Lago Tahoe, California

—Han Jisung, te acuerdas de que hoy es dia de pago, ¿verdad?

Vaya por Dios

Han Jisung sintió que la cabeza le estallaba. Si no conseguía tener unos momentos de calma inmediatamente, no se hacía responsable de lo que fuera capaz de hacer.

Era consciente de que no tenía mucha paciencia, así que tomo aire para calmarse y se giró con una hermosa sonrisa hacia Jisoo, su hermana mayor.

—Ah, sí?

—¿Lo ves? ¡Se te había olvidado!

—No, claro que no. Es que me gusta hacerte rabiar.

Jisoo, que tenía treinta y cinco años, no paraba de decirle a Jisung, que tenía veinticinco, lo que tenía que hacer.

—Solo te lo digo para ayudarte. 

—Pues no hace falta que lo hagas, puedo perfectamente con mi trabajo yo sola.

—Pero...

—Mira, si quieres perder el tiempo, vete a perderlo con otra persona. Por favor, relájate un poquito— dijo Jisung poniéndose su cazadora roja del equipo de salvamento de esquí.

—¿No has leído las estadísticas?— insistió su hermana—. Bueno, de acuerdo, ya lo dejo. Está bien.—añadió al ver como la miraba Jisung.

—Me parece que, en lugar de dedicarte a la contabilidad, deberías buscarte a alguien a quien le pudieras dar órdenes. ¿Por qué no tienes hijos? Así, podrás estar todo el día diciéndoles lo que tienen que hacer y te convertirías en una madre como mamá— añadió poniéndose el casco y decidiendo que aquel día utilizaría tabla en lugar de esquís.
A continuación, se calzó las botas, se cargó la tabla al hombro y miró a su hermana, que se había quedado de piedra.

Jisung sacudió la cabeza y salió del vestuario hacia el vestíbulo, donde había un montón de huéspedes ataviados con ropa de esquiar.
Jisung pasó ante la inmensa chimenea  en la que el fuego que él mismo había hecho aquella misma mañana seguía tirando con fuerza.

Alrededor de la chimenea, llenando todos los sofás que había, la gente charlaba y reía.
Aquella imagen tan acogedora hizo que Jisung sonriera, pero su sonrisa le duró poco.

Tenemos problemas de nuevo con los osos, se siguen comiendo la basura— le dijo su hermana, que le había seguido.

—¿Cómo? ¿Después de que compraras esas cajas tan maravillosas  con esas asas que los osos no pueden abrir por mucho que se lo propongan?— contestó Jisung con sarcasmo.

—El problema es que no las pueden abrir ni los osos ni los clientes. Y lo peor es que la gente no se termina de creer que hay osos de verdad por aquí durante todo el invierno, así que dejan la basura por el suelo y los animales vienen atraídos por el olor.

ᙃᥱ⳽ᥱo [ɱιɳʂυɳɠ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora