Comenzó igual a como empiezan todas las cosas.
Como un sueño.
Como un anhelo.
Como una ilusión albergada en un profundo rincón.
En aquel momento, un poco aturdida por la debilidad de mi piel, me dejé llevar por todas y cada una de las circunstancias: Una fiesta elegante, mis pequeños hombros asomándose tímidos por arriba del vestido, el aroma de las flores frescas recién cortadas y colocadas en los adornos de las mesas, todas las miradas sobre mí, sobre todo, la suya.
La verdad es que no le dirigí la palabra, pero juro que lo que sentí en aquel instante cuando su mirada se topó con la mía fue un golpe duro en el estómago, uno que avisaba el dulce comienzo del sufrimiento. Del amor.
Cada vez que lo perdía de vista, aceleraban mis latidos y ya iba yo, de aquí para allá, de allá para acá. Buscando excusas y comentarios que me dejasen seguir en su búsqueda, en un espacio grande, decorado y lleno de personas refinadas. De personas enfundadas en trajes de seda con colores vivos y alegres. Excepto él.
La esencia que emanaba de él era algo mucho más profundo, un llamado parecido al que hacen las flores para que las abejas vayan a buscar el polen. Y yo en este caso era una abeja.
Lo vi de lejos, jamás me acerqué y él tampoco lo hizo. Vestido de negro y color vino, con tintes apasionantes de rojo. Quizás yo a sus ojos aún era inocente, vestida de rosa, con moños por doquier, como niña pequeña a la que visten en domingo para visitar a su abuela, con el cabello rizado y las pestañas ligeramente pintadas de color ébano. Pero sé que en aquel momento me percibió y notó lo que sentí. No estaba segura de que sintiese lo mismo, pero la sonrisa que me dirigió al final de la noche era, en efecto, una respuesta: él también lo sintió.
Húmeda noche de verano.
La brisa entraba casi a hurtadillas por la ventana apenas abierta, y yo tendida desnuda sobre la cama de sábanas blancas pensaba en aquella sonrisa.
Una sonrisa que podría aturdir a alguien con más experiencia que yo, una sonrisa envuelta en misterio. Una que podría ser falsa, pero yo lo sabía, sabía que no era falsa. Tal vez la inocencia permita ver detalles de los que los adultos ya desconfían, y yo aún gozaba de la inocencia.
Pensando en "la sonrisa dedicada a mi persona" me quedé dormida.
Cuando abrí los ojos vi un cielo intensamente luminoso, era tan intenso que justo después de abrir los ojos volví a cerrarlos como por inercia. Me levanté y me sorprendí de no irme flotando, sentía que mi cuerpo no tenía peso. Que era una pluma de ganso encima de una corriente de aire, pero de pluma de ganso sólo tenía el color.
Tenía puesto un vestido pulcro, limpio hasta el último detalle, y en un punto del lazo alrededor de mi cintura, una rosa perfectamente abierta y hermosa, una rosa azul, exquisita.
Me senté sobre mis piernas, observé a mí alrededor. Cielo despejado, sol brillante, pasto verde y con aroma fresco. Mi piel, tersa y adorable.
Por detrás, unas manos estaban sobre mis hombros, y unos labios besaban mi cabeza. Sentí cómo mis mejillas se sonrosaban, cómo el cielo y las nubes se expandían atravesando el cosmos y tomando a las estrellas por sorpresa.
Era el autor de "la sonrisa dedicada a mi persona". Estaba tras de mí sosteniéndose en mis hombros y besando mi cabello.
Lo miré fijamente. Tenía unas pupilas de un color líquido, semejante al caramelo derretido. Unas líneas perfectamente trazadas dibujaban con delicadeza el contorno de sus labios y el arco de sus cejas. Yo parada a su lado, no era más que un simple trazo hecho con un lápiz suave y con líneas calcadas, pero al mirar sus pupilas líquidas, me sentí encantadora, mirándome a mí misma a través de ellas.
La ilusión y el encanto que me producía la escena fueron más intensos que aleteos en mi estómago, más intenso que la alegría que se produce cuando respiras por primera vez. Ese tipo de cosas intensas que por más que escarbes en tu mente no logras producirlas en tu cuerpo, no logras recordar cómo se sienten.
Me tendió la mano y me ayudó a levantarme. Recorrimos un sendero estrecho, alineado con piedras color gris. Bajo la suela de mis zapatos sentía la redondez de las piedras perfectamente pulidas y acomodadas, unas piedras en tonos desde arena hasta marrón. La brisa movía con gracia las copas de los árboles, y una que otra hoja pequeña caía frente a nosotros como danzando y mostrando sus encantos. Un brillo celestial emanaba de las flores y transpiraban un perfume que sólo podría llevar por nombre "vida".
Nos detuvimos en mitad del sendero. Se paró frente a mí, mirándome con ternura fijamente a los ojos. Con su mirada recorrió mi rostro, mis manos, mi pecho, mi cintura, mis piernas...
Cuando terminó de examinarme me dedicó otra sonrisa, esta vez una más intensa, más cargada de choques eléctricos para mi corazón.
Todo parecía ocurrir dentro de un mundo místico en el que todas las fuerzas del cosmos se concentran, en el que es el centro de la energía del universo. La manera en la que la luz y el aire fluían a mí alrededor era fantástica, única, casi imaginaria. Y lo era.
Él soltó mi mano, se dio la vuelta y siguió caminando hasta que se arrodilló frente a una chica hermosa, de cabellos color miel. Le besó la manó y tomó su rostro con ternura entre sus manos. Le besó los labios y mi corazón se sentía caer, destrozado... Mi desdicha se podía sentir con el mínimo movimiento del dedo meñique del pie izquierdo.
Por alguna extraña razón, no pude llorar.
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Una sonrisa para mí
Teen FictionEsta historia relata cómo la vida de Mavi, una universitaria común, cambia de repente al involucrarse con Vyshnia, una chica muy extraña quien le enseña una manera distinta de vivir la vida, de percibir el mundo y amar a otra persona.