No supo cuánto tiempo había pasado llorando pues había perdido la noción del mismo. El frío del suelo y de la noche se hacían cada vez más remarcables, hasta que ya no tuvo más remedio que reconocer que quedarse allí no iba a ayudarla en nada precisamente. Con todo el maquillaje corrido por su triste rostro, con el peinado hecho un desastre y con escalofríos cada vez más frecuentes, se quitó los zapatos y se levantó cogiendo su bolso. Por fin rebuscó con calma hasta dar con las llaves y entró en el edificio, rendida, abatida y sobre todo cansada, muy cansada.
Tras subir los dos tramos de escaleras que la llevaban a su viejo apartamento, bajo la luz casi fundida del descansillo, abrió la puerta con lentitud, sabiendo que detrás de la misma le estaba esperando Tintín, su cariñoso y precioso gato. El pequeño felino no dudó en darle una bienvenida con muchos más ánimos de los que ella tenía ganas de recibir. No le importó a Tintín restregarse con insistencia entre sus pies mojados buscando una caricia.
Con una sonrisa de agradecimiento, ella se agachó y le acarició dulcemente, a lo que él correspondió con su ronroneo tan característico. Lydia aprovechó la compañía de su fiel amigo para hacer un repaso visual a su piso tal y como lo había dejado esa tarde con las prisas de la cita. Estaba hecho un desastre, apenas se había molestado en limpiar en los últimos días. La mesa del comedor estaba llena de papeles, libros, revistas y hasta algún plato sucio todavía se dejaba ver tras tanto desorden. El descuido llegaba a tal punto que hasta se había olvidado de echarle de comer a Tintín esa tarde antes de marcharse al funesto encuentro. Pobre animal, estaría muerto de hambre. Antes de cambiarse se dirigió al comedero y le echó un poco de pienso, a pesar de que estaba dejando rastros de agua por toda la casa, ya le daba igual. Tintín no dudó en lanzarse a comer como loco en cuanto salieron los primeros trocitos de comida de la caja. A pesar de todo lo descuidada que era con él, siempre era muy bueno con ella y no le hacía ningún destrozo en la casa.
Dejó a Tintín disfrutando de su merecida comida y por fin se decidió a darse una buena ducha. Verse desnuda en el espejo del cuarto de baño le dio una sensación de patetismo terrible, con todo el maquillaje borroso por las lágrimas y la lluvia, con sus rubios cabellos revueltos y la desnuda fragilidad de su piel. Se sentía muy poca cosa, como si estuviera a punto de desaparecer sin que nadie se diera cuenta. Si ahora su cuerpo se esfumara de la realidad nadie se enteraría hasta días después, y probablemente excepto su familia y su gatito, nadie la echaría mucho de menos.
Estaba notando aún más frío con esos pensamientos fatales, pero no podía evitar sentirse terriblemente mal, como que no valía nada, como que todo lo que había hecho por su vida en todos estos años no hubiera sido sino un error, un camino equivocado, y había luchado día tras día para nada... Tenía un trabajo repugnante que no quería, una vida amorosa que despreciaba y que ya no tenía sentido, una familia pesada que no la dejaba en paz,... ¿para qué seguir? ¿Tenía algún sentido luchar por algo? Pensó que mejor empezaba esa buena ducha caliente que necesitaba, porque ese tipo de ideas la estaban llevando por un camino peligroso. En ese momento hasta tenía miedo de sí misma. Era mejor meterse bajo el agua ardiente para ver si se relajaba su cuerpo, pero sobre todo sus pensamientos negros.
Tras ducharse se acostó temprano, ya que no tenía ganas de ver ninguno de esos programas del corazón o películas llenas de falsos romances, y mucho menos de leer algo. Se sentía ahora un poco mejor tras su momento relajante aunque sospechó que de darle tantas vueltas a la cabeza, a los problemas y a su vida, le costaría dormir. Al final no terminó mucho en caer en los brazos de Morfeo.