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Aún no sabía que era lo que lo había convencido a aceptar la invitacion de Irene, recorría cada rincón de su mente a toda velocidad buscando un motivo que lo convenciera que había hecho lo correcto viniendo a ese parque, el mismo donde la conoció.

-¿Por qué escogió este sitio? ¿Acaso quería torturarme más o incluso burlarse de mí? Son muchos los fantasmas que he dejado en este lugar. Siento su respiración, escucho las palabras cubiertas del pasado y sobre todo, vibra el recuerdo del momento en el que Irene llegó a mi vida -pensó mientras jugaba con el pie con algunas de las hojas que rodeaban la banca en la que estaba sentado-. **La razón por la que no me he ido podrá sonar estúpida pero sé que la veré sin importar cuanto tenga que esperar. Quizás recordar un poco en ese momento ayude a pasar el tiempo...

Fue un instante digno de película, muchas palabras se escriben para describir algo así, sin embargo, hoy la palabra sería destino, siendo esté una pequeña serie de eventos que no obedecen camino alguno y sin embargo es capaz de alinearse con el de alguien más, llamemoslo un caos con sentido del humor.

En ese entonces recién empezaba en el bello arte de las letras, contar mi versión del mundo a través de una historia donde mis múltiples personalidades se aman, odian y destruyen para entretenimiento de los demás. El escribir se convierte en una relación tóxica donde las letras piden atención y cuando la reciben se encaprichan lo suficiente como para negarse a salir. Sin embargo ese capricho se convierte en una lucha interna que da lugar a la espera, es decir, buscar las palabras correctas, corregir, maldecir y seguir corrigiendo, todo para enracharse y conseguir describir el momento con lujo de detalles.

Uno nunca presta atención a los detalles hasta que el momento se ha ido. El clima, el aroma en el aire, las facciones y mensajes sutiles con los que la gente se delata pero nadie se detiene a ver. Ese día de verano, veía a los niños corriendo sin preocupación alguna, sus risas le resultaban relajantes después de salir de un ambiente tan tenso como es el familiar -los motivos de las discusiones se han vuelto tan repetitivos que no dedicaba tiempo en recordarlos- como ya era costumbre había salido con lápiz y libreta. Con furia y pasión llenaba las páginas, renglón a renglón iba creando mundos y destruyéndolos, transformando la realidad palabra a palabra.

El mundo desaparecía junto con la gente que lo llenaba, no existía ruido ni persona suficiente como para separar la pasión que unía lápiz y papel. Pero ese día era diferente, las palabras nunca salieron. Frustrado, Gabriel empezó a caminar a través del parque, el sol brillaba con fuerza, una ligera capa de sudor recubría su rostro, en la copa de los árboles se oía el cantar de los pájaros, en el centro los niños corrían de un lado al otro jugando ante la paciente mirada de un vendedor de paletas esperando su oportunidad, una pareja de ancianos conversaba íntimamente en una de las bancas mientras daban de comer a un grupo de palomas que iba en constante aumento, un corredor de mediana edad pasó a su lado cubierto de un intenso aroma a sudor. Y entonces sucedió, un empujón que consiguió que las piernas se amarrasen haciéndole perder el equilibrio y sentir la amenaza del concreto de rasgar su piel. De no ser por ese instinto de protección que le hizo soltar el cuaderno para intentar cubrirse el rostro quizás nada hubiera pasado. Fue uno de esos momentos que demuestran lo pequeño que es el hombre y como una alteración tan sencilla como la de una caída puede cambiar completamente una vida. Así pues, segundos después lleno de raspaduras y todavía aturdido, pudo distinguir como una mujer lentamente se acercaba, recogía su cuaderno y le decía en voz baja aunque clara que fuera mañana al parque y que poco a poco entendería todo. Sin darle tiempo para reaccionar, ella echó a correr hasta perderse de vista.

Derrotado, rasguñado y con un pésimo humor el joven autor regresó a casa sin prestar atención a nada a su alrededor.

-¿Qué clase de persona es capaz de robar un cuaderno?-refunfuño mientras abría la puerta e ignoraba los gritos de sus padres-. No es siquiera un cuaderno caro y vamos mi apariencia -pantalones de mezclilla, zapatos desgastados y una camisa a rayas- dice todo menos dinero. Yo solo quiero recuperar esa parte de mi, mis tachones y oraciones, cada letra y cada punto.

La pequeña partículaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora