4. Nuevo año, nuevas desgracias

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Kuroo

Kuroo analizaba con detenimiento el nuevo horario sobre su butaca. Sabía que para el final de clase debía elegir un área de especialidad y enfocarse en eso durante el resto del ciclo escolar.

Quinientos diez millones de kilómetros cuadrados media el mundo, y solo tenía cinco opciones de áreas para elegir lo que haría el resto de su vida, o bueno, al menos eso sería si no fuese hijo de sus padres.

Sus ojos espabilaban desalentados sobre la tinta brillante que marcaba el círculo donde se extendía la palabra "Medicina".

Por suerte (o eso era lo que muchos decían), Kuroo era hijo de dos prestigiados doctores. Su madre una obstetra reconocida en la ciudad y su padre un exitoso cirujano. Su vida siempre formada alrededor de la ciencia de la salud. Con una vida así, era más que obvio que el pequeño Kuroo heredaría el imperio médico de la familia continuando con el legado de la dinastía hasta el fin de los tiempos.

Pero el pequeño próximo monarca no pensaba de la misma forma. Y ahora que había crecido, el pensamiento no era tan distante.

Era aún peor. A sus diecisiete años no sabía lo que quería.

— Ey! Kuroo — La irreconocible voz de su amigo Yaku le hizo apartar la mirada del papel arrugado entre sus manos. — después de clases iremos a la Cineteca — hablaba acelerado y con una gran sonrisa en su rostro, a Kuroo se le pegó el entusiasmo por un instante. — ¡ya tienen las dos partes de las reliquias de la muerte! ¿Vienes? — le hizo la pregunta, su sonrisa extendiéndose hasta sus pómulos rosáceos.

Kuroo iba a aceptar casi de inmediato, pero en tal momento, un ruidoso estruendo hizo vibrar las ventanas del aula, entonces divisó el chubasco que escurría afuera.

— Lo siento...

— ¿Te quedarás con Kenma verdad? — Concluyó Yaku después de verle analizar las gotas de lluvia de aquella forma.

— ¿Es normal que llueva tanto? — Kuroo preguntó. Su pregunta convirtiéndose en una afirmación indirecta para su amigo.

— Te encanta que llueva. — Yaku sonrió de nueva cuenta y sus ojos casi rodaron. No había segunda opción cuando se trataba del rubio — Asegúrate de que Kenma no se desvele jugando, y tú no te desveles cuidando de él. Tenemos práctica mañana. — Sus advertencias volando hasta los aposentos de Kuroo.

— Creí que yo era el capitán. — Contratacó antes de que Yaku alcanzara su lugar en el aula.

— Y como vice-capitán solo me aseguro de que no hagas un desastre. No piensas en nada cuando estás con él — concluyó lo bastante lejos para que Kuroo no pudiese responderle de vuelta.

Era cierto. Cuando Kenma estaba a su lado no podía pensar en más nada. Como si se consumiera en cera, derritiéndose junto a la chimenea de la sala mientras lo observaba jugar en silencio.

— Buenos días jóvenes — Kuroo bostezó largo.

La clase de sociales era su primera clase.

Una sonrisa fugaz le surcó el rostro, al constatarse de que ni la lluvia podría llevarse sus augurios.

Las desgracias eran sus mejores amigas desde siempre, pero se consolaba así mismo con el hecho de que, justo ahora, Kenma estaba disfrutando de una tranquila y muy divertida clase de artes. Era como si Kuroo se permitiese absorber las desgracias contrarias para convertirlas en suyas.

— Antes de comenzar con los temas programados para el día de hoy — el profesor dio una breve pausa para menguar su voz.

Enserio odiaba la clase de Sociales.
Entendía el por qué la importancia de dicha materia claro, pero es que tanta palabrería técnica le taladraba la cabeza. Comprendía los fenómenos sociales porque estaban ahí, a su alrededor. Era meticuloso y, a decir verdad, le agradaba adentrarse en las raíces del problema y escarbar entre la hierba, pero le resultaba algo innecesario ser tan filosóficos al respecto.

—me gustaría presentarles a su nuevo compañero. — completó por fin el viejo profesor.

Kuroo, que ya estaba recostado sobre su pupitre, levantó la vista en un solo movimiento. La incertidumbre se hizo cargo de sus impulsos. ¿Desde hace cuándo el colegio aceptaba transferencias a mitad de ciclo?

Entonces miro al frente. Sus ojos bañados en curiosidad.

Examinó con minucia al chico que permanecía inquieto en la explanada, a un lado del profesor. Los iridiscentes ajenos le robaron la atención, eran de un color ámbar, semejantes a los de Kenma, aunque a profundidad, el color se volvía más opaco en el centro, contrarios a los de su mejor amigo que siempre llameaban con ese brillo intenso. A Kuroo lo recorrió un escalofrío tras recordar la perpetua mirada capaz de dejar helado a cualquier contrincante.

El cabello fue el segundo rasgo llamativo que encendió su curiosidad. Lo tenía encrespado y azabache con rayos blancos que le acentuaban cada facción del rostro y le restaban puntos de intimidación a esa fisonomía atlética brutal, al igual que sus expresiones genuinamente amigables. Sonreía de par en par y lucía casi maravillado. Parado ahí. Enfrente de todos. En la clase de s o c i a l e s.

— Bokuto Kotaro — El exalto en su voz sorprendió a todos. Esa ancha sonrisa radiaba por sí sola. Kuroo se preguntó si seguiría lloviendo si ese tal Bokuto salía ahora mismo al patio y le sonriera al cielo — Un placer conocerlos a todos.

Kuroo divisó un par de risas reprimidas. Una incomodidad creciente se extendió en el lugar pues Bokuto parecía resaltar mucho, lo suficiente como para sobrepasar los límites de lo comúnmente aceptable.

Kuroo tuvo un malestar en la garganta que lo llevó a tragar en seco.

Aún así su mirada no se despegó del peligris ni un segundo, ni siquiera cuando el profesor le asignó un asiento en el aula y comenzó con toda su palabrería acerca de Hobbes y el maldito Leviatán. Kuroo no pudo concentrarse ni una sola vez en la primera clase de su primer día.

¿Cómo se suponía que elegiría su destino si ni siquiera sabía en dónde tenía la cabeza?

Los huracanes tienen nombres de personas | KurokenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora