Prologo; La Fuerza en la Tormenta

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El joven Jesús, cuyo corazón vibraba al ritmo de las melodías. Vivía en un pequeño pueblo anidado entre montañas, donde el clima frío se entrelazaba con la bruma matinal. Su madre, una mujer fuerte y amorosa, cuidaba de él y de su pequeña hermanita Carina. Pero la vida de Jesús estaba a punto de cambiar. La adolescencia lo encontró atrapado en sus pensamientos. Las hormonas revolucionaron su mente, y los sentimientos se agolparon como olas en una tormenta. El amor, la tristeza, la esperanza: todo se mezclaba en su interior como notas discordantes en una partitura.

En la escuela secundaria, se convirtió en un solitario. No por elección, sino porque su mundo interior era demasiado vasto para compartirlo con otros. Los pasillos bulliciosos se volvieron un laberinto de voces y risas. Jesús prefería la tranquilidad de la biblioteca, donde los libros eran sus confidentes.

Una tarde de primavera, encontró un viejo piano en el rincón más oscuro de la biblioteca. Las teclas estaban desgastadas, pero aún resonaban con magia. Jesús se sentó frente al instrumento y dejó que sus dedos buscaran las notas. La música fluyó como un río, liberando sus emociones atrapadas.

Pero, meses después, el divorcio de sus padres marcó un quiebre en su mundo. La casa que conocía, llena de risas y canciones, se desvaneció como una partitura al viento. La mudanza a la ciudad fue inevitable. Jesús dejó atrás las montañas y los arroyos, llevando consigo su sueño: ser músico.

La capital lo recibió con sus calles bulliciosas y sus edificios altos. Jesús anhelaba ingresar a la prestigiosa academia de música, pero el dinero era un muro imposible. Sin embargo, la vida es a veces como una sinfonía impredecible. 

Más tarde, en la ciudad, cuando Jesús conoció al director de la academia, tuvieron una conversación que cambiaría su vida. El director de la academia, un hombre de mirada sabia le ofreció una oportunidad: trabajar en la remodelación del edificio a cambio de su inscripción. Jesús aceptó sin dudarlo.:

—Señor, me encantaría estudiar aquí, pero no tengo los medios para pagar la inscripción —dijo Jesús con sinceridad.

El director lo miró con ojos sabios y respondió:

—Veo pasión en tus ojos, joven. Te propongo un trato: trabaja en la remodelación del edificio y a cambio, te inscribiré en la academia.

Jesús no pudo contener su emoción.

—¡Acepto! Haré lo que sea necesario para cumplir mi sueño.

Así comenzaron sus días incansables. Pintaba paredes, recogía escombros en el jardín y afinaba cada detalle. El edificio renacía con colores vivos y notas invisibles. Jesús se sumergía en su labor, como si cada pincelada fuera una nota musical. Jesús, con sus manos manchadas de pintura y su corazón lleno de esperanza, se sumergió en la tarea de renovar la academia de música. Cada pincelada, cada nota afinada, era un paso hacia su sueño. El director, observándolo desde la distancia, parecía entender que la pasión de Jesús trascendía las partituras y los ladrillos.

Una tarde, mientras ajustaba las cuerdas de un viejo piano de cola, Jesús sintió una presencia detrás de él. Se giró y se encontró con una mujer de cabello plateado y ojos brillantes. Vestía un abrigo largo y sostenía un violín en su estuche.

"¿Eres el joven que trabaja aquí?", preguntó la mujer. Jesús asintió, sorprendido por su elegancia y su aura misteriosa. "Soy  la señora Maria", dijo ella. "También soy alumna de esta academia. He escuchado tus melodías mientras trabajas. Tienes talento".

Jesús sonrió, halagado y nervioso al mismo tiempo. Elena le ofreció el violín. "Tócalo", le instó. "Permíteme escuchar tu alma a través de la música". Jesús aceptó el desafío y tomó el instrumento. Las cuerdas vibraron bajo sus dedos, y una melodía surgió, como si el violín hubiera estado esperando por él.

Más Allá de las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora