Capítulo 2: Mi arte

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HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE UN RECUERDO

CAPÍTULO 2: MI ARTE

2017

Conocí a Alex a inicios de mi tercer semestre de universidad, medio año después de unirme al equipo de voleibol y de haber negado las invitaciones de Vanesa para que también lo hiciera al club de lectura. Pertenecía al departamento de Difusión Cultural, el encargado de dar a conocer las diferentes artes en nuestra facultad.

De hecho, primero la conocí a ella.

Vanesa Cruz (o Vanesita, como le decía para molestarla), fue la primera persona con la que hablé cuando recién entré, pues nos tocó trabajar en el mismo equipo durante los cursos propedéuticos. Su risa superaba la mía de lo fuerte que era, apoyaba al mismo equipo de futbol que papá y yo, y éramos originarios del mismo estado de la República.

—Me mudé antes de entrar a preparatoria para acostumbrarme —me explicó en uno de nuestros descansos—. Mi tía me dijo que tienen cierta preferencia por la gente que está en las escuelas bajo el nombre de la universidad, así que quería que el proceso de inscripción fuese más fácil. Claro, en ese entonces ni siquiera sabía que quería estudiar esto.

Yo hice lo mismo en mi último año de prepa, con la diferencia de hacerlo porque mi hermano ya estaba en proceso de inscripción y presentación del examen. Nuestros papás decidieron que nos mudáramos todos para que fuese sencillo y porque, a palabras suyas, había más oportunidades de trabajo en Montemayor.

Durante nuestro primer año, Vanesa me llevó a un recorrido por todos los museos de la ciudad y yo me encargué de siempre conseguir un boleto extra, cada que había partido de futbol en el estadio de la universidad, en Ciudad Universitaria.

"Recordar es vivir".

Hicimos de todo en aquel entonces. Nos metimos al gimnasio, quisimos emprender vendiendo galletas, participamos en actividades de Sociedad de Alumnos para darnos a conocer, y nos inscribimos en grupos de los departamentos que nos llamaron la atención: deportivo y cultural.

Fue en este último lugar donde sucedió, donde nuestros caminos se cruzaron o las estrellas y el destino influyeron para que nos encontráramos.

Difusión Cultural no era más que un pequeño espacio en el primer piso del edificio de Fotografía, uno que pasaba desapercibido por casi todos aquellos que no formaban parte de alguno de los clubes. Constaba de dos salones para las sesiones, oficinas para los muchachos que decidían hacer el servicio ahí, una bodeguita y una serie de pasillos que conectaba todo.

—Es mucho más triste de lo que imaginé —pensé en voz alta la primera vez que estuve ahí. No tenía mucho tiempo de haberse inaugurado, así que había poca gente inscrita—. Al menos no huele feo, como las oficinas de deportivo. Una vez estuve a punto de vomitarme en medio de una junta con el equipo.

Para tercer semestre, Vanesa subió de puesto a encargada de Distópicos, o el club de lectura, después de que la líder anterior tuviera que salirse por motivos de tiempos con sus prácticas. Desde esas últimas vacaciones de verano, no me había dejado tranquilo y, siempre que podía, sacaba el tema a la luz.

—Entraré a las sesiones y ayudaré en todo lo que necesites, pero no pienso leer —advertí, cuando fui incapaz de seguir negándome—. No esperes mucho. Sabes que mi prioridad será el voleibol y, si logro entrar y ajustar mis tiempos, el básquetbol.

Entusiasmada con eso, cerramos el trato. La razón detrás de su insistencia era muy obvia para mí: no había hombres en el club. Necesitaban un poquito de apoyo.

Hijo de un RecuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora