Capítulo 4: Lazos en la tempestad

3 3 0
                                    

Meredith Wells

Meredith Wells

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Amelia

Sabía que ya había pasado del mediodía, pero no tenía ninguna intención de levantarme de la cama. Estaba acostada, mirando el techo de mi habitación, tratando de encontrar algún consuelo en la familiaridad de las sombras en la pared. El compromiso con Luca se cernía sobre mí como una nube oscura, apagando cualquier chispa de alegría que intentara encenderse en mi corazón.

Sentía una tristeza profunda y una resignación que se clavaban en mi pecho. ¿Cómo había llegado a este punto? Mi vida parecía una serie de eventos fuera de mi control, y ahora estaba atrapada en un destino que no había elegido. No podía evitar sentirme como una marioneta, movida por los hilos invisibles de las expectativas familiares y las obligaciones impuestas.

Cada vez que pensaba en la boda, una mezcla de miedo y desesperación me invadía. ¿Qué clase de vida me esperaba con Luca? Apenas lo conocía, y lo que sabía de él no me llenaba de esperanzas. Sería una vida de restricciones y expectativas, una jaula dorada donde mi voz y mis deseos no tendrían cabida.

Los rayos de luz se colaban por la gran ventana cubierta por una cortina, proyectando líneas doradas sobre el suelo de mi habitación. La luz parecía burlarse de mi estado de ánimo, iluminando la habitación mientras yo me sentía sumida en la oscuridad. El contraste era casi doloroso.

Me di vuelta en la cama, abrazando mi almohada con fuerza, como si pudiera encontrar en ella una respuesta o un alivio a mi angustia. Sabía que no podía seguir así, que eventualmente tendría que levantarme y enfrentar el día. Pero en ese momento, la tristeza y la resignación pesaban demasiado.

Mis pensamientos volvían una y otra vez a Luca. Su rostro serio y sus ojos oscuros me intimidaban. No podía evitar preguntarme si alguna vez podría llegar a conocerlo realmente, o si siempre sería un extraño, una figura distante con la que tendría que compartir mi vida. La idea de vivir así, sin amor, sin libertad, me aterrorizaba.

Me incorporé lentamente, apoyándome en los codos, y miré alrededor de mi habitación. Cada rincón, cada objeto, me era familiar y, sin embargo, sentía que pronto todo esto me sería arrebatado. La vida que conocía estaba desapareciendo ante mis ojos, reemplazada por una incertidumbre que me asfixiaba.

Debía encontrar una forma de sentirme viva, aunque solo fuera por un corto tiempo. Necesitaba algo que me recordara que aún tenía el control de mi propia existencia, al menos por un momento. Con ese pensamiento, tomé una decisión. Busqué mi teléfono en la mesita de noche y llamé a Meredith. Necesitaba hablar con ella, compartir mis temores y encontrar algo de consuelo.

-Mer, ¿tienes un momento? -pregunté, tratando de mantener la voz firme.

- ¡Claro, Amelia! ¿Qué pasa? -respondió con su habitual entusiasmo.

-Necesito hablar contigo. ¿Puedes venir a mi casa?

-Por supuesto, estaré allí en veinte minutos.

Colgué el teléfono y me dejé caer de nuevo sobre la cama, sintiendo una pequeña chispa de alivio. Ella siempre sabía cómo hacerme sentir mejor. Tal vez, con su ayuda, podría encontrar una manera de disfrutar este último mes de libertad antes de que mi vida cambiara para siempre.

Entre Sombras y EspejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora