10

12 1 0
                                    

POV Sor Dalis

Al caer la noche, la madre Dánae nos reunió en la capilla para una oración especial. Fue entonces cuando mencionó que Ezequiel había tenido que partir de improviso en una misión importante. Sentí una mezcla de alivio y desazón al saber que no estaría.

Después de la oración, me dirigí a mi celda. La habitación pequeña y austera se sentía aún más solitaria sin la presencia de Ezequiel en el convento. Me acosté en la cama, tratando de encontrar consuelo en la soledad, pero mi mente seguía volviendo a él. Cerré los ojos y traté de dormir, pero los pensamientos no me dejaban en paz.

En la oscuridad, sentí la misma presencia que había imaginado la noche anterior. La respiración en mi nuca, los dedos que rozaban mi piel. Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera razonar, la excitación mezclándose con el deseo.

—Te deseo, tanto como tú a mí —susurró una voz familiar y seductora.

Abrí los ojos de golpe, esperando ver a Ezequiel, pero no había nadie. Me quedé allí, en la penumbra, con la respiración entrecortada. Me había dejado llevar por una fantasía nuevamente, mi mente creando una imagen de él que no era real. Me senté en la cama, las lágrimas llenando mis ojos.

—Es un demonio que me está atormenta —murmuré para mí misma—. Está en mi cabeza.

Me arrodillé junto a la cama, con las manos juntas en oración.

—Dios mío, ayúdame a superar esto —susurré, mi voz temblando de desesperación—

No puedo seguir viviendo así, atrapada entre mi fe y este deseo.

Pasé la noche orando, buscando la fortaleza que necesitaba para resistir. La ausencia de Ezequiel me hacía darme cuenta de cuánto dependía de él, no solo como guía espiritual, sino también como objeto de mis fantasías y deseos. La lucha interna se hacía más intensa con cada momento que pasaba sin él.

Finalmente, el cansancio me venció y me recosté en la cama, esperando encontrar algo de paz en el sueño. Mientras mis ojos se cerraban, me prometí a mí misma que buscaría ayuda, que hablaría con la madre Magdalena sobre mi conflicto. Sabía que no podía seguir así, que necesitaba encontrar un camino para reconciliar mi fe con los sentimientos que me abrumaban.

A la mañana siguiente, me desperté con una nueva determinación. Me dirigí a la capilla para la oración matutina, con la esperanza de encontrar la guía y la fuerza que necesitaba. La ausencia de Ezequiel aún pesaba en mi corazón, pero sabía que debía seguir adelante, confiando en que Dios me mostraría el camino correcto.

(*****)

El nuevo día comenzó con una actividad frenética. Me sumergí en mis tareas, tratando de mantener mi mente ocupada y alejada de los pensamientos perturbadores sobre Ezequiel. Junto a Anastasia, una de las novicias más jóvenes y dedicadas, comenzamos a organizar las donaciones que habían llegado en la mañana.

—Sor Dalis, ¿dónde debería poner estos juguetes? —preguntó Anastasia, sosteniendo una caja llena de muñecas y peluches.

—Colócalos junto a las mantas, Anastasia. Serán perfectos para los huérfanos —respondí, tratando de sonreír a pesar de la fatiga acumulada.

Nos dedicamos a clasificar ropa, alimentos y medicinas, asegurándonos de que todo estuviera en perfectas condiciones para la visita a los huérfanos, programada para esa tarde. La madre Dánae nos supervisaba, su presencia siempre calmada y alentadora. Agradecí su serenidad, que contrastaba con la agitación interna que aún sentía.

Pasamos toda la tarde y parte de las primeras horas de la noche organizando la parroquia. La fiesta en honor a la Virgen se acercaba rápidamente, y con la visita del Papa a las parroquias, la presión para que todo estuviera impecable era enorme.

Los Pecados de un Sacerdote©® ACTUALIZANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora