ᴍɪʟᴋ| ᴄʜᴀᴇɴɴɪᴇ ɢ!ᴘ

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chaennie/omegaverserosé alfa g!p, jennie omega

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chaennie/omegaverse
rosé alfa g!p, jennie omega

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Jennie se había mudado recién a su nuevo departamento, le costó demasiado trabajo convencer a sus padres, quienes no querían vivir lo que era el síndrome del nido vacío.

Pero lo logró, hace una semana llegó a su nuevo hogar y ya estaba casi listo. Su mamá la ayudó decorando, llevándole varios adornos de su propia casa y comprando otros aparte. Estaba quedando lindo y Jennie se sentía muy orgullosa de decir que ya era una omega independiente de veinte años.

Por supuesto que se trajo consigo a Bigotes, su gatito naranja de ojos azules. Los primeros tres días andaba un poquito tristón por no reconocer el lugar, por lo que durmió más pegado a Jennie que nunca. De todas formas al quinto día ya andaba paseando por el condominio como el gato callejero que siempre fue. Bien, jamás vivió en la calle, pero al ser un gato naranja Jennie supo en el momento que lo adoptó que ese loquito animalito se volvería loco por explorar el mundo, así que desde pequeño le enseñó a salir, siempre dejándole alguna ventana abierta. Y Jennie no debía preocuparse por don Bigotes, pues él era un gatito muy inteligente que no se metía con perros feos y agresivos, solo le gustaba encaramarse a árboles y lanzarse como suicida al piso.

Claro, ¿qué esperar de un gato naranja?

—Te quiero aquí a las ocho en punto, señorito —le dijo Jennie en un tono serio, acariciando su cabeza. Bigotes estaba lloriqueando hace unos minutos porque quería salir—. ¡Y te cuidas de los perros bobos! —le regañó, y como si pudiese hablar idioma gatuno y este le entendiera, Bigotes se pasó la lengua por ambos de sus colmillos.

Eso era un "¡sí, mami, me cuidaré con estas armas!".

Una vez estuvo a solas, se echó en su sillón, estaba muy cansada, no solo le dolía la espalda, sino que también el pecho, mejor dicho, sus pechos. Lloriqueó cuando pensó que pronto le llegaría el periodo.

Se había terminado quedando dormida en la misma posición, y fue su celular sonando el que la despertó. Iban a ser las seis de la tarde, que bueno que no durmió más de una hora porque o sino luego no pegaría un ojo en la noche y probablemente pasaría de largo.

Sacó el móvil de su cartera y sonrió viendo el nombre de su mamá, una beta de ojos gatunos y piel pálida.

Debía admitir que extrañaba a sus papás un poquito.

Pero la independencia, y sobre todo siendo omega, era un lujo en ese país.

Contestó la llamada, escuchando los gritos de su madre para que bajara rápido. Le traía sus últimas pertenencias y de paso un mini horno que le compró. Los Kim estaban apurados porque en diez minutos iniciaría su primera clase de tango a la que se inscribieron. Cuando su madre le contó, Jennie no pudo dejar de reírse un buen rato, imaginándose al rígido de su papá con un trajecito.

ʀᴇᴄɪᴇ́ɴ ғᴏʟʟᴀᴅɪᴛᴀ| ᴊᴇɴɴɪᴇ ʜᴀʀᴇᴍ ᴏɴᴇ sʜᴏᴛ's Donde viven las historias. Descúbrelo ahora