𝕻𝖗𝖊𝖋𝖆𝖈𝖊: 𝖛𝖆𝖑𝖆𝖗 𝖒𝖔𝖗𝖌𝖍𝖚𝖑𝖎𝖘

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Prólogo:
Valar morghulis

Daenerys Stormborn
Qarth, Ciudades libres
Año 299 d.c

He sido una hija perdida por demasiado tiempo, el apellido que alguna vez proclamaba grandeza y poder a mí lo único que me ha traído es dolor y sufrimiento, la guerra me ha estado persiguiendome desde los primeros años de mi vida, o quizás desde siglos enteros antes de que naciera. Robert Baratheon inicio una guerra por la que perdí el derecho de mi nacimiento al trono ¿o debería decir el derecho de mis hermanos? Porque por supuesto, las mujeres no podemos sentarnos en el trono de hierro. No podíamos, seré yo quien cambie la regla.

Después de todo así fue como empezó la perdición de mi familia hace ya tanto tiempo, por la osadía -sarcasmo incluido- de poner a una mujer en el trono sobre su hermano mayor, Rhaenyra Targaryen. Mis antepasados vivieron una guerra de sucesión que lo único que consiguió fue debilitarnos al punto de que aún hoy puedo ver las secuelas.

Pero en mi exilio, mientras me veo obligada a habitar tierras lejanas y dejar el que siempre debió ser mi hogar aprendí una cosa, una frase mejor dicho Valar morghulis, una creencia muy fuerte en este lugar: Todos los hombros deben morir.

Así lo han hecho, todos y cada uno de los responsables de mi lucha han muerto. Robert Baratheon. Eddard Stark. Mis hermanos Rhaegar y Viserys. Mi esposo Khal Drogo. Todos llamados por el extraño para rendir cuentas. Enviados a las tierras nocturnas.

Yo también estuve muy cerca, después de la muerte de mi esposo y la pérdida de mi primogénito ya no me quedaba mucho, solo tres huevos de dragón petrificados, un sueño perdido desde que los dragones se extinguieron hasta que volvieron, gracias a mí y mi sacrificio.

Atravesé esas llamas sabiendo que había una gran posibilidad de que muriera incinerada en ellas pero cuando no tienes nada que perder y todo que ganar el riesgo lo vale. La suerte o quizás la magia estuvieron de mi lado, salí de la hoguera con un nuevo título: La que no arde. Pero lo más importante, también salí de las llamas con mis tres hijos, Drogon, Rhaegal y Viserion.

Valar morghulis más que una frase profética es un hecho exacto y realista, ¿la diferencia? Yo no soy un hombre. Los dioses me profirieron una segunda vida para luchar por todo lo que me han quitado y junto a mis hijos lucharé con fuego y sangre por conseguirla. Es por eso que ahora, en esta ciudad austera no voy a permitir que intenten separarme de mis bebés, que intenten robarmelos.

Pensaron que podían esconder a mis dragones en una Casa de fantasmas y asustarme para no ir por ellos por temor a la magia. Que equivocados están, no son los únicos mágicos en este lugar.

—¿Quieres asustarme con trucos de magia? —grito a la nada en esta piramide oculta—. ¿Me quieren? ¡Aquí estoy! ¿Tienen miedo de una pequeña niña?

Recorro este lugar recóndito y desolado sin tener una respuesta pero oigo los quejidos de mis hijos. Abro puerta tras puerta buscándolos y de repente me encuentro en la sala del trono de hierro, el que debería ser mío. Mi yo racional sabe que esto es una ilusión creada por estas personas pero aún así no es fácil ver lo que he perdido. Lo que me han arrebatado.

El techo del gran salón está destruidos y nieve cae por entre los huecos, un frío me recorre y mi cerebro solo puede pensar en... Winterfell, como si algo ahí fuera la clave para mi victoria. El lugar está congelado, sé que el fuego corre por mis venas pero este hielo jamás me había parecido tan satisfactorio.

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⏰ Última actualización: Jul 11 ⏰

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