Capítulo Quinto: Sábanas de satén

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     Otra mañana de sábado. Las aves cantaban, la primavera había dado un feliz recorrido y estaba a nada de otorgarle el paso al verano.

     Verano mío, que contigo traes el recuerdo de amores que nunca existieron.

     El cielo estaba despejado, celeste puro e inmaculado. Ni una sola nube a la vista. Hace tanto que el tiempo no se presentaba tan divino. Era el día perfecto, en todos los sentidos, especialmente porque un sábado en la mañana significaba que toda la familia, en conjunto, podía disfrutar de Kim Taehyung.

     Tal vez era los calores del venidero verano, pero la familia se hallaba excepcionalmente relaja, alegre a más no poder. Con el corazón rebosante, disfrutando el cálido aire traspasando los ropajes. 

      Jungkook se encontraba en su habitación, recortando de una vieja revista imágenes coloridas de novedosos diseños de interiores, demasiado futuristas. Era la moda, así lo indicaba el artículo. No le gustaban esas modas, pero sabía apreciar los detalles bonitos; así tal cual, "bonitos".

    Cuan vana suena la palabra.

     No le hallaba otra para describir a lo que sus ojos encontraban interesante. Aunque si él algún día pudiera tener una casa, sólo para él y —pues qué más queda— para su marido, sería una linda casita al estilo tradicional. Sí, con un patio al centro y los corredores a la intemperie (¿No era algo demasiado japonés?) pero le gustaba. Tal vez un diseño similar, adecuado a un hermoso Hanok. Como la casa de Jimin.

     Esa no era una casita, por supuesto, era una mansión, en pocas palabras. Su amigo doncel era hijo de uno de los altos mandos militares, parte del gabinete del presidente o algo así. No solía hablar sobre esas cosas. Por lo general, Jimin solía tener sus conversaciones bien dispuestas a temas sobre muchachos y moda. Era muy buen alumno, no vayamos a creer que no. Y era el mismo Jimin quien le entregaba las revistas que acababa de terminar de leer, sabiendo ya del extraño pasatiempo de su amigo. Sin embargo, le repetía siempre que le veía un sin sentido. Pues sí, entre todas las cosas que un doncelito de clase burguesa podría hacer para pasar el rato, Jungkook encontraba divertido coleccionar recortes. Ya fuera de revistas o periódicos viejos, folletos o afiches de películas con portadas excéntricas. También tenía en su colección postales, fotografías amarillentas, estampillas. Las guardaba en un álbum de fotos que llevaba a todos lados (al instituto) porque no confiaba en dejarlo solo en su habitación. Sabía que Miya podría entrar y, al encontrar el álbum, se lo mostraría a Hyori quien tomaría la decisión de que se trataba de basura.

     Disfrutaba mucho de eso, en verdad. De repasar las imágenes de gente ya perdida a través del tiempo, también fotografías de platas, anuncios interesantes y algo estrafalarios. Jungkook era, ¿cómo decirlo? Bastante simple en sus maneras, hacía lo mismo todos los días, pero sabía que debía tener su propio camino. Complicado. Oh, muy parecido a la canción esa de los... ¿Stones?

     Taehyung gustaba de escuchar esa clase de música a todo volumen y las tontas letras se le quedaban pegadas a Jungkook.

     A pesar de la inmersión en su tarea, no podía ignorar las voces que se colaban en la habitación y llegaban atravesando la ventana, que estaba abierta hasta la mitad. Por supuesto, una mañana tan encantadora no iba a ser desperdiciada, así que su padre y Taehyung se encontraban en el jardín de atrás (a donde daba vista su habitación) jugando al béisbol. Ahí fue el momento en el que Doyun sacó a relucir sus habilidades resguardadas en un cajón echado bajo llave y que solo pareció querer usarlas después de tantos años para sorprender a su huésped.

     Hasta ese momento, si bien su padre parecía un hombre enérgico, nunca se había mostrado haciendo ejercicio en la casa. Sabía que iba al gimnasio una vez a la semana. Pero no más.

Noches De Blanco Satén | taekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora