Prólogo

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   Anyang, Corea

—¿Quién de vosotros, bombonazos, es el padrino?
   
      Lee Minho, experto del Servicio de Búsqueda y Salvamento, levantó la mirada sorprendido y todo su equipo lo señaló.
   La enfermera que había hecho la pregunta sonrió encantada.

—¿Tú? Bueno, cariño, esta es tu noche de suerte- añadió quitándose el uniforme azul pálido con un sólo gesto.
     Minho, un hombre que había visto y hecho casi todo y que se creía que casi nada lo podía sorprender, estuvo a punto de tragarse la lengua. 

La enfermera solo llevaba una tanga roja y dos pezoneras a juego en los pechos. 

Su mejor amigo, Christopher Bang, el culpable que aquella fiesta estuviera teniendo lugar, lo miro y sonrio.

—Es un regalito que yo te hago—le dijo—. En agradecimiento por ser el mejor padrino del mundo y el mejor amigo que he tenido jamás.                                                               

El grupo, compuesto por hombres normalmente serios y graves, como su profesión demandaba, brindó, bebió, y río como una pandilla de adolescentes.

 La noche anterior habían tenido que salir a rescatar en la montaña durante una terrible tormenta a un adolescente que se había perdido al separarse del grupo con el que estaba haciendo senderismo.                                                                                                                                                           Minho había dirigido la misión y, cuando el viento había comenzado a soplar con fuerza y las cosas se habían puesto extremadamente peligrosas, había incluso llegado a dudar de su habilidad para sacarlos de allí a todos con vida. 

Ahora, estaban sentados en una suite privada de un hotel del centro de la ciudad, rodeados de muebles elegantes y con un bar bien equipado a su disposición, viendo un partido de baloncesto en una pantalla de televisión gigante y aullando como locos ante las tres enfermeras que habían llegado a buscar a alguien "para jugar a los médicos".

A Minho le costaba reconciliar las dos imágenes, sobre todo, porque llevaba mucho tiempo trabajando duramente y ya apenas se acordaba de cómo se respiraba sin estar sometido a mucha tensión. 

Minho sabía perfectamente que iban a aparecer las tres bailarinas porque les había pagado él junto con el resto del equipo, pero, al verlas aparecer con aquellos uniformes, se había quedado con la boca abierta. 

La enfermera rubia platino que estaba casi desnuda sonrió mientras sus dos acompañantes se quitaban también el uniforme, e hizo funcionar el aparato de música. 

Al instante, la habitación se llenó de acordes. La mujer que estaba frente a Minho comenzó a bailar. No debía de tener más de veintidós años y, de repente, Minho se sintió un viejo a sus treinta y uno y se giró hacia Bang.

—No se supone que tendría que estar bailando para ti? ¡Vaya!

La bailarina se había sentado sobre su regazo y se estaba colocando a horcajadas sobre sus piernas para comenzar a moverse y a frotarse al ritmo de la música, buscando una reacción física por parte de Minho. 

—Preparado para recibir tu regalito, padrino?— le preguntó pasándole los brazos por el cuello y apuntándole con sus perfectos pechos de silicona. 

 —Eh...

La bailarina hizo unos movimientos de pelvis de los más profesionales y Minho se percató de que la esquina de un sobre sobresalía de su tanga. 

—Solo para ti— Ronroneo sin dejar de moverse—. No seas tímido, agarra tu premio, cuerpazo.

¿Cuerpazo?

ᙃᥱ⳽ᥱo [ɱιɳʂυɳɠ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora