Capítulo Séptimo: El libro

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     Poco después de lo ocurrido en la piscina, la familia se encontraba cenando.

     Ya ven, queridos lectores (notase esta primera y única vez que les hablo directamente) que la historia permanece estática dentro de esa casa tan singular, al menos la mayor parte del tiempo. Y no hablamos de singular al referirnos a su arquitectura tan ostentosa, demasiado occidental, sino por el mimetismo mismo que se le ha ido otorgando al pasar de la historia.

     La casa es, ante las dudas, un personaje más. Una nota demasiado directa.

     Pero, oh, Jeon Jungkook, aquel doncelito aún a tientas de emprender vuelo (¿pero a dónde iría?), no ha conocido nada más allá de ese mundo, de esa casa. Desde su alumbramiento, momento único en el vida donde sonaron bombos y brillaron estelas por él, estuvo sometido ante la languidez de una vida prestada. Al menos así lo sentía, pues no la sabía suya. Todo pasaba, todo acontecía. Él sólo estaba, solo existía. No había un propósito.

     Su imaginación era volátil, le gustaba sumergirse en las historias que leía y atesoraba los datos narrados por el locutor de su programa favorito de la radio. Pero no podía imagiarse para sí mismo una añoranza, un futuro. Solo una vez dio un tímido permiso a dejar salir lo no permitido y resultó en un trágico acontecer que lo haría recluirse más en sí.

     Pero ahora, quizá se hallaba a sí mismo en el umbral de algo parecido.

     Más allá de eso, sólo se hallaba en una lenta espera hasta que llegara el día de su matrimonio. ¿No se dijo antes? Por supuesto que Jungkook estaba comprometido; sus padres no dejarían ese cabo suelto. Pero sabremos más adelante sobre este novio que permanece en las sombras, no porque él quiera, solo no es requerido aún.

     Y bien, retornando al salón del comedor con la familia, aquella noche era diferente. Lo sería, al menos.

     Por supuesto, como se veía venir, el nacimiento de las añoranzas y la curiosidad por lo nunca antes pensado, habían dado paso a que Jungkook experimentara un sin número de cosas tan súbitas, que le asustaban, no cabía duda, pero le gustaba. No podía descifrar el nombre, ¿es que acaso algo semejante podría poseer un nombre? De poseerlo sin duda sería demasiado penoso para pronunciarlo, aunque casi pudiera percibir las ligeras motas sabor a miel en la punta de la lengua de solo pensarlo.

     Todo esto tenía un comienzo y posiblemente un fin: Kim Taehyung.

     ¿Y no era Taehyung una especie de ángel venido a la tierra mundana, trayendo consigo una especie de soplo novedoso y casi que catártico? La familia estaba segura que sí, aunque no lo ponían en esas palabras. No, no, demasiado para admitir delante de otros o a sí mismos.

     Aquella velada Jungkook estaba de lo más tranquilo, o incluso más. Casi sumido en el ensueño de un encanto tibio y acogedor, invisible pero existente.

     Era una noche fresca, por eso habían dejado abierta la gran ventana que estaba tras las espaldas de su padre, a la cabecera de la mesa. Las cortinas permanecían estáticas, la tibieza del clima se colaba en el interior y la familia, nuevamente, se hallaba en una especie de capullo acogedor (entonces no era cosa solo del doncel) un sopor propio de los días calurosos instauró un ritmo lento en las respiraciones; todos pareciendo casi dentro del mismo sueño, un sueño guiado por la voz marítima de Kim Taehyung.

     Gracioso, pues el joven no era oriundo de algún lugar próximo al mar. Pero sin duda tenía ese encanto otorgado por las aguas claras y mansas.

     Jungkook, como se dijo y para sorpresa suya, se hallaba de lo más cómodo sentado en la mesa, con el plato de comida a medio terminar, apoyado contra la silla y disfrutando el momento de una manera casi que parecida a cuando estuvo en el solario, sin verse preso de algún tipo de asalto extraño.

Noches De Blanco Satén | taekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora