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Arabella dio un último vistazo a su cuarto, ahora vacío, antes de cerrar la puerta blanca y bajar las escaleras para encontrarse con sus padres. El día de la mudanza por fin había llegado, los señores Campbell esperaban a su hija en la sala. 

—Cielo, menos mal que bajas. El auto llegará pronto. —Anunció su padre mientras abría el New York Times para leerlo mientras aguardaban. Bella simplemente asintió con la cabeza, sin dejar de pasear la mirada en su casa de toda la vida. 

—Cariño... ¿No ha venido nadie a despedirte? —Inquirió su madre con extrañeza. Sabía que su hija era una muchacha popular y querida, de hecho estaba bastante orgullosa de ello. Año con año las fiestas para celebrar el cumpleaños de su unigénita se abarrotaban de jóvenes que estaban relacionados con Arabella, así que no ver a ninguno le parecía sumamente raro. 

—No, madre. Me he despedido de todos en la escuela ya.—Repuso esta con ganas de no hablar del tema, esperando que su respuesta fuera suficiente para que su madre dejara de preguntar. 

—¿Y Jaqueline? Ustedes han sido amigas de toda la vida. 

—También me despedí de ella ya, madre. No vendrá. —Aquello era verdad, al menos a medias. Luego de su última charla con Jaqueline no habían vuelto a hablar, las dos eran demasiado orgullosas como para intentar iniciar una conversación. Sin embargo, Jackie le dejó una nota en su casillero el último día que Bella asistió a la escuela. "Suerte encontrando a tu caballero inglés. XOXO, -J"

—Pues que grosera. —Intervino su progenitor, dejando de lado la lectura. —Jaqueline ha pasado demasiado tiempo en esta casa, ha sido tratada como una más en nuestra familia y ahora no se digna en aparecer para decirte adiós como Dios manda. Eso dice mucho de ella. 

—Papá, yo le pedí que no viniera. —Mintió, sabiendo que el señor Campbell solo había esperado la oportunidad para expresar lo que llevaba años guardándose: Su desagrado hacia Jaqueline. 

—¿Por qué harías algo así, Sadie? —La interrogó su madre entre escandalizada y sorprendida.

—Porque ninguna de las dos quería montar una escena. Y por favor, no uses el nombre "Sadie". Me llamo Arabella. 

—Eres Sadie Arabella. Ambos son nombres preciosos y deberías enorgullecerte de ellos. 

—Estoy orgullosa, mamá. Solo que me acostumbré a ser Bella para todos. 

Antes de que la mayor pudiera replicar, un hombre de traje entró a la sala. Se trataba de Maxon, el chofer de la familia. 

—Señores Campbell, señorita Arabella. El auto está listo para ir al aeropuerto. 

—Gracias, Maxon. —Dijo el único varón Campbell. 

Maxon les sonrió. Era un hombre un poco mayor, llevaba casi treinta años al servicio de la familia Campbell y de un modo u otro se había encariñado con ellos. Les sostuvo la puerta para que pasaran y luego subió al auto. 

El trayecto fue silencioso, al menos para Bella. Su padre iba charlando con Maxon, diciendo la mucha falta que les haría allá, además de volviéndole a hacer la oferta de ir con ellos. 

—Se lo agradezco mucho, señor Campbell. No puedo aceptarlo, mi esposa y mis hijos están aquí. 

—Comprendo el sentimiento, viejo amigo. Uno no quiere separarse de la familia ¿No? 

Entre más charlas entre los adultos, llegaron al aeropuerto de Nueva York. Dado que la mayoría de sus cosas ya los esperaban al otro lado del océano, llevaban un equipaje bastante ligero. El bolso de su madre, el maletín de su padre y la mochila de la propia Arabella los hacían parecer una familia que va de paseo en un día normal más que una que estaba por dejar el lugar en el que vivían desde hace un largo tiempo. 

—Buen viaje, señor Campbell. —Les deseó Maxon. 

—Por favor, Maxon. Sabes que desde hace mucho puedes llamarme Edward. —Insistió el mencionado mientras se despedía del amigo de la familia. 

Una vez que sus padres se apartaron, Arabella se quedó viendo por un momento a Maxon. Él prácticamente la había visto nacer, pues fue quien condujo a toda velocidad por las calles neoyorquinas hacia el hospital el día que llegó al mundo, también acompañó a su padre en la sala de espera y se había encargado de llevarla a la escuela todos los días sin excepción alguna desde el preescolar hasta su último día en Royal Hills. 

—Maxon, te voy a extrañar muchísimo. —Aseguró al mayor. 

—Señorita Bella, es para mi un privilegio que usted me eche de menos. 

—Cómo no hacerlo. Te veía todos los días, además eres genial escuchando. —Le dijo ella. Era cierto, a veces, cuando sus padres estaban demasiado ocupados con sus vidas le terminaba contando sus aflicciones al fiel Maxon. Siempre recibía un consejo sabio luego de ser escuchada con plena atención. 

—¿Quiere un último consejo antes de que se vaya? —Cuestionó el hombre, a la vez que la primera llamada para el vuelo 909 hacia el aeropuerto de Liverpool era dada. 

—Por supuesto. 

—Disfrute, señorita. Es joven, tiene un futuro brillante que la esperará mientras está allá. ¿Por qué no sacarle el máximo partido a eso? Véalo como un año sabático. 

Lo meditó. Maxon siempre sabía qué decir y en que momento decirlo. La mudanza -a diferencia de lo que creyó al inicio- no era el fin del mundo. Solo doce meses, doce en los que podría hacer cosas nuevas, conocer gente, intentar nuevos instrumentos y un día podría regresar a Nueva York para retomar su vida. 

—Gracias, Max. —Repuso la rubia de manera sincera, para luego abrazar a lo más cercano que había tenido a un abuelo en su vida. 

En cuestión de minutos, ya estaba sentada al lado de la ventanilla. Cuando el avión despegó y comenzó a alejarse de los Estados Unidos de América,  supo que su nueva -y temporal- vida había comenzado. 

—Hasta pronto, América. 

𝐒𝐭𝐚𝐫𝐠𝐢𝐫𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora