1. Un Patinador

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Giró su omelette sobre el sartén de una vuelta magistral digna de al menos una estrella Michelin. Su bulldog ladró en su dirección, casi como celebrando con él.

–Gracias, gracias –se inclinó en una reverencia teatral hacia el gordo animal que lo miraba desde abajo.

Siguió cocinando hasta que el olor a especias inundó el lugar. Apagó el fuego y comenzó a servirse el desayuno para comer en la barra de la cocina. No tenía caso usar el comedor, era solo él y el rechoncho perro que lo abandonaba para ir a desayunar en su tazón.

Encendió el televisor, mostrando el canal de deportes apenas la pantalla se aclaró. La conductora, de cabello plateado y labios carmín, parloteaba sobre un par de tenistas que al parecer lideraban las listas en aquel mundo. Apenas alzó la mirada para al menos poder tener presentes sus rostros; le gustaba recordar el rostro de un campeón.

Ambos eran altos y rubios, de labios delgados y ojos cristalinos. Al parecer eran rivales, ambos deseosos de demostrar quien era más hábil, más veloz, más firme; pero si alguien le hubiera dicho que tan solo eran un par de gemelos que tenían una riña familiar lo hubiera creído. El físico y el éxito eran tremendamente similares.

Así era siempre en la industria del deporte. Siempre había alguien que lucía como tú, que practicaba las mismas horas que tú, con el mismo material y la misma intensidad. Algunas veces hasta pagaban al mismo entrenador, el mismo coreógrafo. Ahí yacía la dificultad para ese tipo disciplinas.

Constantemente tenías que encontrar que había de especial en ti, que era lo excepcional que atrapaba al público para girarse en tu dirección y no en la del oponente. Reinventarte, morir y renacer en algo más bello, más fuerte. No bastaba entrenar, comer bien y no tener vicios. Las dietas rigurosas, la técnica de libro y la disciplina no eran suficientes; se necesitaba ser perfecto.

Y Louis Tomlinson había elegido el deporte más perfeccionista de todos.

Dos veces campeón olímpico, seis veces campeón del mundo, cuatro veces campeón del 4CC, y doce veces campeón nacional de Rusia. Él era la industria del patinaje artístico sobre hielo. El paradigma de un ganador. La epítome de la excelencia.

Los demás patinadores apenas podían soñar con vencerle, jamás lograrlo. Louis no había sido derrotado, nadie incluso imaginaba a un patinador capaz, y ninguno de entre ellos se sentía apto.

Era bien sabido que lo máximo a lo que se podía aspirar al competir en la categoría senior varonil era la plata. El oro ya tenía nombre y apellido. Y estaban bien con eso, nadie se quejaba. Los chicos luchaban, sudaban, y pasaban hambre. Entrenaban no por obtener la medalla, sino por estar en el mismo podio que Louis Tomlinson. Que los fotografiarán junto a él. Que sus nombres aparecieran a la par en los noticieros, en las columnas del periódico, en un post de Instagram.

Louis Tomlinson había conseguido un imperio, en la pista y fuera de esta. Las marcas se arremolinaban en la bandeja de entrada de su correo eléctrico, todos queriendo tomar algo de él, que usara sus productos, que pronunciara el nombre de sus empresas, lo que fuera, sería suficiente. Lo sería siempre y cuando viniera de él.

El público lo adoraba, aquellos conocedores del deporte y también los que no. El foro se llenaba cuando llegaba su turno de competir, y se vaciaba cuando él abandonaba el hielo. No necesitaban quedarse a oír el resultado, se sabía quien saldría victorioso. Lo habían proclamado rey al ganar su primer oro olímpico, pero se consolidó como una leyenda al obtener el segundo.

El cómo pasó de ser un escuálido niño a las afueras de Londres, cuyo talento se limitaba a armar rompecabezas y descifrar crucigramas, a convertirse en el amo y señor del hielo para muchos era un misterio, para algunos otros resultaba demasiado lógico.

EL PROTAGONISTA [L.S.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora