Por la mañana, mientras se recuperaba de sus andanzas
nocturnas, Colorado volvió a tener el sueño del ratón, aún
más vivido que antes. Libre de su collar, a la luz de la luna,
acechaba a la asustadiza criatura. Pero en esa ocasión era
consciente de que lo estaban vigilando. Reluciendo entre
las sombras del bosque, vio docenas de ojos amarillos. Los
gatos del clan habían entrado en su mundo soñado.
Colorado despertó, parpadeando por la brillante luz
que se derramaba sobre el suelo de la cocina. Sintió el pelo
pesado y pegajoso de calor. Tenía el comedero lleno has-
ta arriba, y el bebedero limpio y rellenado con el agua de
sabor amargo de los Dos Patas. Él prefería beber en los
charcos de fuera, pero cuando hacía calor o tenía mucha
sed, debía admitir que era mucho más sencillo ir a su reci-
piente. ¿De verdad sería capaz de abandonar aquella vida
tan cómoda?
Comió y luego salió al jardín por la gatera. El día pro-
metía ser cálido, y el aire del jardín estaba cargado con el
aroma de las primeras flores.
-Hola, Colorado -maulló alguien desde una valla.
Era Tiznado-. Deberías haberte levantado hace una hora.
Los polluelos de gorrión han salido a estirar las alas.
-¿Has cazado alguno?
Tiznado bostezó y se relamió la nariz.
-No tenía ganas de tomarme esa molestia. Ya he comi-
do bastante en casa. De todos modos, ¿por qué no has salido
antes? Ayer te quejabas de que Henry se pasa el tiempo
durmiendo, pero hoy no eres mejor que él.
Colorado se sentó en la fresca tierra, junto a la valla, y
enroscó pulcramente la cola alrededor de sus patas delan-
teras.
nas y se le esponjaba el pelaje.
y al momento sintió cómo la sangre se agitaba en sus ve-
-Anoche estuve en el bosque-le recordó a su amigo,
Tiznado bajó la vista hacia él con los ojos como platos.
-¡Oh, sí! Lo había olvidado. ¿Cómo fue? ¿Atrapaste
algo? ¿O algo te atrapó a ti?
tarle a su viejo amigo qué había sucedido.
Colorado hizo una pausa, no muy seguro de cómo con-
-Tropecé con unos gatos salvajes empezó.
-Vaya -se asombró Tiznado-. ¿Te metiste en una
pelea?
-Más o menos. -Colorado volvió a sentir una corrien-
te de energía al recordar la fuerza y el poder de los gatos
del clan.
-¿Te hirieron? ¿Qué ocurrió? -quiso saber Tiznado,
ansioso.
-Eran tres. Más grandes y fuertes que ninguno de
nosotros.
-¿Y tú peleaste con los tres? -lo interrumpió Tizna-
do, agitando la cola de emoción.
-¡No!-se apresuró a aclarar Colorado-. Sólo con el
más joven; los otros dos aparecieron más tarde.
-¿Y cómo es que no te hicieron trizas?
-Sólo me dijeron que abandonara su territorio. Pero
luego... -Colorado vaciló.
-¿Qué?-maulló Tiznado con impaciencia.
-Me propusieron que me uniera a su clan.
Los bigotes de Tiznado se estremecieron de increduli-
dad.
-¡En serio! -aseguró Colorado.
-¿Por qué iban a hacer algo así?
-No lo sé. Creo que necesitan patas extra en el clan.
-A mí me suena un poco raro -maulló Tiznado dubi-
tativo-. En tu lugar, yo no confiaría en ellos.
Colorado lo miró. Su amigo blanco y negro jamás ha
bía mostrado interés por aventurarse en el bosque. Estaba
completamente satisfecho viviendo con sus dueños. Nun
ca comprendería el turbulento anhelo que le provocaban
sus sueños una noche tras otra.
-Pues yo sí que confio en ellos -ronroneó suavemen
te-Y he tomado una decisión. Voy a unirme a su clan.
Tiznado saltó de la valla y se encaró con su amigo.
Por favor, no te vayas-maulló alarmado. Me que
daré solo.
Colorado le dio un golpecito afectuoso con la cabeza.
-No te preocupes. Mis dueños se buscarán otro gato.
Harás buenas migas con él. ¡Tú haces buenas migas con
todo el mundo!
-Pero ¡no será lo mismo! -gimió Tiznado.
Colorado agitó la cola con impaciencia.
-Ésa es la cuestión. Si me quedo aquí hasta que me
lleven al Rebanador, yo tampoco seré el mismo.
Tiznado se mostró perplejo.
-¿El Rebanador? -repitió.
-El veterinario. Para que me castren, como le hicieron
a Henry.
Tiznado se encogió de hombros y se miró las patas.
-Pero Henry está bien -repuso entre dientes-. Vale,
es verdad que ahora es un poco más perezoso, pero no es
infeliz. Aún podríamos divertirnos.
A Colorado se le encogía el corazón de pena ante la idea
de dejar a su amigo.
-Lo lamento, Tiznado. Te echaré de menos, pero tengo
que irme.
Tiznado no contestó, pero avanzó un paso y tocó afec-
tuosamente la nariz de su amigo con la suya.
--Muy bien. Ya veo que no puedo detenerte, pero al
menos podemos pasar una última mañana juntos.
Colorado acabó disfrutando de la mañana incluso más de
lo habitual, visitando sus antiguos lugares preferidos con
Tiznado y charlando con los gatos con los que había creci-
do. Todos sus sentidos parecían sobrecargados, como si
estuviera preparándose para dar un gran salto. Conforme
se acercaba la hora en que el sol estaría más alto, empezó
a impacientarse por ver si Corazón de León estaría espe-
rándolo de verdad. El runrún perezoso de sus viejos ami-
gos parecía un débil sonido de fondo; todos sus sentidos
estaban puestos en el bosque.
Colorado bajó de la valla de su jardín por última vez
y se dirigió al bosque. Ya se había despedido de Tiznado.
Ahora todos sus pensamientos estaban centrados en el
monte y los gatos que lo habitaban.
Al llegar al lugar en que se había tropezado con los
del Clan del Trueno la noche anterior, se sentó y saboreó
el aire. Altos árboles resguardaban el suelo del sol de me-
diodía, por lo que estaba confortablemente fresco. Aquí y
allá, algunos rayos solares se colaban entre las hojas e ilu-
minaban el suelo. Colorado percibía el mismo olor a gatos
de la noche anterior, pero no tenía ni idea de si era viejo o
reciente. Alzó la cabeza y olfateó, indeciso.
-Tienes mucho que aprender -maulló una voz pro-
funda-. Incluso el más pequeñín de los cachorros del clan
sabe cuándo hay otro gato cerca.
Colorado vio un par de ojos verdes relucientes debajo
de un zarzal. Entonces reconoció el olor: Corazón de León.
-¿Podrías decirme si estoy solo? —preguntó el atigra-
do rubio, saliendo a la luz.
Colorado se apresuró a olisquear de nuevo el aire. El
olor de Estrella Azul y Zarpa Gris aún seguía allí, pero no
tan fuerte como por la noche. Dubitativo, maulló:
vez.
-Estrella Azul y Zarpa Gris no están contigo esta
-Verdad -respondió Corazón de León. Pero hay
alguien más.
Colorado se puso tenso cuando un segundo gato del
clan entró en el claro.
-Éste es Tormenta Blanca -ronroneó Corazón de
León-. Uno de nuestros guerreros más veteranos.
Colorado miró al recién llegado y sintió un hormigueo
de miedo en la columna. ¿Aquello era una trampa? De cuer-
po largo y musculoso, Tormenta Blanca se situó frente a é
y lo miró desde arriba. Tenía un pelaje blanco muy espeso y
sin marcas, y sus ojos eran amarillos como la arena tostada
por el sol. Colorado agachó las orejas con cautela y tensó los
músculos, preparándose para una pelea.
-Relájate, antes de que tu olor a miedo atraiga una
atención indeseada -gruñó Corazón de León-. Sólo esta-
mos aquí para llevarte a nuestro campamento.
Colorado se quedó muy quieto, sin atreverse apenas a
respirar, mientras Tormenta Blanca acercaba la nariz
olisquearlo con curiosidad.
para
-Hola, joven —murmuró el guerrero blanco—. He
oído hablar mucho de ti.
Colorado bajó la cabeza a modo de saludo.
—Vamos, podremos hablar más cuando estemos en
el campamento-ordenó Corazón de León y, sin ninguna
pausa, él y Tormenta Blanca se internaron a saltos en la
maleza.
Colorado se puso en pie de un brinco y los siguió tan
rápido como pudo.
Los dos guerreros no le hicieron concesiones mientras
atravesaban el bosque a toda velocidad, y al poco Colorado
estaba luchando por seguir su paso. El ritmo de los guerre-
ros apenas disminuyó mientras lo conducían por encima
de árboles caídos; ellos los salvaban con un solo salto, pero
Colorado tenía que trepar y bajar por el otro lado. Cruza-
ron una zona de pinos de penetrante fragancia, donde tu-
vieron que sortear profundos surcos producidos por el co-
medor de árboles de los Dos Patas. Desde la seguridad de
la valla de su jardín, Colorado lo había oído rugir y gruñir
en la distancia a menudo. Una de las zanjas era demasia-
do ancha para saltarla, y estaba medio llena de un agua
titubeos.
fangosa y pestilente. Los gatos del clan la vadearon sin
Colorado jamás había puesto una pata en el agua.
Pero estaba decidido a no mostrar signos de debilidad, de
modo que entornó los ojos y siguió adelante, procurando
no pensar en la desagradable humedad que le empapaba
la barriga.
Corazón de León y Tormenta Blanca se detuvieron por
fin. Colorado frenó con un patinazo tras ellos, y se quedó
jadeando mientras los dos guerreros subían a una roca en
el borde de un barranco.
-Ya estamos muy cerca de nuestro campamento-mau-
lló Corazón de León.
Colorado hizo un esfuerzo por ver señales de vida-mo-
vimiento de hojas, destellos de pelaje entre los arbustos de
abajo, pero sus ojos no vieron nada, excepto la misma
vegetación que cubría el resto del bosque.
Utiliza tu nariz. Debes acostumbrarte a olerlo-si-
seo Tormenta Blanca con impaciencia.
Colorado cerró los ojos y olfateó. Tormenta Blanca te-
nía razón. Allí los aromas eran muy diferentes del olor a
gatos al que estaba acostumbrado. El aire olía más fuerte,
lo que hablaba de muchos gatos distintos.
Asintió muy serio y anunció:
-Huelo a gatos.
Corazón de León y Tormenta Blanca intercambiaron
una mirada divertida.
-Llegará un tiempo, si eres aceptado en el clan, en que
conocerás el olor de cada gato por su propio nombre-mau-
lló Corazón de León-. ¡Sígueme!
Bajó ágilmente por las piedras hasta el fondo del ba-
rranco y se abrió paso entre una densa extensión de au-
lagas. Lo seguía Colorado, y Tormenta Blanca cerraba la
comitiva. Mientras la espinosa aulaga le rozaba los flancos,
Colorado bajó la vista y advirtió que la hierba que pisaba
estaba aplastada: era un sendero amplio y muy oloroso.
Debía de ser la entrada principal del campamento.
Más allá de las aulagas se abría un claro. El suelo del
centro estaba pelado; sólo era tierra dura, modelada por
muchas generaciones de pisadas. Aquel campamento lle-
vaba mucho tiempo allí. El claro, salpicado de sol, estaba
cálido y sereno.
Colorado miró alrededor con los ojos muy abiertos. Ha-
bía gatos por todas partes, sentados solos o en grupos, com-
partiendo comida o ronroneando mientras se lamían unos
a otros.
partir lenguas -explicó Corazón de León.
momento del día en que hace más calor, es la hora de com
-Justo después de que el sol llegue a lo más alto, el
-¿Compartir lenguas? -repitió Colorado.
-Los gatos del clan siempre pasan un tiempo laván
dose unos a otros e intercambiando las novedades del día
-dijo Tormenta Blanca-. A eso lo llamamos compartir len
guas. Es una costumbre que mantiene unidos a los miem
bros del clan.
Era evidente que los gatos habían percibido el olor fo-
rastero de Colorado, pues empezaron a volver la cabeza en
su dirección y a mirarlo con curiosidad.
De repente, Colorado sintió vergüenza de cruzar la
mirada con cualquier gato, de modo que echó un vistazo
al claro. Estaba bordeado de hierba espesa, con tocones de
árbol esparcidos y un tronco caído. Una gruesa cortina
de helechos y aulagas protegía el campamento del resto
del bosque.
-Ahí se encuentra la maternidad -maulló Corazón
de León, señalando con la cola una maraña de zarzas de
aspecto impenetrable-. Es donde se cuida a los cachorros.
Colorado dirigió las orejas hacia los arbustos. No podía
ver a través de las enredadas ramas espinosas, pero oyó
el maullido de varios gatitos en algún punto del interior.
Mientras observaba, una gata leonada salió retorciéndose
por un pequeño hueco de la parte delantera. «Ésta debe de
ser una de las reinas», pensó Colorado.
Una reina atigrada con manchas negras apareció por
detrás del zarzal. Las dos gatas intercambiaron un lame-
tazo amistoso entre las orejas antes de que la atigrada se
metiera en la maternidad, murmurando a los llorosos cachorros
-Todas las reinas comparten el cuidado de nuestras
crías -maulló Corazón de León-. Todos los gatos sirven
al clan. La lealtad al clan es la primera ley de nuestro códi-
go guerrero, una lección que debes aprender rápidamente si deseas quedarte con nosotros.
—Aquí llega Estrella Azul -anunció Tormenta Blanca
olfateando el aire.
Colorado también olfateó el aire, y lo alegró ser capaz
de reconocer el olor de la gata gris un momento antes de
que emergiera desde la sombra de una gran roca que había
junto a ellos, a la entrada del campamento.
-Ha venido-ronroneó Estrella Azul, dirigiéndose a
los guerreros,
-Corazón de León creía que no vendría-replicó Tor-
menta Blanca.
Colorado notó que la punta de la cola de la líder se
agitaba de impaciencia.
-Y bien, ¿qué pensáis de él?-preguntó Estrella Azul.
-Ha aguantado el ritmo del trayecto de vuelta, pese a
ser algo canijo-admitió Tormenta Blanca-. La verdad es
que parece fuerte para ser un minino doméstico.
-Entonces, ¿estamos de acuerdo? -Estrella Azul miró
a Corazón de León y a Tormenta Blanca.
Ambos gatos asintieron.
-En ese caso anunciaré su llegada al clan. -La líder
saltó a la roca y aulló-. Que todos los gatos lo bastante
mayores para cazar sus propias presas vengan aquí, bajo
la Peña Alta, para una reunión del clan.
Su nítida llamada atrajo a todos los gatos, que acu-
dieron surgiendo como sombras líquidas desde los extre-
mos del claro. Colorado permaneció donde estaba, flan-
queado por Corazón de León y Tormenta Blanca. Los demás
se acomodaron bajo la Peña Alta y miraron expectantes a
su líder.
Colorado sintió una oleada de alivio al reconocer entre
los gatos el grueso pelaje ceniciento de Zarpa Gris. Junto a
él se hallaba una joven reina moteada, con la cola de punta
negra perfectamente enroscada sobre sus pequeñas patas
blancas. Detrás de ellos había un enorme atigrado de color
gris oscuro, cuyas rayas negras semejaban sombras sobre
un suelo de bosque iluminado por la luna.
Cuando todos los gatos guardaron silencio, Estrella
Azul habló.
-El Clan del Trueno necesita más guerreros -em-
pezó . Hasta ahora, nunca habíamos tenido tan pocos
aprendices entrenando. Se ha decidido que el Clan del

Trueno acepte a un forastero para entrenarlo como gue.
Colorado oyó murmullos de indignación entre los ga
tos del clan, pero Estrella Azul los silenció con un firme
rrero...
aullido.
-He encontrado a un gato dispuesto a convertirse en
aprendiz del Clan del Trueno.
-¡Qué afortunado es de convertirse en aprendiz!-bra-
mó una fuerte voz por encima de los susurros conmociona
dos que se extendían entre los presentes.
Colorado ladeó la cabeza y vio que un atigrado claro se
había puesto en pie y miraba desafiante a su líder.
Estrella Azul no hizo ningún caso al atigrado y se di-
rigió a todo su clan:
en que
-Corazón de León y Tormenta Blanca ya han cono-
cido a este joven gato, y ambos coinciden conmigo
deberíamos entrenarlo junto con los otros aprendices.
Colorado miró a Corazón de León y luego al clan, y des-
cubrió que todos los ojos estaban clavados en él. Sintió un
hormigueo y tragó saliva nerviosamente. Hubo un momen-
to de silencio. Colorado estaba seguro de que todos podían
oír los latidos de su corazón y percibir el olor de su miedo.
Al cabo, un crescendo de maullidos se elevó entre los
reunidos.
-¿De dónde viene?
¿A qué clan pertenece?
-¡Qué olor tan raro tiene! ¡No es el olor de ningún clan
que yo conozca!
Y luego un aullido en particular sonó por encima de
los demás:
-¡Mirad su collar! ¡Es un minino de compañía! -El
atigrado claro de nuevo-. Una mascota siempre es una mas-
cota. Para defenderse, este clan necesita guerreros nacidos
en libertad, no otra boca delicada que alimentar.
oído:
Corazón de León se agachó y le susurró a Colorado al
-Ese atigrado es Rabo Largo. Huele tu miedo. Igual que
todos los demás. Debes demostrarle a él y a los otros que tu
miedo no te frenará.
Pero Colorado no podía moverse. ¿Cómo iba a demos-
trarles a aquellos fieros gatos que no era sólo un minino
casero?
El atigrado continuó mofándose de él.
—Tu collar es una marca de los Dos Patas, y ese rui-
doso campanilleo hará de ti, en el mejor de los casos, un
mal cazador. Y en el peor, atraerá a los Dos Patas a nuestro
territorio, en busca de su pobrecita mascota perdida que
inunda el bosque con su penoso tintineo.
Todos los gatos coincidieron entre resoplidos.
Rabo Largo prosiguió, consciente de que contaba con el
apoyo de la audiencia:
-El sonido de tu cascabel traidor alertará a nuestros
enemigos, ¡eso si no lo hace tu hedor a Dos Patas!
Corazón de León volvió a susurrar al oído de Colorado:
-¿Te amilanas ante un desafío?
Colorado seguía sin moverse. Pero ahora estaba inten-
tando averiguar la posición de Rabo Largo. Allí estaba, jus-
to detrás de una reina marrón oscuro. Colorado agachó las
orejas, entornó los ojos y, bufando, saltó entre los sorpren-
didos gatos para abalanzarse sobre su torturador.
El ataque de Colorado pilló desprevenido a Rabo Lar-
o, que trastabilló de lado, perdiendo pie en la seca y dura
tierra. Rabioso y desesperado por demostrar su valor, Co-
lorado le clavó uñas y dientes al atigrado. No hubo sutiles
rituales de golpes y empujones antes del enfrentamiento.
Debatiéndose y chillando, ambos se enzarzaron en una pe-
lea que fue dando vueltas enloquecidas por el claro, en el
corazón del campamento. Los otros gatos tenían que apar-
tarse corriendo de su camino para evitar aquel aullante
remolino de pelo.
  Mientras arañaba y luchaba, Colorado advirtió que sentía miedo. Entre la sangre que retumaba en sus oídos, percibió los gritos de entusiasmo de los gatos que los rodeaban.
  De pronto, notó un creciente dolor en su cuello. Rabo Largo estaba tirando de su collar con fuerza. Incapaz de respirar, fue presa del pánico.  Se retorcio y revolco, pero cada movimiento aumentaba la presión es su cuello. Con arcadas y boqueando en busca de aire, gasto sus últimas energías para librarse de Rabo Largo. Y de repente, Rabo Largo lo soltó y se abalanzó sobre Colorado. En un rápido movimiento el gato atigrado rasgo la oreja de Colorado.
  Los dos gatos retrocedieron, el macho rojizo podía apreciar el orgullo en los ojos de Rabo Largo y la decepción en los ojos de Estrella Azul.
-Todos apreciamos lo que acaba de suceder- empezó Estrella Azul -Colorado por más inteligente y hábil que sea, no es digno de que esté en el clan del trueno- Maullo con una pizca de dolor en sus palabras -Mandare a Rabo Largo a que lo escolte fuera del campamento y de ahí, Colorado decidirá su destino.
  Cuando la líder terminó, los gatos se fueron separando en grupos para discutir lo sucedido. Rabo Largo fulmino con la mirada a Colorado, indicándole que era hora de irse.
  El gato rojizo caminaba con la cabeza gacha y cada tanto pasándose su pata por la oreja, noto lo profunda que era la herida y sabía que tardaría en sanar. Rabo Largo iba caminando seguro, hasta que no daba más de aburrimiento y se largo a correr.
  Chocaron justo al frente del sendero atronador, que separaba al Clan del Trueno con el Clan de la Sombra.

AVISOS (no forma parte del libro)
•gracias por llegar hasta acá, porfin cambia la historia y ya no va a ser complicada de leer 👹.
•IGNORAR ERRORES DE ORTOGRAFIA PQ NO LOS VOY A CORREGIR.
•luchen en los comentarios para ver si Colorado cuando sea guerrero se llame:
☆Garra Oxidada
☆Garra de Óxido

Profecía RotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora