Jamie debería haberse sentido feliz de salir con esa chica; sin embargo, esa sensación no se asomaba por ningún lado. Le agradaba, era claro, pero siendo honesto, solo quería regresar a casa a ver una serie, y si era posible con un pedazo de pizza, gracias.
Le dio un vistazo y permaneció estático un momento. Parecía entretenida, dejaba salir una que otra risa cuando algo interesante ocurría en la pantalla del cine. Era sin duda hermosa. Volvió a ver las imágenes frente a él y pensó que su vida estaba siendo demasiado monótona a sus veintidós años.
Hasta ese momento, creía que salir con una que otra chica, divertirse con sus amigos, y por supuesto, llevar un expediente académico intachable, era suficiente, un equilibro entre el estudio y su vida social; pero tal vez estaba un poco equivocado.
No, No era suficiente. Estaba aprisionándose a sí mismo en una burbuja de hierro y no podía permitir que el asunto continuara de esa manera.
—Hmm, ¿ya te vas? —Preguntó ella cuando salieron de la sala.
Jamie miró su reloj. Elevó ambas cejas.
—Ya es tarde. Son las diez.
Hannah removió las manos en su regazo, mientras dirigía su mirada al suelo. Luego la levantó de nuevo con una sonrisa.
—No quiero que te vayas —Con duda, le tomó de las manos. Jamie vio sus mejillas enrojecerse—. Comamos algo, yo invito.
—Gracias, pero tengo que irme. Lo siento. —Se soltó con lentitud de su agarre e introdujo las manos en el bolsillo de su sudadera. Hannah se mordió el labio inferior, abrió la boca para decir algo, pero nada escapó de sus labios. Al final solo sonrió una vez más y asintió.
—Está bien, salgamos la próxima semana.
Jamie asintió por compromiso y luego de acompañar a Hannah a tomar un taxi, caminó hasta el paradero de su autobús.
Las luces del paradero eran lo único que iluminaban la manzana a las ocho de la noche. La luna se levantaba impotente en el cielo, dándole un toque etéreo al ambiente, aumentando sus confusiones recientes en la soledad. Dio un suspiro mientras contemplaba la luz azuleja del cielo y cerró los ojos. Sin embargo, duraría poco tiempo en ese estado de relajamiento profundo, al escuchar a alguien cerca a él.
Se levantó con rapidez de la silla, pretendiendo que el grito que había soltado no hubiera sonado tan cómico. Qué vergüenza.
El chico frente a él ladeó la cabeza intentando descifrar lo que había sucedido. Aun así, no dijo algo al respecto y fue ahora Jamie quien sintió sus mejillas enrojecerse.
—¿La ruta D23 pasa por este lugar? —Preguntó el extraño con los ojos entrecerrados. Parecía ser de su misma edad. Traía una gorra en donde algunos cabellos oscuros se escapaban en hilos un tanto desordenados. ¿Quién viste una gorra a las ocho de la noche? Como sea. También llevaba una mochila extraña que descansaba en su brazo izquierdo. A lo mejor buscaba la oportunidad para venderle algo.
Jamie se aclaró la garganta al sentir sus ojos oscuros esperando su respuesta.
—Eh. Sí —Se pasó la mano detrás de la cabeza, despeinando sus cabellos rubios. Pestañeó varias veces y se sentó en la esquina del asiento al otro extremo, dándole espacio para que el extraño hiciera lo mismo. El desconocido se hizo en otra esquina, mientras frotaba sus manos. Pronto, empezó a escuchar ronroneos. Giró su cabeza con disimulo -aunque no mucho en realidad-, y encontró de la nada un gatito en su regazo. La mochila era en realidad una jaula para gatos.
No, para gatitos. Nada de vendedores ambulantes. Solo gatitos. Viéndolo así, estaría dispuesto a llevarse uno a su casa.
—Ya estamos llegando —Decía ese chico, agudizando un tanto su voz, mientras que sus dedos acariciaban la barriga del cachorro—. Fuiste muy valiente hoy.
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Una vez no es suficiente - LGBT
Teen FictionCuando Jamie decide experimentar nuevas aventuras, nunca imaginó que su heterosexualidad se vería vista en juego. Jamie tiene todo lo que un universitario promedio pudiera desear; vida social y un expediente académico intachable. Sin embargo, cuando...