Prisión de Oro

14 4 1
                                    

En el vasto y opulento mundo de la mansión Del Lupo, el silencio era una presencia constante. La mansión, con sus elegantes columnas de mármol y vastos salones decorados con tapices finos y retratos dorados, parecía una fortaleza de aislamiento tanto para sus habitantes como para el mundo exterior. Aquí, en el corazón de este refugio dorado, vivía Madonnina Del Lupo, el joven de cabello blanco y ojos azules, conocido por su belleza celestial que parecía desafiar las leyes de la naturaleza.

Desde su infancia, Madonnina había vivido rodeado de lujo y comodidades, pero su vida había sido marcada por una profunda soledad. Su familia, un enigmático linaje de antiguos nobles, había decidido mantenerlo alejado del mundo exterior. A la edad de diez años, el joven era un enigma incluso para sus propios padres, quienes, por razones desconocidas, lo habían protegido de las influencias del mundo exterior.

Madonnina pasaba sus días en la mansión con un vacío en su corazón que ningún tesoro material podía llenar. En los amplios jardines, entre fuentes de agua cristalina y flores que parecían susurrar secretos, el joven encontraba un solitario consuelo. Sin amigos, sin compañeros, su único consuelo era la vasta extensión de naturaleza que lo rodeaba.

Una tarde, mientras el sol dorado caía sobre los jardines, Madonnina se encontraba bajo un gran roble, su figura pálida contrastando con la sombra oscura del árbol. Observaba los pétalos de una rosa que se caían lentamente al suelo.

—¿Por qué es todo tan tranquilo aquí? —murmuró para sí mismo, su voz resonando con una melancolía que parecía perdida en el aire.

La puerta principal de la mansión se abrió con un suave crujido y, tras unos pasos ceremoniosos, la figura de la señora Del Lupo apareció. Su madre, con su vestido de seda blanco y su porte altivo, caminaba con una gracia fría y distante. Sus ojos, que alguna vez habían mostrado ternura, ahora reflejaban una indiferencia que Madonnina conocía bien.

—Madonnina, ¿por qué estás aquí fuera? —preguntó, su tono más bien una orden que una preocupación.

—Solo estaba disfrutando de la paz, madre —contestó, tratando de sonar tranquilo, aunque su voz temblaba ligeramente.

—No tienes tiempo para distracciones. Debes prepararte para la lección de esta tarde. Tu padre y yo hemos decidido que es momento de que comiences a aprender sobre el arte de la diplomacia.

La señora Del Lupo se dio la vuelta, marchando hacia el interior de la mansión, sin esperar respuesta. Madonnina observó cómo se alejaba, sintiendo una mezcla de frustración y resignación. Sabía que su vida estaba dictada por los deseos y expectativas de sus padres, sin lugar para sus propios deseos o sentimientos.

En el interior de la mansión, el joven se dirigió hacia la biblioteca, un vasto recinto lleno de estanterías que contenían volúmenes antiguos y pesados. Se sentó en una de las mesas de lectura, rodeado de libros sobre protocolos y tratados diplomáticos, que eran más pesados que cualquier peso que pudiera cargar.

A las horas señaladas, su padre, el señor Del Lupo, entró en la biblioteca. Era un hombre alto y delgado, con una presencia austera y una expresión perpetuamente seria.

—Madonnina, ¿estás listo para tu lección de hoy? —preguntó con una voz que no admitía objeciones.

—Sí, padre —respondió, levantándose y dirigiéndose hacia la mesa de estudio.

El señor Del Lupo comenzó a hablar sobre las complejidades de la diplomacia, pero Madonnina apenas podía concentrarse. Sus pensamientos vagaban hacia un mundo fuera de estas paredes, un mundo que sentía que nunca podría conocer. La lección se convirtió en una serie de palabras y conceptos que fluyeron sobre él sin dejar rastro.

Flor del InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora