Capítulo 10

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Dos segundos después Violeen se vio con alivio ante la puerta de su casa. Seguía con una asesina prófuga agarrada a ella mientras se desangraba, pero al menos en terreno conocido.

Abrió la puerta sin soltar a Bellatrix y entraron las dos. La ayudó a llegar hasta el sofá y ahí la tumbó. La mortífaga temblaba, a Violeen la admiraba que todavía no se hubiese desmayado, aunque tenía los ojos cerrados.

—Vale, necesito ver la herida... —murmuró.

Bellatrix no respondió, ni siquiera la oía. Violeen contempló el vestido —corsé, varias capas y nudos en la espalda— y no comprendió cómo funcionaba. Optó por emplear un conjuro desvanecedor y al momento el vestido cayó al suelo. Con la bruja en ropa interior, Violeen pudo examinar la herida.

No le pareció casualidad que fuese grave pero no letal; no había rozado ningún órgano. Dumbledore lo había hecho con esa intención. Atrapar a Bellatrix no era su objetivo, lo que él quería era que confiase en Violeen. La chica le había escrito en el diario que no confiaba en ella y el mago le prometió buscar la forma de acelerar el proceso. Había optado por la más peligrosa.

—Vamos a ver qué puedo hacer —murmuró Violeen concentrándose.

Colocó las manos sobre la herida y empezó a canalizar su magia para cerrarla y sanarla. No lo hizo por seguir el plan de Dumbledore, lo hizo por instinto. Esa mujer era un ser humano (no de los mejores, estaba claro) y Violeen no podía quedarse de brazos cruzados mientras moría. Así la educaron sus padres.

Estuvo varios minutos así, con los ojos cerrados y la mente casi en blanco, centrada en su labor. En el proceso Bellatrix perdió la consciencia definitivamente. Pero Violeen lo consiguió. Cuando volvió a mirar, no había rastro de la herida, solo un profundo enrojecimiento en la zona.

—Eso se irá pronto —murmuró satisfecha—. Ahora necesitarías una poción reabastecedora de sangre, pero creo que no tengo...

Revisó su botiquín y confirmó que no tenía, solo guardaba soluciones para problemas menores y más comunes. No había contado con que alguien se desangrase en su sofá. Pese a ser una pocionista sobresaliente, esa poción tardaba meses en elaborarse. No había tiempo. Ir a San Mungo a pedir una tampoco era una opción: ya había testigos que la habían visto con mortífagos, no podía correr riesgos.

—La compraré mañana en la botica del callejón —murmuró—. Vamos a ver qué otra cosa tengo...

Cerró el botiquín y abrió el armario de las infusiones. Puso a hervir el agua para preparar un té y después seleccionó un par de pociones relajantes de las que fabricaba ella misma. Vertió un par de gotas en la mezcla y lo removió bien. Colocó con cuidado la tetera sobre la mesita e invocó una taza.

—¿Qué lleva eso?

Bellatrix volvía a estar consciente y con ella su sempiterna desconfianza. Ni siquiera enfocaba bien, todo estaba borroso, pero distinguía el humo purpura que emanaba la infusión.

—Es té de jazmín, es relajante —explicó Violeen mientras servía una taza y la colocaba entre las manos de la mortífaga.

—Te he visto echarle... algo raro —replicó la bruja olisqueándolo.

—Es para que te relajes y duermas mejor. Una poción que hace que el cerebro no sienta el dolor físico y otra que hace que tengas sueños agradables.

—No existen esas pociones.

—Si tú lo dices...

—Existen las que mitigan el dolor y la poción de sueño sin sueños, pero nada de sueños alegres ni rollos del cerebro.

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