CAPITULO 3: XANIX y FRANNCO

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Me desperté lentamente, con un gran bostezo que me sacudió todo el cuerpo. Al abrir los ojos, me encontré con una visión borrosa y confusa, como si mi cerebro estuviera envuelto en una niebla espesa. Pero a medida que mis ojos se ajustaban a la luz, comencé a distinguir la silueta de una persona parada en frente de mí.
Mi mirada se desplazó hacia arriba, siguiendo la línea de su espalda musculosa, que se curvaba un tanto hacia adelante, como si estuviera inclinado sobre algo. Mi corazón comenzó a latir un poco más rápido mientras mi cerebro luchaba por recordar quién era esa persona y por qué estaba en mi habitación.
Y entonces, de repente, todo volvió a mí: la celebración de anoche, el delicioso vino que había bebido, el baile y la música que había disfrutado, y también él, con su ceño fruncido y ojos oscuros que me habían mirado con tanta intensidad.
Mi respiración se aceleró mientras mi mirada se clavaba en su espalda, tratando de recordar qué había pasado entre nosotros la noche anterior. ¿Habíamos hablado de nuevo? ¿Habíamos bailado juntos? ¿Habíamos...?
Mi cerebro se detuvo en seco, sin atreverse a seguir pensando en esa dirección. En su lugar, me concentré en tratar de recordar qué había pasado.
Me lancé hacia el vestido violeta que yacía abandonado en el piso de madera, su seda delicada arrugada y sucia. La tierra y el sudor habían dejado sus huellas en la tela. Recuerdo cómo me había sentido cuando me lo puse, como si fuera una diosa. La seda se deslizaba con suavidad sobre mi piel, y el color violeta parecía brillar en la luz de las velas. Pero ahora, después de una noche de fiesta, el vestido parecía haber perdido un poco de su magia.
El hombre se dió media vuelta. Medía mínimo metro noventa y su presencia era imponente.
— Buenos días, loca.
No me salía ni una sola palabra. Mi garganta estaba cerrada y mi mente estaba vacía.
Se puso una camisa clara y luego se acomodó en el borde de la cama. Parecía estar disfrutando de mi silencio y mi confusión.
— Fuera —expresó frío, con un tono que voz que me hizo sentir un escalofrío en la espalda.
Los rayos del sol que entraban por la ventana iluminaban su cabello blanco despeinado
— ¿Qué haces aquí, Kruel? —pregunté, intentando mantener la calma y la objetividad.
Se encogió de hombros y me hizo un gesto para que mirara a mi alrededor. Así que lo hice. Presté atención a cada rincón de la habitación, y noté que todo estaba impecablemente limpio y organizado. Las pinturas colgaban perfectamente alineadas en las paredes, los libros estaban ordenados en estantes de madera oscura, y las paredes lisas y negras. Carajo. En definitiva, estaba en la habitación equivocada. La sensación de desorientación y confusión se apoderó de mí.
Me sentí un poco ofendida por su respuesta.
— ¿Y dónde dormiste? —pregunté cambiando de tema.
— No lo hice.
Me retiré deprisa, sintiendo que la situación se estaba volviendo cada vez más incómoda.
— Espera —me detuvo, sacando algo de su bolsillo—. Perdiste esto anoche.
Me mostró un brazalete amarillo.
— Oh, por dios —llegué a decir.
— ¿Es importante? —preguntó Kruel, con una mirada curiosa.
No respondí. En su lugar, escapé hacia mi habitación y me paré unos segundos detrás de la puerta, nerviosa y confundida.
«No volveré a tomar ese espectacular vino», me dije a mí misma. Es demasiado peligroso.
Me dirigí hacia el baño, sintiendo la necesidad de refrescarme. Al mirarme en el espejo, me horroricé al ver mi maquillaje corrido y mi peinado destruido. El trabajo de arte que Adayla y Lythicia habían creado para mí la noche anterior ahora parecía un desastre. Me lavé la cara con agua fría, tratando de eliminar los restos de maquillaje. Luego, me peiné rápidamente, haciendo una cola de caballo simple.
Minutos más tarde, tocaron la puerta. Me acerqué a abrir, esperando encontrar a alguien que pudiera ayudarme a aclarar las cosas. Pero en lugar de eso, me encontré con Marissa, que sonreía cálidamente y llevaba un aroma a café recién hecho que me hizo sentir un poco mejor.
— Buenos días —dijo Marissa, con una sonrisa radiante—. ¿Pudiste dormir bien, querida?
— Si, si claro... —tartamudeé, tratando de sonreír y fingir que todo estaba bien.
Justo en ese momento, Kruel se asomó por la puerta de su habitación, que estaba enfrentada a la mía. Sacudió su pelo despeinado y se estiró, mostrando su torso musculoso. Luego, se dirigió directamente al comedor, donde ya desayunaban mis amigos.
— Te traje una muda de ropa limpia —dijo Marissa, interrumpiendo mi observación de Kruel—. Cuando estés lista, ven a comer con nosotros.
— Te lo agradezco —dije sonriendo de verdad esta vez—. Eres muy amable.
Me puse el vestido color orquídea con detalles dorados que Marissa me había traído, y me sentí transformada. La diadema a juego era el toque perfecto. Me miré en el espejo y me sentí magnífica.
Me sentía agradecida de estar allí, pero no quería acostumbrarme a este lujo. No quería olvidar quién era yo realmente.
Me dirigí hacia el comedor, deseando que nadie hubiera escuchado la discusión de anoche. Al entrar, vi a Kruel sentado en la mesa, observándome con una expresión que me hizo sentir incómoda. Estaba comiendo un omelette de espinaca, pero su mirada era lo que realmente me llamaba la atención. Era una mezcla de desagrado y desaprobación, como si estuviera pensando «¿cómo puedes ser tan tonta?».
Me senté junto a Xanix, procurando ignorar la mirada de Kruel. Devoré un pedazo de queso, tratando de calmarme. Xanix me saludó y preguntó cómo había dormido. Traté de disimular la incomodidad que me producía aquella pregunta, y le respondí con una sonrisa forzada. Luego me ofreció un vaso de jugo de naranja, y acepté con gusto. Estaba fresco y delicioso, y me ayudó a relajarme un poco.
— ¿Ya te presenté a mi hermano? —preguntó Xanix con una sonrisa radiante, y miró al chico a su lado—. Se llama Frannco, es el segundo Colíder de Nigzis y, además, es nuestro pequeño cocinero estrella.
Frannco sonrió con timidez y extendió su mano para saludar.
— Un gusto, Raksey —dijo con una voz suave y amable.
— ¿Qué tal Frann? —pregunté, estrechando la mano de él en un apretón firme.
— Muy bien, gracias, me alegra conocerte. ¿Cuál fue tu platillo favorito de anoche? —preguntó, con curiosidad, y sus ojos brillaron con interés.
— Tengo que admitir que el carnero asado estaba riquísimo —dije, y Frannco sonrió con orgullo.
— Es uno de mis platillos favoritos también. La piel crujiente y la carne tierna... es increíble.
Xanix se rió. — Sí, mi hermanito es un verdadero maestro de la cocina.
— Cualquier cosa que necesites nos tienes a ambos —añadió Frannco con una gran sonrisa amigable.
Su tono era reconfortante y sincero, lleno de una profunda empatía que me hizo sentir que se preocupaba por mí.
Desayuné en silencio, prestando atención a las historias que narraba Xanix, con una característica pasión y entusiasmo. No había ni rastro de Luketi, lo que me pareció un poco extraño. Luego, ayudé a lavar los platos y allí me encontré con Adayla y Lythicia, que estaban riendo y charlando mientras guardaban el mantel y utensilios. El ambiente era alegre y relajado, y me sentí a gusto al unirme a ellas.
— Chicas, tengo que preguntarles algo... —dije, tratando de sonar lo más casual posible, mientras secaba un plato y lo guardaba en el armario—. Por casualidad, ¿yo estuve bailando con algún hombre anoche?
Adayla se rió y me miró con una sonrisa pícara, mientras se apoyaba en la encimera de la cocina.
— Estábamos tan borrachas que es probable que hayas estado con alguno de los chicos —dijo, encogiéndose de hombros—. Aunque, para ser honesta, no recuerdo mucho de lo que pasó en la fiesta.
Lythicia se acercó a mí, con una mirada curiosa en sus ojos.
— ¿Por qué? ¿Te interesa alguno? —preguntó, su voz llena de intriga.
— No, para nada —dije, tratando de sonar convincente—. Solo quería saber... por curiosidad. Quería saber si hice algo que deba recordar.
Adayla y Lythicia se miraron entre sí, y luego me miraron a mí con una sonrisa traviesa.
— Estuvimos juntas, sin hombres —contestó Adayla—. Si nadie más, solo nosotras y la bella música.
Su hermana, Lythicia, asintió con la cabeza.
— Aunque un muchacho intentó sacarte a bailar —dijo, con una mirada pícara—. Pero nosotras no dejamos que te robe.
Me reí al escuchar eso, y sentí un gran agradecimiento hacia ellas.

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