3. Una inhlación larga y una exhalación corta

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Kenma

Kenma miraba el mundo desde una 'abstracta' perspectiva. A grandes rasgos, todo se desarrollaba como una partida larga, su vida era un juego en el cual, constantemente tenía que subir de nivel.

La principal razón por la cual no le gustaban los cambios.

Kenma era una persona previsiva, tener la periferia de su radar controlado lo hacía sentir seguro. Examinaba su alrededor a detalle y debatía estrategias para superar pruebas cotidianas.

Los cambios en su rutina eran como un debilitador de poderes, lo dejaba sin habilidad de instante, tenía que revaluar la situación e identificar las novedades para usarlas a su favor en la siguiente partida; pero mientras tanto, estaba completamente expuesto.

El mundo era su rival más grande.

A pesar de que siempre parecía estar atento a la pantalla del nintendo, bajo sus ojos ambarinos escaneaba cada minúsculo movimiento del aula, desde su butaca en aquel rincón solitario donde no podía llamar la atención.

Uno de los cambios más grandes en los nuevos semestres, era la reorganización de alumnos. Los prefectos de cada grado ajustaban las listas para intercambiar alumnos de distintos salones, pues según de aquella forma podrían expandir su círculo social y tener una buena relación con todos. Algo que para Kenma resultaba ser prácticamente imposible.

Así pues, este era otro semestre en el que se encontraba analizando los rostros de sus nuevos compañeros bajo su capa de invisibilidad en el rincón del aula.

A la mayoría los reconocía de los concurridos pasillos. Así como precedía de una capacidad de previsibilidad ante situaciones insumisas, también poseía un alto porcentaje en prejuicios.  ¿Pero quién podía culparlo? Ser prejuicioso era algo muy útil en esa nueva sociedad infestada de hipocresía.

Su, hasta ahora, buen juicio le había salvado de personas venenosas que solo buscaban un beneficio propio, y seguiría usándolo hasta que su intuición perdiera el potencializador de pócima adivinatoria, y después de eso lo retomaría en la siguiente partida.

La profesora Maru llegó minutos después, siempre a tiempo para el toque de entrada. Kenma pensaba que el tiempo se detenía cuando la miraba, todo en ella siempre estaba igual, y esa sensación era su favorita. Sus ojos grandes y azules con apenas una arruga debajo, el pelo negro y corto peinado con goma y sus prendas pasteles vestida como un algodón de azúcar.

Kenma respiró hondo y dejó su nintendo a un lado (cerca de su campo de visión). "Todo estaría bien" se dijo así mismo. La profesora Maru estaba bien.

En su salón visualizó solo cinco caras nuevas. Eso también estaba bien. Incluso el aula era la misma, y su asiento también lo era. Todo estaba bien y como siempre.

La profesora Maru dió inicio a su clase retomando los temas que dejaron pendientes los últimos días del semestre anterior. Kenma copiaba hasta la última letra de la pizarra.

La clase de artes era una de sus pocas favoritas. Disfrutaba de hacer garabatos tontos sobre las libretas; que tuviesen demasiado texto le cansaba la vista, por ende comenzó a adornarlas con personajes de videojuegos y gatos. Muchos gatos a decir verdad.

— Antes de que terminemos la clase de hoy — Comenzó a decir la profesora, aún quedaban unos minutos para que el timbre sonará. — explicaré un poco sobre el proyecto de este semestre.

La mayor dió inicio a su breve explicación del proyecto anual. Para este ciclo hablarían sobre la corporeidad y el valor que tenía el cuerpo, cosas como su utilidad y la división entre eso y el alma. La separación disyuntiva entre ambos. Cuerpo y alma ¿qué había con eso?

Kenma lo pensó, o al menos lo intentó. La filosofía era un campo que despertaba su curiosidad, sin embargo sabía que conllevaba un gran trabajo, y esas dos palabras lo aterraban lo suficiente como para no horadar en ello.

Kenma no conocía bien los mensajes de su propio cuerpo. A veces creía en él como un préstamo material solo para poder desplazarse por la Tierra. Tener un cuerpo era cansador muchas veces, y no conocer sus propias necesidades lo dificultaba aún más.

Su alma..., eso era un asunto aún más problemático. Si no se conocía de forma externa mucho menos lo hacía en el interior. Los sentimientos lo confundían, lo enredaban entre hilos finos que amenazaban con el filo de su fineza, asuntos tan delgados pero que juntos eran capaces de cortar como cuchillos. Demasiado problemático.

Así que si, definitivamente ese nuevo proyecto lo iba a volver loco.

— ...y como en este trabajo queremos darnos cuenta de la dicotomía entre alma y cuerpo... — Ahí estaba. Otro nuevo nivel que no tenía previsto. — realizarán el proyecto con una pareja que les voy a asignar.

Su palpitar volvía a ser inconexo. Una inhalación tras otra, siempre una exhalación más larga que la otra. Se imaginó la mano de Kuroo cubriendo su espalda en círculos, imaginarlo cerca le recordaba los tiempos de respiración que debía ejecutar. La voz grave y parsimoniosa de Kuroo le gustaba, era directa y útil para sus ataques de ansiedad porque hacía que el mundo se esclareciera de inmediato.

La profesora Maru dictaba las parejas una por una y el corazón de Kenma se aceleraba expectante a que la sutil voz pronunciara su nombre.

Esperaba que su pareja fuese alguien del curso pasado, entonces no habría tanto problema. Ya conocería su forma de ser y los prejuicios hacia su persona (esta vez), no serían tantos. En cambio, si era alguien nuevo, significaba una revaluación segura. Estar al tanto de su mirada acusatoria todo el tiempo y de lo que pensará sobre él.

— Kenma.. — Una inhalación larga — tú irás con... Keiji, Keiji Akaashi. — Y una exhalación corta.

Los huracanes tienen nombres de personas | KurokenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora