Conociendo a Magdalena

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La madre Magdalena era una mujer de presencia imponente y autoridad inquebrantable. Alta y esbelta, su estatura se alzaba con gracia y firmeza, reflejando su liderazgo y disciplina. Su cabello gris canoso.

Su piel era clara y lisa, con solo unas pocas arrugas finas alrededor de los ojos y la boca, indicios de los años de dedicación y responsabilidad

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Su piel era clara y lisa, con solo unas pocas arrugas finas alrededor de los ojos y la boca, indicios de los años de dedicación y responsabilidad. Sus ojos, de un verde profundo, eran penetrantes y observadores, capaces de percibir incluso las emociones más ocultas de aquellos a su alrededor. Estos ojos, fríos y calculadores, contrastaban fuertemente con su tez pálida, otorgándole una apariencia casi etérea.

El rostro de la madre Magdalena, de pómulos altos y mandíbula definida, siempre mostraba una expresión de seriedad y control. Sus labios, delgados y habitualmente sin sonreír, mantenían una mueca de desaprobación constante, aunque su voz, cuando hablaba, era sorprendentemente suave pero cargada de una autoridad indiscutible.

Su hábito negro, que vestía con impecable cuidado, cubría su figura esbelta de manera austera. El velo negro caía sobre sus hombros, encuadrando su rostro con una solemnidad que imponía respeto. Alrededor de su cintura, siempre llevaba un rosario de cuentas negras, símbolo de su devoción y su papel en la Iglesia.

La madre Magdalena caminaba con una gracia medida y un porte recto, cada movimiento era preciso y deliberado, reflejando su naturaleza meticulosa. Sus manos, finas y pálidas, parecían casi delicadas, pero aquellos que la conocían sabían que en ellas residía una fuerza de voluntad férrea.

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