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La semana pasó sin que Jimin diera señales de vida. Seolhyun, que habitualmente llamaba cada dos días para contarle cualquier ínfimo detalle de su día, preguntar por lo mismo e intentar sacarle de casa, solo contactó una vez y no hablaron demasiado.

Pero las pinturas volvían a fluir. Fluían como nunca lo habían hecho. No solo mejoró y terminó el cuadro que creía estropeado, añadiendo nuevas ideas gracias a la exposición, sino que comenzó el tercero de la serie con las sugerencias que aportaba su modelo. Hoseok había comprado el nuevo sofá, que llevaron el martes, negándose a las dudas del chico y aceptando el trato de un alquiler más alto de lo que pensaba cobrarle, solo para que se callara.

Era consciente de que aquello era un pulso a Jimin, pero, por otro lado, esa parte supersticiosa que todo el mundo llevaba dentro y a veces salía a la luz, temía que, de no tenerlo cerca, la inspiración moriría.

Con las novedades, su estado de ánimo fue incluso alegre. Hasta el jueves, cuando se encontró cenando con las entradas del concierto en el bolsillo, pesadas, con voz propia. Eran un regalo de Jimin. Iban a ir juntos.

¿Cómo podían cambiar tanto las cosas en solo unos días? Le costaba masticar la situación y, a veces, al pensar en Christian, todo le parecía un sueño del que tarde o temprano se despertaría. Pero eso no ocurría ni iba a ocurrir. Sacó las entradas del bolsillo y las dejó sobre la mesa, entre Seokjin y él.

—¿Dónde podría revender esto? Aunque no sé si debería hacerlo... Son un regalo de Jimin, pero tal vez alguien que quiera ir se ha quedado sin ellas. Sería lo más justo.

El modelo observó los dos trozos de papel como si mordieran. Como si dudara que alguien quisiera ir a un concierto así. En el dibujo de las entradas un montón de zarigüeyas simulaban La última cena de Da Vinci mordiéndose, rebañando los platos o subiendo a la mesa, todo con colores chillones.

—¿Qué es lo que sostiene... Jesús? —preguntó acercando la cara con los ojos entrecerrados.

—Un disco. Su disco, que simula ser la sagrada hostia, —respondió Hoseok como si fuera evidente—. Es mi grupo favorito desde la adolescencia. No sé si habrá otra oportunidad para verlos... Son muy buenos en directo.

El modelo dejó sus cubiertos a un lado, agarró la servilleta y se limpió con parsimonia, serio como pocas veces le había visto.

—¿Te he contado alguna vez que soy muy creyente? —preguntó mirándole a los ojos, con el ceño fruncido.

—No. Estás de coña, ¿no? —Hoseok enarcó una ceja. Seokjin no descompuso su gesto de molestia y guardó silencio—. Pues vas a querer matarme cuando veas algunas de mis obras —siguió el pintor con un encogimiento de hombros—. Aunque tal vez las has visto y eres un

integrista que quiere asesinarme.

El modelo, al fin, arrancó una risa y negó con la cabeza.

—No soy creyente. ¡Pero esperaba una disculpa avergonzada, que no supieras dónde meterte! Respecto a qué hacer con eso... —señaló con el tenedor—. Yo iría. Si fuera tú, quiero decir, yo paso de ir, me agobian los conciertos y tiene pinta de ser duro. La que sobra puedes devolvérsela o venderla. O regalarla en la entrada a algún crío que esté intentando colarse.

—Esa es una gran idea. A Christian no le gusta demasiado, venía para acompañarme y no creo que le interese. —Hoseok deslizó las entradas por encima de la mesa y las miró dudoso—. No me hace mucha gracia lo de la gente, tampoco..., pero creo que es una buena excusa para demostrarme que puedo hacer cosas sin que Christian o mi hermana me estén empujando. Y que no pongo mi vida en pausa porque él me haya puesto a mí en pausa.

Obsesionado (2SEOK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora