Capítulo 3: ¿Qué distancia podía haber entre la vida y la muerte?

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Tormenta, eso había anunciado la radio. Pero no había caído una sola gota de

lluvia, el cielo estaba cubierto de nubes y el frío me hacía tiritar. Cebrian no me dio

tiempo a que me trajera un abrigo para cuando el sol se escondiera. Por lo tanto

yo no iba a perder el tiempo parada en la puerta de un cementerio, tenía muy claro

que mi padre no estaba allí. Estaba en otro sitio al que el ser humano no puede

llegar mientras se encuentre con vida, por lo tanto si nadie conoció ese lugar no

tenía por qué hacerles caso ni visitar ninguna lápida. Él estaría descansando de

una agotadora pero feliz vida y debería estar orgulloso de su familia. Porque su

esposa a pesar de haber sido víctima de él, estuvo a su lado en las buenas y en

las malas. Y su hija, lo acompañó siempre.

Por lo general repetía esas mismas palabras para no admitir que pensaba todo lo

contrario. Mi padre habría muerto y su vida ya no era parte de la mía, mi madre

una pobre mujer que había enloquecido y yo un engendro creado por quién sabe

quién.

Mi novio me quería convencer de que juntara el coraje necesario para quedarme

en ese escalofriante lugar lleno de crucifijos caídos.

—¡Si te digo que no quiero entrar es porque no lo pienso hacer!

—¡Pero tenés que darte esa oportunidad, vamos! 

Entré lentamente, él me abrazaba en señal de compañía. Comenzamos a dirigir

nuestros pasos hacia las lápidas de mis familiares difuntos.

—Acá está mi abuelo... ¡Ves! ¡Mi padre no está!

—¿Cómo puede ser que no esté?

—Porque nadie lo enterró.

—¿Estás segura que lo viste muerto aquella vez?

Yo me fui corriendo, él me gritaba que lo perdonara pero me había herido tanto

que no quería escucharlo. No podía creer que se hubiera atrevido a ser tan

morboso. Lo más espantoso era que yo había visto a una persona con una soga

en el cuello y sumamente morado de pasar tiempo sin poder respirar. No era justo

que me tuviera que exponer a las preguntas de ese estilo. Más allá de ser

consciente de que no tenía interés en que yo me sintiera peor de lo que me

encontraba, me lastimaba cada vez más. ¿Por qué, por qué, por qué? Eso lo supe

después... pero antes tenía que ocurrir el hecho más inesperado... 

Corrí, como lo hacía naturalmente en mi vida cotidiana pero esta vez llevaba los

ojos cubiertos de lágrimas, la boca reseca, los pensamientos aturdiendo mi alma...

No me podía contener, sentía que si no me iba podía cometer una locura.

Consideraba insoportable mi estado de depresión y soledad constante. Mientras

mis pasos avanzaban tuve la desgracia de tropezar con una mujer. Me levanté

rápidamente —¡Mi mamá!—, pensé. Pero no era ella, me senté sobre el suelo

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