apuesta

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Se está secando el cabello después de una rápida ducha tras culminar su práctica cuando escucha el reconocido trote de Lando acercándose a él. Sus oídos no lo engañan, ha pasado suficiente tiempo al lado del inglés conociendo cada uno de sus aspectos y características como para poder diferenciar sus pasos rebosantes de alegría de los demás, una habilidad que adquirió con años de práctica y hermanas metiche que no saben tocar la puerta; su compañero viste su nomex amarrado a la cintura y en su rostro se ven reflejadas las gotas de sudor, hace un calor insufrible y molesto, pero eso no borra la sonrisa que tiene dibujada en la cara.

Oscar no es estúpido, sabe lo que significa cuando Lando sonreía de esa forma y eso era problemas. El moreno aparentaba normalidad e inocencia juvenil, con esos ojos grandes y esa sonrisa altanera como coqueta ¿quién podría sospechar de alguien así? Exactamente, nadie. Sin embargo, Oscar lleva conociendo a ese maldito bastardo por varios años y sabe muy bien que no era de fiar cuando se trataba de apuestas y castigos.

Lando sacaba las peores ideas de lugares que Oscar no quiere tener conocimiento.

Huh. ¿Por qué tuvo que aceptar esa estúpida apuesta? Pudo haber dicho no y largarse de esa tonta conversación que estaban teniendo Carlos y Lando. Pero, ah no, tenía que ser el gato que la curiosidad mató y ahora pagaba las consecuencias.

Porque es claro que Lando podrá olvidar muchas cosas, pero nunca una puesta y mucho menos el castigo que conllevaba al perderla.

"No creas que lo haya olvidado, Oscar", se burla de él con claro cinismo. Quiere quitarle la sonrisa con un gancho en el estómago o un golpe directo con su toalla en la cara, pero se dice a sí mismo que no era el lugar ni el momento.

"¿De qué hablas? Yo no recuerdo nada." Dice Oscar, fingiendo demencia mientras lanza la toalla dentro de su driver room.

"¡Hazte el tonto, Piastri! Finge lo que quieras, pero perdiste la apuesta y ahora debes pagar por ello." Lando le da un ligero golpe en el hombro, algo común entre ellos como muestra de amistad y camaradería, aunque Oscar comienza a pensar que era todo lo contrario.

"¿No podemos negociar el castigo?", pregunta. No era un cobarde, no Señor, aprendió del mejor piloto a cómo tomar al toro por los cuernos y a superar sus propios miedos, pero, con toda sinceridad, le daba pavor lo que estaba obligado a hacer.

Y Lando, como el maldito que es, responde con una negativa al menear la cabeza. "Ayer quedó muy en claro que no se pueden negociar los castigos, Oscar. Me diste tu palabra de que lo harás, no te puedes echar para atrás. Además, será divertido."

Divertido, sí cómo no. No era él al que posiblemente le metan una demanda por acoso, orden de restricción y puntos en la superlicencia sin siquiera estar dentro de su monoplaza. Estaba a punto de hacer la mayor de las estupideces y Lando creía que sería divertido.

El maldito se ríe para acabar.

Comienza con algo pequeño, un jadeo, un bufido, hasta escalar a una sólida carcajada que se convierte en una fuerte risotada que llama la atención de más de uno de los ingenieros en el motorhome, el cuerpo larguirucho del inglés se retuerce y tropieza con sus propios pies en el momento que intenta bajar las escaleras del edificio. Lando intenta amortiguar el sonido de su risa con una mano en su boca y tranquilizar su cuerpo con la otra mano en su estómago, pero falla en la tarea y ahora casi todo el mundo que camina a su alrededor los miran.

"En serio, Norris, cállate maldita sea". Implora entre dientes Oscar.

"L-Lo siento hombre."

Si no fuera porque los dos son pilotos, pensarían que eran locos del centro de una ciudad atiborrada. Notó que más de una persona los miró raro. Cielos. Qué vergüenza.

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