La madrugada me sorprendió sentada en el sillón de la sala. No recuerdo cómo llegué ahí, pero una opresión, una tensión invisible, me sujetaba a la tapicería. La habitación se sentía asfixiante, como si las paredes se inclinaran sobre mí.
Un impulso me decía que debía levantarme, ir a mi habitación, pero un miedo inexplicable me congelaba en el lugar. Era como si una fuerza invisible me mantuviera prisionera, como si la oscuridad misma se hubiera pegado a mi piel, haciéndome sentir pesada, inmóvil.
Susurros ininteligibles, voces que se desvanecían en la penumbra, me rodeaban. El tiempo se estiraba, cada segundo se convertía en una eternidad.
Entonces, los golpes en la puerta. Primero, suaves y delicados, como si pidieran permiso para entrar. Pero, con el paso del tiempo, se volvieron desesperados, insistentes, estruendosos.
No me atrevía a moverme. La oscuridad se había hecho tan espesa que me impedía ver, oír con claridad. Sentía que esos golpes me desgarraban desde adentro, que me atenazaban el alma.
Unos gritos desgarradores llenaron el silencio. Era una voz femenina, una voz que me llamaba por mi nombre, pero no la reconocía. Sus palabras se convertían en un torbellino de terror que me envolvía.
No sé cuánto tiempo pasó. Los golpes se desvanecieron, el silencio regresó. El sol comenzó a filtrarse por la ventana, y la oscuridad que me envolvía se disipó.
Me encontré en mi cama, como si nada hubiera pasado. Un sueño, me dije. Un simple sueño.
Pero la tranquilidad duró poco. Los arañazos en la puerta, profundas marcas que se extendían por la madera, me obligaron a confrontar la verdad: la oscuridad no se había ido. Solo se había escondido.
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Otra Noche de Insomnio
RandomHistorias que surgieron en noches de desvelo donde conciliar el sueño era imposible. Desde relatos de horror hasta poesías, cada letra es un segundo de sueño que me negaron mis pensamientos. Cada frase fueron varias horas sin poder dormir, porque la...