Bajo el Peso de la Fe

36 5 1
                                    

La noche de invierno era fría, y el viento helado se colaba por las rendijas de las ventanas mal selladas de la iglesia abandonada. Claudia se abrazaba a sí misma, intentando conservar el calor mientras observaba el crucifijo en la pared. Era irónico, pensó, que hubieran terminado en aquel lugar, buscando refugio de la sociedad que las condenaba. Desde que se conocieron, Jimena y Claudia habían estado huyendo.

🪻

Claudia había sido criada en una familia devotamente cristiana. Las paredes de su casa estaban decoradas con imágenes de santos y citas bíblicas, y su vida giraba en torno a las enseñanzas de la iglesia. Cada domingo, su madre, la llevaba a misa, donde las homilías sobre el amor y la redención se convertían en un eco doloroso de lo que nunca podría ser para ella.

"Claudia, cariño, recuerda que el amor verdadero es entre un hombre y una mujer," le decía su madre con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. "Dios nos creó para ser felices, pero debemos seguir sus caminos."

Claudia había intentado durante años construir un muro alrededor de su corazón, convencida de que el amor era un lujo que no podía permitirse. Sin embargo, todo cambió en aquel día nublado de primavera, cuando decidió asistir a una protesta en la plaza central de la ciudad. La multitud vibraba con energía, un mar de pancartas y voces que clamaban por justicia. Fue en medio de ese caos organizado que sus ojos se encontraron con los de Jimena.

Jimena se destacaba entre la multitud, no solo por su cabello al viento, que danzaba libremente al ritmo del aire, sino también por la intensidad de su mirada. Había una chispa en sus ojos que desafiaba al mundo, una determinación que resonaba en cada palabra que pronunciaba. Mientras Claudia escuchaba el discurso apasionado de Jimena, sintió que su corazón daba un vuelco, como si cada latido estuviera intentando liberarse de las cadenas que lo mantenían cautivo.

Era como si el tiempo se detuviera; el bullicio a su alrededor se desvaneció, y todo lo que quedaba era esa figura imponente que irradiaba confianza y coraje. Claudia se dio cuenta de que Jimena era todo lo que había anhelado ser: una mujer sin miedo, dispuesta a luchar por sus ideales. En ese instante, la represión de sus sentimientos se volvió insostenible. La admiración se transformó en algo más profundo, algo que la llenaba de una mezcla de esperanza y temor.

A medida que la protesta continuaba, Claudia no podía apartar la vista de Jimena. Cada gesto, cada risa compartida con otros activistas, parecía romper las barreras que había construido a su alrededor. Era una sensación extraña, casi mágica, como si la vida le estuviera ofreciendo una segunda oportunidad. En ese momento, Claudia comprendió que el amor no solo era un sentimiento, sino una fuerza poderosa capaz de desafiar sus miedos más profundos y abrir nuevas puertas en su corazón.

🪻

Jimena había crecido en un hogar donde el amor era un concepto distante, casi un lujo que nunca pudo permitirse. La casa, pequeña y desgastada, era un reflejo de la lucha constante de su madre. Con cada golpe de viento que azotaba las ventanas, resonaban también los ecos de las discusiones y la violencia que marcaban su rutina diaria. Su madre, una mujer de mirada dura y manos callosas, se había convertido en una guerrera forzada por las circunstancias. Apenas levantaba la vista de sus quehaceres, siempre inmersa en la búsqueda de lo esencial: comida, refugio, un respiro en medio del caos.

"No esperes nada de nadie, Jimena," le decía con un tono áspero, como si cada palabra fuera un ladrillo en el muro que había construido a su alrededor. "La vida no regala nada. Tienes que ser fuerte."

Aprendiendo A No Ser EscapistasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora