Capítulo 1: La Niña Olvidada

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La lluvia golpeaba la ventana de mi habitación con una insistencia que parecía burlarse de mi tristeza. Desde que tengo memoria, mis días habían estado marcados por la soledad y el desprecio. Era una niña no deseada, una presencia indeseable en la vida de mis padres. No recuerdo una sola vez en la que mi madre me mirara con amor, ni un momento en el que mi padre me abrazara con cariño.

Desde muy pequeña, aprendí que mi lugar en el mundo era ser invisible. Las cicatrices en mi piel y en mi corazón eran testimonio de los abusos y el maltrato. Cada golpe, cada grito, cada insulto, fueron moldeando mi personalidad, volviéndome distante, fría y desconfiada. Para los demás, no era más que la niña rara que evitaba socializar, pero en mi interior, anhelaba desesperadamente que alguien, al menos una persona, me hablara y quisiera ser mi amigo.

Los años pasaron, y mi deseo de conexión humana se fue apagando lentamente. En mis 16 años de vida, nadie se había acercado a mí con una sonrisa sincera, nadie había mostrado interés en conocerme. Era como si llevara una marca invisible que alejaba a todos.

En un intento desesperado por llenar el vacío que sentía, busqué el amor en lugares equivocados. Creí que un novio podría ser la solución a mi soledad. Sin embargo, lo único que encontré fueron idiotas que solo querían sexo, que solo me usaban y luego me dejaban aún más rota y sola que antes.

Recuerdo claramente el día en que me di por vencida. Había regresado a casa después de otra decepcionante relación, con el corazón hecho pedazos y la mente sumida en la desesperanza. Me miré en el espejo y vi a una chica que ya no tenía fuerzas para seguir luchando. Me resigné a vivir en la oscuridad de mi tristeza, convencida de que la felicidad no estaba destinada para mí.

Entonces, llegó aquel fatídico día. Salí de casa con la mente en blanco, caminando sin rumbo por las calles mojadas por la lluvia. Las lágrimas se mezclaban con las gotas que caían del cielo, y mis pasos eran pesados, como si cargara el peso del mundo sobre mis hombros.

No vi el camión. Estaba tan absorta en mi dolor que no me di cuenta de su presencia hasta que fue demasiado tarde. Un sonido estridente, un impacto brutal, y luego… la oscuridad. Mis últimos pensamientos fueron de resignación, una aceptación amarga de que mi vida, marcada por el dolor y la soledad, había llegado a su fin.

Pero, en ese instante final, una pequeña chispa de esperanza brilló en mi interior. Quizás, en otro lugar, en otra vida, encontraría la paz y el amor que tanto había anhelado. Quizás, en ese último suspiro, me liberé de la carga de una existencia llena de sufrimiento.

Y así, mi historia terminó, en una oscura y lluviosa tarde, bajo las ruedas de un camión que puso fin a mi dolor.

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