Capitulo 2. Mi Destino

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El corazón de César latía con fuerza mientras cruzaba el umbral de la sala de juntas. El conejo blanco, con su chaleco y reloj de bolsillo, anunció con voz temblorosa: - ¡Inclínense ante el Príncipe César!- Los presentes se inclinaron respetuosamente, mientras César avanzaba.

El joven príncipe observó con asombro la magnífica sala. Estaba repleta de estanterías llenas de libros antiguos y polvorientos, cuyas páginas parecían susurrar secretos olvidados. En el centro, una mesa de madera tallada en forma de corazón brillaba bajo la luz de las velas, iluminando el camino de César hacia su destino.

El Conejo Blanco, con su característico reloj en mano, anunció con voz solemne: - ¡Inclínense ante su Majestad, la Reina de Corazones!- Todos los presentes se inclinaron respetuosamente mientras la Reina entraba en la sala con su imponente presencia. Sus ojos de fuego escudriñaron a cada uno de los presentes, hasta que finalmente se posaron en el Príncipe César, quien, sintiendo la mirada de su madre sobre él, se inclinó con reverencia.

La Reina de Corazones avanzó con gracia hasta la mesa en forma de corazón y tomó asiento en su trono, un imponente sillón decorado con detalles de oro y corazones entrelazados. Con una sonrisa enigmática en los labios, la Reina miró a César y le indicó con un gesto elegante: - Siéntate a mi lado.-

César obedeció sin dudarlo, tomando asiento junto a su madre. A su alrededor, los miembros del consejo real tomaban asiento, preparándose para la reunión que estaba por comenzar.

Los guardias avanzaron con cuidado, llevando un imponente espejo de marco dorado detrás de la Reina de Corazones. La Reina se levantó de su trono con gracia, y César, siguiendo su ejemplo, se puso de pie a su lado, con los ojos fijos en el misterioso espejo. Un silencio tenso llenó la sala, mientras todos los presentes observaban con expectación lo que estaba por suceder.

La Reina de Corazones se acercó al espejo con determinación, su reflejo brillando en la superficie pulida. Con voz firme, pronunció las palabras mágicas: - Espejito, espejito, muéstrame mi destino.- Un destello de luz envolvió el espejo, y en su superficie se reveló una imagen sorprendente: la Reina de Corazones sentada en un trono, con César a su lado, compartiendo el poder y la autoridad.
César observó la escena reflejada con asombro, sintiendo una mezcla de emoción y responsabilidad abrumadora.

La Reina de Corazones se volvió hacia él, con una sonrisa enigmática en los labios, y le dijo con voz suave pero llena de significado: - Mira, César, este no es solo mi destino, sino también el tuyo. Juntos, podemos forjar un futuro brillante para nuestro reino y nuestra familia.-

El corazón de César latía con fuerza mientras absorbía las palabras de su madre y contemplaba el reflejo en el espejo.

La Reina de Corazones con una expresión impasible en su rostro, mientras César, visiblemente nervioso. El silencio en la sala era palpable, roto solo por la tensión entre madre e hijo. - Para que el destino se cumpla, debemos conquistar los demás cuentos de hadas- declaró la Reina de Corazones con determinación en su voz.

César sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar esas palabras, consciente de la magnitud de lo que su madre estaba proponiendo. Levantando la voz, nervioso, se atrevió a cuestionarla: - Pero nuestro cuento estuvo sellado durante años, ¿cómo piensas hacerlo? ¡Es una locura!-

La Reina de Corazones, molesta por la audacia de su hijo, le respondió con frialdad: - Cuida tu tono conmigo, César. No olvides que soy tu madre, al igual que la Reina. No subestimes el poder que poseeo ni la fuerza de mi voluntad. Juntos, podemos lograr lo que otros solo se atreverían a soñar.-

César se sintió abrumado por la presión de las expectativas de su madre y el desafío que se extendía ante él. Sabía que no podía defraudarla, pero también temía las consecuencias de embarcarse en una empresa tan ambiciosa y arriesgada.

El Corazón RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora