Reías de mí
y no conmigo,
y me sentía agradecido
de ser buen chiste.
[...]
La pistola besó mi frente
y sentí que era verdadero amor,
por mi garganta veneno bajó
y sentí que bebí de tu corazón.
Fue testigo mi sangre
de tus uñas rasgando mi piel,
corazón mío apoyó su testimonio
y que sentí que me amaste agregó.
En ese juicio de descubrir
los moratones que forjaron tus actos,
y en esta condena de decidir
que recordaré mis heridas con amor
aunque fuesen de tus palabras sin tacto.
Momento llegó
en el que mis párpados
lloraron la luna,
se desvanecieron,
y por la nicotina de tu amor
mis pestañas perecieron.
Honestidad saliendo,
como gotas de sudor de mi piel,
al huir corriendo de ti.
Decir que te expreso más cosas
estando asustado que desnudo,
debilitado que feliz,
vulnerable que eufórico.
Con cada patada sentí
que me animabas a seguir.
De infinitos golpes esquivados aprendí
que me enseñaste a quererte y
a defenderme a la vez.
Y mi mente confundí,
y pensamiento arraigué:
"cuando los golpes duelen menos que tu voz,
prefiero apaleado morir antes que dirigirte la palabra."
Y si te soy sincero, tus golpes me amaron.
Ponías esfuerzo en ellos,
fortalecías tus músculos,
cogías impulso y te empapabas en sudor.
¿Acaso golpearme no es como hacerme el amor?
Con cada mordisco sentí que bebías
lo que jamás me dejaste decirte con palabras,
y si te soy sincero, hoy día,
expresarme a ti es idea macabra.
