Capitulo 9.

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Llegamos a un lugar donde, desde afuera, se podían distinguir luces de varios colores. Destacaban entre ellas el azul, el verde y el rojo. Se veían algunas siluetas de personas dentro, con música alta, y afuera había una fila larga donde, en su mayoría, eran hombres y muy pocos jóvenes.

—¿Una discoteca? —dije mientras bajábamos del auto. Alejandro rió en voz baja, se colocó detrás de mí y nos abrió paso hacia la entrada, ignorando la fila que había—. ¡Eh! Pero debemos formarnos para entrar.

Alejandro se colocó delante de mí y buscó en sus bolsillos.

—Mgh... ¿Dónde está...? —Buscaba con un poco de desesperación—. ¡Lo encontré!

De su billetera sacó una tarjeta negra con unas palabras en dorado y se la mostró al hombre vestido de traje que custodiaba la entrada. Él tomó la tarjeta y nos miró con seriedad.

Se hizo a un lado para dejarnos pasar. Pude notar la molestia de quienes seguían en la fila para poder entrar.

—No puedo creer que me hayas traído de fiesta cuando mañana tenemos trabajo —suspiré, un poco molesto, mientras nos adentrábamos en el lugar.

—Es mejor que una fiesta, Javier.

Solo tuve que dar un par de pasos y levantar la vista para darme cuenta de que no era una discoteca, ni tampoco un antro. Las mujeres, casi semidesnudas, bailaban en tubos y los hombres bebían licores caros mientras tenían a chicas con los senos descubiertos sentadas en sus piernas. Me di cuenta de que la "inspiración" de la que hablaba Alejandro no era realmente para salvar mi relación, sino para desquitarme.

Tomé el brazo de Alejandro con fuerza y lo apreté con molestia.

—¿Qué mierda hacemos aquí?

Él se soltó de mi agarre y me llevó a una de las mesas que estaba cerca de la pasarela, encima de la cual había una tarjeta negra muy parecida a la que había mostrado antes.

—Relájate, ¿no querías buscar respuestas? —Ambos nos sentamos y, aún indignado, me crucé de brazos. Apenas podía escucharlo, la música estaba muy alta.

—Sí, ¡pero aquí no! —A él no parecía importarle, pues levantó la mano y con una seña hizo que un mesero se acercara rápidamente.

—¡Lo mismo de siempre! —Alejandro dijo, y el mesero solo anotó en su libreta. ¿Cuántas veces ha estado aquí este hijo de puta? El mesero giró su mirada hacia mí.

—Ah... Solo quiero un vaso de agua con hielo —Alejandro soltó una carcajada y me miró irónicamente.

—¡No! Tráigale lo mismo que yo, yo invito —El mesero asintió con la cabeza y enseguida se fue apresurado—. ¿Y qué? ¿No te gusta el lugar?

—No, ya sabes que no soy de estas cosas —Intentaba no mirar a la mujer que estaba al lado mío, subiendo y bajando del tubo. Alejandro se dio cuenta y volvió a reír.

—¿Qué es tan gracioso?

El mesero llegó con una botella de whisky "Jw King George V", que suele ser bastante caro.

—¿Esto es lo que pides siempre? —dije casi gritando por la música. El mesero nos sirvió en dos pequeños vasos de vidrio.

Alejandro me guiñó el ojo y volvió a mirar a la mujer, que esta vez le mandaba besos. Me levanté de mi asiento.

—¿A dónde vas? —dijo Alejandro en cuanto me vio de pie.

—Al baño, no tardo.

Di media vuelta y corrí en busca de los sanitarios. Hasta que los encontré, entré apresurado y cerré la puerta. La música había sido bloqueada y ya no se escuchaba tan fuerte.

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