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—¡Berilo! Hay un intruso en los aposentos del rey. Persíguelo y atrápalo, llévalo de inmediato al calabozo. Yo llegare allí en un momento—Escuche la voz de Nergal en mi cabeza.

No dudé ni un segundo en entrar en acción. Estaba cerca a la salida, si el intruso había escapado, debía ser por la ventana.

La única ruta de salida de esa zona. Era pasando por el campo de entrenamiento, rápidamente me dirigí al lugar.

Cuando llegó a la salida, vio una sombra escabullirse por el almacén de armas.

—¡Alto ahí! —grite, a pesar de mi orden, no me hizo caso.

Entre con cautela al almacén, escaneando cada rincón en búsqueda del intruso. El sonido de mis pasos resonaba como eco. Debía actuar con rapidez antes de que escapara.

De pronto, alcance a vislumbrar un movimiento cerca de los estantes repletos de espadas y lanzas. 

Sin vacilar, Berilo se abalanzó en esa dirección, listo para interponerse en la huida del extraño.

—¡Alto ahí! —ordene con firmeza, extendiendo un brazo para bloquear el paso— Por orden de Nergal, debes venir conmigo al calabozo de inmediato. No intentes escapar o te arrepentirás.

Estaba seguro de que en el mejor de los casos, se resistiría. Lo mejor seria cortarle una pierna o un brazo, Nergal quería que lo entregara vivo, no completo.

Lo entendería. 

Después de todo, nadie que entrara en el castillo de su rey y salía ileso.

Sin embargo, fuera de mis expectativas. 

El intruso dejo ver su figura, aunque tenia un capa que no dejaba ver su apariencia. 

—¡E-e-espera!, yo lo siento, si entre en un lugar que no debía—imploró la voz de un niño —Pero, no volveré aquí, te lo prometo. Tú... me puedes dejar, enserio nunca me veras otra vez.

Berilo se detuvo en seco, sorprendido por la inesperada súplica del intruso. Sus palabras lo tomaron por sorpresa, pues no esperaba encontrarse con un niño.

Frunciendo el ceño, Berilo lo observó con detenimiento. No parecía peligroso, su dialogo dio ha entender que solo era una cría curiosa que se había metido en un lugar donde no debía.

No iba caer en su trampa, el castillo estaba muy alejado del pueblo. Y el hechizo del rey no permitía que nadie débil entrara o se mantuviera mucho tiempo en su territorio, a menos que lo quisiera.

—Bien, te creo que no volverás a entrar aquí —dijo Berilo, suavizando su tono de voz—. Pero no puedo dejarte ir así como así. Las reglas del castillo son claras, nadie entra sin permiso del rey.

Iba a seguirle el juego.

𝐂𝐇𝐈𝐋𝐃 . Caída oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora