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Llegué a mi casa desconcertada después de mi raro encontronazo con el supuesto camello de anoche.

Que Grisel no lo conociese me preocupaba, entonces, si él no le había estado vendiendo hierba todo este tiempo, ¿quién era?

No era de las típicas que creyese que vivía en una peli de terror o algo por el estilo, más bien, era escéptica, por lo que tampoco le di muchas vueltas más, ese chico raro que me robó y me corrompió el Pen drive simplemente sería un colega graciosillo del que normalmente le vendía a Griselda, nada más.

—¿Qué tal la presentación, cariño? —saludó mi madre, estaba en pijama y leyendo un libro en el sillón de la sala de estar.

—Muy bien, he sacado un diez ¿has dejado algo para comer? Estoy hambrienta —dije quitándole importancia, obviamente iba a esconder que un chico casi me arruina la exposición, y no sabía ni quién era ni qué tenía en contra de mí, mi madre se volvería loca.

Si hubiese un premio a la mujer más desconfiada y sobreprotectora del planeta, creo que se lo darían a ella. Apenas podía salir de casa si no era con una explicación bastante infundada. Suerte tuve de salir la noche anterior a comprar hierba.

Y me hubiera quedado mejor en casa.

Por eso, cuando le dije que me habían contratado en una discoteca para trabajar de noche los fines de semana, casi se vuelve loca. Pero el trabajo era trabajo y la verdad que en mi casa sí que hacía falta dinero, al menos, sí cuando empecé a trabajar, que apenas tenía la mayoría de edad.

Ahora lo hacía más bien por tener ahorros y los caprichos que me diera la gana, desde que ascendieron a mi madre, dejó de haber penalidades en casa. Mi madre no descansó para convencerme que dejase ese trabajo, que era inseguro y malo para mi salud, pero siendo sinceros, con un turno de tarde en la universidad, mi vida era más bien nocturna que diurna, por eso, tampoco me molestaba trabajar en un trabajo así, de hecho, lo prefería.

También me gustaba bastante la fiesta, y, aunque vivirla detrás de una barra no fuese igual, tenía su toque divertido.

—Sabía que lo conseguirías, eres toda una cerebrito —sonrió mientras me desordenaba el pelo—. Todavía no se te han atrofiado las neuronas con ese tinte rosa, estoy sorprendida.

—¡Mamá! —exclamé molesta. Ella se río y siguió con su libro.

Creo que una de las etapas que tiene que pasar siempre un adolescente con padres sobreprotectores es hacer una locura que volviese locos a éstos.

En mi caso hice varias a lo largo de toda mi adolescencia (como que la policía viniese a mi casa con una denuncia de fraude), pero una de estas, también fue teñir mi larga melena de un rosa pastel que a mi juicio, me favorecía muchísimo.

Después de un rato, mi madre me puso un plato de comida en mis narices y no dudé en comérmelo nada más que entró en mi campo de visión. Ella se sentó a mi lado e hizo lo mismo.

—¿Tienes hoy mucha tarea? Podrías probar a descansar un poco, y a hacerlos mañana por la mañana en vez de dormir por el día, eso no es sano, Amanda— y cómo no, mi ciclo de sueño era otro peso monumental para mi madre.

—Curro —mentí, a estas alturas, era una maestra de las mentiras y la manipulación.

—Siempre lo mismo— murmuró pinchando más fuerte en el bol de la ensalada. Yo me encogí de hombros ante su respuesta, ya estaba bastante acostumbrada.

Otro pro que tenía trabajar en una discoteca hasta las seis de la mañana era que, para salir de fiesta, solo tenía que poner la excusa del trabajo, y ya tenía el camino libre.

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⏰ Última actualización: Oct 01 ⏰

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