba bien. Llevaba puesto un traje de color amarillo mostaza y podría apostar que el hombre era el jefe de alguna mafia.

—Buen día, jóvenes —nos habló en inglés y se marchó.
—Ya pueden entrar —nos indicó Harriet.

Los tres nos pusimos de pie y nos encaminamos a la oficina pulcra de Marie Baker. Ella nos recibió con una sonrisa amplia y claro que no podían faltar esos labios rojos como la cereza y su traje tan blanco que por momentos lastimaba la vista.

—Por favor, siéntense —nos indicó y obedecimos. Harriet salió y cerró la puerta—. Muy bien, me imagino que se han preguntado por qué los cité —los tres aceptamos con nuestro silencio—. Los cité aquí porque están a unos meses de terminar la preparatoria y por lo que veo ya han decidido a qué universidades asistirán —nos observaba con atención—. Amber, me comentó la cadete Margaret que al final decidiste ir a California —abrió un folder que al parecer contenía mi expediente.
—Así es, señora.
—Correcto, y Gina y Leonel a Stanford —ambos aceptaron—. ¿Y cuáles son sus planes?
—Yo planeo tener un trabajo de medio tiempo, endeudarme con el banco y pagar parcialmente —habló Leonel.
—Aún no lo sé —contesté yo.
—Pienso que es importante que lo sepan y más aún que esté muy bien planeado —nos extendió un libro pequeño de color negro a cada uno—. Para el lunes, necesito que tengan ese libro lleno, es la planeación de sus años universitarios, pueden pedir ayuda a la señora Elle. Una vez que me los entreguen, haremos el plan financiero para que no les falte nada —se puso de pie y la imitamos—. Los veré hasta entonces, jóvenes. Los tres nos encaminamos a la puerta—. ¡Ah!, y lo olvidaba, el permiso para ir al panteón lo pueden recoger con sus prefectos, ya está todo listo para mañana.

Nos dijo ella, ocasionando una gran sonrisa en todos.

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Nota del autor: Como ya se habrán dado cuenta en mis obras, me gusta Pedro Pascal, así que sip, Kristoff está basado en mi chileno favorito. Mi obsess por el no cambiará nunca.

ILY Alex <3

TitanioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora