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"Te espero a las nueve en punto en el Puerto Olímpico, llevo una chaqueta roja"

Sonreí satisfecha frente a la pantalla de mi ordenador. Me levanté de mi escritorio, cogí dinero, una chaqueta negra y mi USB. Nada más abrir la puerta de mi habitación, mamá apareció por arte de magia en el pasillo.

Me sobresalté y me llevé una mano al pecho.

—Me has asustado, joder— dije en un suspiro, pero a ella pareció darle igual, me miró de arriba a abajo con una mirada acusadora.

—¿Dónde crees que vas?— preguntó y se cruzó de brazos delante de mí. Rodé los ojos. Estaba preparada para esta pregunta.

Sonreí falsamente y le enseñé el USB que tenía en mi mano derecha, lo miró unos segundos con extrañeza y me volvió a mirar con la misma cara acusatoria de siempre.

—Le tengo que entregar esto a Grisel, me tiene que ayudar con el último tema del trabajo— le mentí. Tenía ese diálogo planeado desde hacía horas. Lo tenía todo controlado.

Sí, tener a una madre estricta te hace una mentirosa compulsiva. Aún así, no me quejaba de mis dotes manipuladores.

—¡Son las ocho y media de la noche, Elaia! Ya está oscuro fuera, vas mañana— replicó y alzó su rostro para encararme, porque, como el mismo dicho dice, me conoce como si me hubiera parido, y sabía que no me iba a quedar callada.

—Mamá, son las ocho y media de la tarde, no exageres— le corregí haciendo énfasis en tarde, apenas estaba oscureciendo, incluso todavía se escuchaban pájaros fuera de casa—. Tengo diecinueve años, y no estamos en los Asperones, no exageres.

—Vas mañana— finalizó.

—La exposición es mañana, no puedo, me voy— avisé y la rodeé para poder pasar.

—¡Si no estuvieras todo el día con el ordenador, podrías haber ido antes!— volvió a atacar, pero ya no me importaba, estaba abriendo la puerta para irme.

Cerré la puerta de un portazo, por suerte mamá no siguió presionando y pude ir donde el chico del mensaje me había citado.

No sabía quién era, solo sabía que le vendía a veces a Elaia y poco más, pero daba igual, ya había comprado hierba antes, no me iba a preocupar a esas alturas.

Llegué en diez minutos al parque. Ya había oscurecido del todo, y sí, mentiría si dijese que no tenía miedo, a saber qué tipo de persona era, pero sabía defenderme perfectamente, lo último que debía hacer en estos casos era ponerme nerviosa o mostrar algún signo de desconfianza.

Justo cuando me iba a disponer a mandarle un mensaje al chico, alguien tocó mi espalda y me sobresalté. Me di la vuelta y miré con mala cara al... ¿chico, chica...? En fin, a quien fuese que tuviese detrás.

Era un chico. Llevaba una chaqueta roja de marca. El sitio estaba oscuro, pero se veía perfectamente las facetas de aquel chico.

Era más alto que yo, sus ojos eran oscuros y achinados, imponían lo suficiente para saber que era mejor no meterse con él. Y lo que más me interesó, su sonrisa ladeada burlona. 

Ni siquiera había hablado y ya sabía que me iba a caer como el culo.

—Vaya, no esperaba encontrarme a una niña en este sitio, ¿cuántos años tienes, niñata?— se burló mientras me repasaba con la mirada. Me sentí algo incómoda pero no me achanté.

—Los suficientes para meterte una patada en los huevos como te pases de listo —le amenacé. Empezó a reírse en mis narices. Me crucé de brazos delante de él y puse los ojos en blanco.

Deep LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora