3. incompleto

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Y ahí estaba ella, su cabello mecido por el viento brillaba por los rayos del sol, mismos que cegaban a Gabriel no permitiéndole ver el rostro de Irene, aquél que llevaba esa sonrisa, aquella que ya se había convertido en costumbre.

Llevaba puesto un vestido primaveral corto de un color verde pastel, acompañado de un delgado cinturón azul de una tonalidad clara con una hebilla color café, la cual hacía juego con los detalles del vestido. Se veía maravillosa, un toque de ternura y sensualidad producían en ella un balance perfecto, su dulce aroma a vainilla junto con esa mirada penetrante, misteriosa y coqueta creaban en ella una mujer en su totalidad. Era una imagen que quedaría grabada para siempre en la mente de él.

- ¿Tan guapa me veo que no sabes que decir? -dijo pícaramente chocando su hombro contra el de él- Te doy permiso que después escribas un poema inspirado en mí, con la condición de que en él me llames princesa.

- Si viniste a burlarte de mí entonces creo que mejor me voy Irene.

- Gabriel, no empieces. Danilo ha preguntado mucho por ti, dice que no contestas ninguna llamada y nunca sales de casa. Es o mínimo era tu mejor amigo, se preocupa por ti casi tanto como yo.

- Estoy bien, no entiendo porque se preocupan -dijo riéndose con fuerza-, estoy volviendo a escribir, sigo acomodando las ideas. Por cierto, tengo que decirlo, te ves... Encantadora.

Un ataque de pena la obliga a desviar la mirada, se ve expuesta un momento, los antiguos miedos hacen presencia y la obligan a usar su cabello para cubrir su rostro. Un par de segundos después vuelven las defensas, el velo que cubre su corazón y su mente del mundo y de sí misma. Después de un largo suspiro, él ignora todo lo que dice y la interrumpe diciendo:

- ¿Por qué haces eso? Tan pronto alguien logra pasar tus defensas y tocar un punto profundo tuyo, te escondes. Te portas como una niña que corre a esconderse detrás de mamá. Se que has pasado por mucho, no lo he olvidado, pero soy yo, Irene entiéndelo.

- ¿Recuerdas las primeras hojas que te devolví de tu famoso cuaderno? Te expliqué por qué lo tomé en un principio. Esa forma de escribir tan disciplinada, tan llena de pasión, nadie puede escribir así y estar cuerdo. Dejabas partes de ti en esas páginas; partes que nadie debía ver y alguien que hace eso, que esconde tantas cosas de sí mismo a los demás, es alguien solo, Gabriel. Eso fue lo que me hizo querer conocerte, eras un alma solitaria igual que yo. Pensé que quizás tú me entenderías -confesó desviando la mirada-. Que en tus palabras encontraría los mismos sentimientos que nunca supe expresar. "El escribir me ha obligado a llevar una vida solitaria, es decir apartado del mundo y los seres que lo habitan. Me veo obligado a sentarme y limitarme a observar, a conocer y comprender, en su mayoría, a la gente. El lenguaje corporal, los ojos, la forma de decir las cosas, las reglas implícitas de convivencia. Todo esto lo capturo y lo convierto en palabras, en espera de sentirme parte de algo, de alguien." -recitó de memoria Irene-. Eramos lo que necesitaba el otro.

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⏰ Última actualización: May 18, 2013 ⏰

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