2. La consulta del ginecólogo

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La ténue luz que desprendía la luna era lo único que alumbraba la habitación de mi apartamento. Me estremecí al sentir la calidez de las sabanas rodeando todo mi cuerpo y suspiré al observar los edificios y estrellas que embellecían la noche.

Mi nombre es Judith y mi vida es una historia no tan agraciada a pesar de que siempre he hecho lo posible por seguir adelante. Hace apenas dos años conocí a un chico llamado Michael en el trabajo. Todo en él era perfecto. Me pidió salir, cuando terminaba mi jornada en el trabajo me invitaba a cenar, ofrecía planes de futuro... Digamos que tenía todo lo bueno que un hombre podía llegar a ofrecer. Hasta que hace exactamente ocho meses quedé embarazada de él.
En el momento que supe la noticia, la alegría apenas me cabía en el cuerpo. Ser madre siempre fué un sueño para mí, además de que tenía una pareja estable con la que todo sería coser y cantar. ¿Verdad?
Bueno, pues por lo visto Michael tenía planes distintos. En cuanto le conté la noticia nuestra relación se derrumbó y se encargó de hacerme añicos. Todo era una farsa. Solo estaba jugando conmigo y yo le arruiné sus planes.
El bebé dio una patada y me hizo sonreír. Ser madre es lo que siempre quise y no iba a dejar que él me lo arruine. Yo me encargaría sola de darle a mi hijo la vida que se merece.

Cerré los ojos y suspiré al recordar la pizca de esperanza que siempre habitaba en mi ser. Acaricié mi voluminoso vientre de ocho meses y lentamente descendí sobre mi cuerpo, dándome placer con la otra mano las partes más sensibles. Mi mano siguió descendiendo sobre mi vientre hasta que topó con la tela que cubría mis genitales. La ignoré y me adentré en esta para acariciar mi clítoris, duro como una roca. Froté en círculos sobre la carne e inconscientemente mis piernas se abrieron dándole paso a los dedos, que seguían haciendo su función en mis zonas más superficiales.

-Ah, dios-gemí sutilmente con una mano en el coño, y la otra en mi pezón, retorcía y estrujaba ambas zonas hasta que el placer invadía mi cuerpo, arrasando con todo lo demás.
Mis movimientos se volvían más ágiles y mi cerebro comenzó a maquinar escenas de lo más placenteras.

-Mi niña, hoy ha sido un día muy largo ¿verdad?-preguntó Michael antes de descender sobre mi torso, con intenciones de saborearme mi zona, completamente húmeda y abierta para él.

-Si papi, menos mal que has llegado a tiempo-Gemí utilizando el apodo que a él tanto le excitaba. Me incorporé un poco y le abrí aún más las piernas exigiendo su presencia. Sonrió ante mi indirecta petición y se adentro en mí. Me saboreaba, jugueteaba con los dientes en mi clítoris e incluso me llegaba a dar mordisquitos. Una pizca de escozor me hizo emitir un sonido. Tras moder me lamía aliviando cualquier resto de escozor, el placer que su húmeda lengua me causaba era bestial...

-Joder Michael, eras perfecto-dije para mis adentros. Pero antes de continuar, me abalancé en dirección a mi mesita de noche, abrí el cajón rapidamente y busqué entre la ropa interior a mi mayor aliado. Volví a la previa posición y activé el aparato color rosa, de momento en un nivel bajo. Lo puse entre mis piernas y temblé con la sensación que me producía el succionador.

«Joder»

Ahora su lengua pasó a las zonas más profundas de mi ser. Entraba y salía de manera descarada, con movimientos que nunca antes probé y me tenían completamente anonadada.

-¡Michael! ¿Como?...

-Shhh, quiero ver cuánto tiempo aguantas sin hacer ruido-me retó y asentí como si fuera posible no hacer ningún sonido teniendo esa lengua tán hábil relamiendo todos los puntos más sensibles de mi cuerpo. Lo que él pedía era tarea imposible.

Hundió su lengua en mi interior rápidamente y a la vez me masajeaba el clítoris con su mano, grande y venosa. Me follaba sin descanso con la lengua y yo, en mi estado más vulnerable tenía que aguantar los gemidos. En su lugar comenzé a respirar ajetreadamente.

Fantasías ObscenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora