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Esa tarde había viento.

Caminó por la acera a pasos largos, con el rostro bajo y las manos en los bolsillos de la chaqueta, con una bufanda larga cubriéndole el cuello. El clima frío no le gustaba, le traía recuerdos desagradables sobre su infancia, aun si había hecho hasta lo imposible para reprimirlos. Suspiró, resignado a pasar otra tarde con su nueva mejor amiga, la soledad.

Pero ¿qué es lo que había sucedido en los últimos meses?

Después de los X-Games, lo echaron de los Gammas, se volvió el toallero del patético equipo de su némesis y perdió todo el respeto —que se había esforzado tanto en ganar— de absolutamente toda la universidad.
Si tuviera que describirse en una sola palabra sería "fracasado", porque no había nada que le asegurara que era todo lo contrario.

Pero lo que más le molestaba era ese chico Max, con su sonrisa brillante y esa risa estúpida que cautivaba a todo el que lo oyera. Era él el que merecía ser alabado, no ese idiota. Y lo culpaba de todas las desgracias de su vida aun si Max no las había causado directamente. Desde que llegó, lo único que hizo fue arruinarle la vida. Le quitó a su equipo, sus amigos, su fama, su reputación y sobretodo, la única cosa que más amaba en el universo. Patinar.
Frunció el ceño de sólo imaginarse su rostro, y fue aún peor cuando su voz se escuchó en el viento.

Bradley se detuvo en seco, prestando atención al sonido que, según él, provenía de una cafetería justo en la esquina de la calle. Y su necesidad de hacerle saber a Max que lo odiaba más que a nada en el mundo fue grande.

Apresuró el paso, con sus facciones tensandose poco a poco. Abrió la puerta del establecimiento, dejando que el viento frío se colara hacía adentro. Miró alrededor, para encontrarse con el dueño de todas sus más aterradoras pesadillas. Bajó las escaleras despacio, evitando no hacer algún ruido que pudiera arruinar su dramática entrada al lugar.

Cuando el viento le tocó la espalda, no pudo evitar temblar. Quizá era uno de los días más fríos que habían tenido hasta ese momento, y probablemente significaba que la nieve vendría pronto. Después de todo, aquel clima encajaba perfectamente con el estado de ánimo que Max estaba experimentando.

Había comenzado a charlar con sus amigos sobre cosas triviales, compartieron un par de risas mientras bebían café y escuchaban los chistes malos de Bobby. Pero una cosa llevó a la otra y la conversación giró entorno a su padre. Estaban recordando algunas de las anécdotas de cuando Max era pequeño y se había metido en problemas de una forma u otra gracias a Goofy. Aunque fue algo nostálgico para él, no pudo evitar tener ese pensamiento que le rondaba por la cabeza cada vez que se acordaba.

—Es molesto —soltó, tomando por sorpresa a sus amigos— que siempre tenga que arruinarlo todo. Quiero decir, sé que se preocupa por mí, pero ¿cuál es la necesidad?

Su intención no era que creyeran que lo odiaba o algo así, pero definitivamente no eran las palabras correctas.

—No lo sé —habló PJ—, no creo que lo haga a propósito.

Bufó.

—Aún si no, lo hace. Y podría contar todas las veces que casi morimos por culpa suya.

PJ se encogió de hombros.

—Tampoco es que nosotros no lo hayamos hecho por nuestra cuenta.

—Pero no es lo mismo —insistió Max.

Y no estaba seguro de que esa conversación fuera a llevarlos a algún lado.

—¿Cómo no lo es?

Una voz interrumpió la filosófica respuesta de PJ a la afirmación de su amigo.
Goof apretó con fuerza el vaso que sostenía, derramando parte del café sobre su mano, importándole poco si le dejaba quemaduras pequeñas. Se levantó, preparándose para lo que parecía querer convertirse en una discusión.

Bradley | MaxleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora