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━━¡¿USTEDES QUE!?

dieciocho años


━━AL BAJAR DEL
avión, sostuve con fuerza la mano de Amelia. Estábamos de vuelta en Londres, desde ese momento comenzaría nuestra vida juntos.

Cuando salimos, un grupo de personas con carteles coloridos nos esperaban, allí vimos a Carlos, Arthur, Lando, Pierre, Max, las chicas, mi madre, mis suegros y Holy. Corrimos juntos a abrazarlos, sin soltarnos de las manos.

—¡Ya están aquí! —nos gritó Holy—. ¡Van amar la sorpresa!

—¡Holy! —gritaron todos al mismo tiempo.

Amelia y yo nos miramos y reímos, estábamos de vuelta en casa.

Tuvimos que irnos en dos autos separados porque eran demasiadas personas. Sin embargo, cuando entrábamos a los límites de Londres, Holy comenzó a desesperarse y a verse muy ansiosa.

Arthur la regañaba y le decía que no servía para guardar secretos.

Estaban todos muy raros, ocultando algo. Y recordé que Carlos había mencionado en la luna de miel que nos tenían algo preparado.

—Esperen, la casa queda por la otra calle —dijo Amelia de pronto. Miré por la ventana y le di la razón, habíamos tomado la otra calle en la intersección, que nos dirigía al centro de la ciudad.

Nos detuvimos frente a un edificio, al frente había un parque y los edificios vecinos eran una tienda y una pizzería. Aunque este parecía sin habitantes, pero con un jardín muy bien cuidado.

—¿Qué es esto? —les pregunté.

—¡Sorpresa! —exclamaron todos a coro. Amelia me apretó el brazo y me miró profundamente, estaba pensando lo mismo que yo.

—¿Nos... regalan una casa? —pregunté aturdido.

—Sólo para ustedes, para que hagan todas sus perversiones con intimidad...

—¡Carlos, no quería saber eso! ¡Podía vivir sin esa imagen en mi mente! —le reprendió Holy. Le dediqué una mirada amenazadora a Carlos, para que se callara y no metiera la pata. Pero terminamos riéndonos.

Entramos y tenían todo preparado. Había muebles, las paredes pintadas, decoración, de todo. Incluso ya habían mudado a Nana y a Asesino, que se miraban celosamente cada uno desde un ángulo de la casa.

—Gracias, está... no sé cómo describirlo... —suspiró Amelia. Seguíamos sin soltarnos de las manos.

De a poco se fueron despidiendo, para que nos adaptáramos a nuestro nuevo hogar. Arthur prometió venir a visitarnos mañana, Pierre vendría en la noche a dejarnos unas cosas que nos compró y Lando tenía una cita con Madeleine.

Todos se marcharon, menos Carlos y Isa.

—¿Qué sucede? —le preguntó Amelia a Carlos, lo conocía mejor que yo, a pesar de que bromeáramos todo el tiempo. Se veía distraído y pensador, al igual que en las islas. Algo bueno no podía ser, se veía muy asustado.

—Les quiero anunciar algo —nos dijo.

—¡Oh, mira que hora es! Hora de irnos —le espetó Isa.

Amelia los miró con detenimiento, analizando cada movimiento y gesto de sus amigos. Al final, Isa arrastró a Carlos y se lo llevó. Amelia me miró y negó con la cabeza, en señal de que no quería hablar del tema.

Revisamos la casa de arriba abajo, era de dos pisos y muy espaciosa, tenía cinco cuartos cuando nosotros sólo utilizaríamos uno.

—Tal vez para las visitas —le dije a mi esposa.

—Tal vez para nuestros hijos, idiota. Mamá quiere nietos de inmediato —bufó. Me reí de ella y le contagié la risa, era absurdo. Yo amaba an Amelia pero no estábamos preparados todavía.

—Por favor, dime que nos reímos de lo mismo, porque no quiero tener hijos aún.

—No te preocupes, estamos en la misma sintonía—me besó y acarició mi cabello, últimamente le gustaba mucho hacer eso.

La cama era cómoda, pero no hicimos "nada". El viaje nos tenía agotados y además, tenía ganas de dormir abrazado a Amelia, como antes de casarnos, sólo por el simple hecho de sentirla a mi lado, de saber que era mía durante esa noche y que nadie más en el mundo la podía tener de esa manera.

Al día siguiente, no teníamos nada que hacer. Nuestros padres se habían encargado de mudar todas nuestras cosas a la casa nueva, todo estaba ordenado y lo único en que gastamos tiempo fue en desempacar.

Amelia estaba de vacaciones y a mí ya me habían aceptado en la Universidad.

Hasta que llegó Carlos de nuevo. Debían ser las once de la mañana, Amelia no sabía cocinar, pero trataba de hacer algo decente para el desayuno mientras yo colocaba la mesa cuando el timbre sonó.

Otra vez lo acompañaba Isa, y tenía las mejillas enrojecidas y el ceño fruncido. Carlos la obligó a entrar.

—¡¿Quién es, Charles?! —gritó desde la cocina. Salió de allí no se sorprendió de ver a Carlos y a Isa.

—Amelia, Charles, les queremos decir algo... —comenzó a decir Carlos.

—Por favor, dime que tus impulsos no te dominaron —Amelia parecía saber lo que iba a decir Carlos, pero en cambio yo, no tenía la más mínima idea.

—Demasiado tarde para advertirnos —nos dijo Isa, mostrando su mano y un anillo. Un anillo.
¡Era un anillo de compromiso!

—¡Carlos, ¿qué hiciste?! —le grité, estaba pasmado, de todas las locuras que Carlos había hecho, esta era la peor.

—Lo mismo que ustedes —me respondió de mala gana. Amelia no decía nada, pero parecía pensar mucho la situación.

—¿Cuándo ocurrió? —preguntó al fin.

—Antes de que se fueran de luna de miel —le contestó Isa.

—¡Tres semanas, Carlos, no puedes casarte con alguien que conoces desde hace tres semanas! —volví a exclamar. No podía creerlo, era absurdo, él no podía casarse.

—Tiempo suficiente para enamorarse, ¿no? Acaso no se enamoró de ti en tres meses —me recriminó. Iba a decirle algo, un millón de insultos, pero Amelia me detuvo a tiempo.

—Primero, conozco a Charles desde los ocho años, segundo, me gusta desde los 14 –eso no lo sabía, ¿Le gustaba a desde los 14? —. Y tercero, ¿No será que alguien sólo se sentía abandonado o celoso?

Carlos se mordió el labio y bajó la mirada.

—No me importa lo que digan, me casaré en un mes con Isa, les guste o no. Sólo se los quise decir primero porque son mis mejores amigos, y tú mi amante —me apuntó con el dedo—, y también para pedirles si Amelia quería ser la dama de honor, pero si están así, mejor se lo pediré a Meghan.

Se fue dando un portazo, pero se devolvió y tomó de la mano an Isa, a quién había olvidado en su momento de rabia.

Ya solos, Amelia y yo nos quedamos en silencio, sin saber que decir.

Amelia conocía a Carlos, y sabía que cuando una idea se le metía en la cabeza, no había persona en este mundo que lo convenciera de lo contrario, así que nos gustara o no, asistiríamos a una boda muy pronto.

𝐌𝐀𝐑𝐑𝐘 𝐌𝐄; ᶜʰᵃʳˡᵉˢ ˡᵉᶜˡᵉʳᶜDonde viven las historias. Descúbrelo ahora