Capítulo 1: Cuentos de hadas

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"Había una vez, en un reino muy lejano, donde todo puede pasar, donde la imaginación queda atrás, una bella princesa, de cabello y ojos oscuros y brillantes como el cielo nocturno, estaba siendo coronada para ser la reina de un lugar precioso, cubierto por árboles y flores, Elris. La princesa, ahora reina, vivía en el castillo más bonito que te puedes imaginar, junto a la persona que amaba y la hacía feliz. Cuando salía a la calle todas las personas que caminaban a su alrededor la saludaban y le daban las gracias, pues era muy altruista y bondadosa con su pueblo, en definitiva, era una reina que todos los pueblos desearían tener..." O al menos ese es el cuento de hadas que me contaba mi abuela todas las noches antes de dormir. Cada noche me contaba cosas nuevas sobre aquel sitio ficticio, Elris, pero siempre empezaba hablando de la reina Astrid. Hubo un momento en mi niñez en que llegué a pensar que aquellas historias eran reales, pues mi abuela me contó alguna de sus historias en más de una ocasión y siempre de la misma forma, creando veracidad, además de ser yo una niña de menos de 11 años. Cuando cumplí los 16 años, mi abuela seguía contándome aquellas historias, pero ya era plenamente consciente de que solo se trataban de cuentos de hadas inventados por mi abuela.

Ella me crió desde los 2 años, pues mis padres murieron en un accidente de coche de camino al trabajo. Solo recuerdo sus caras por medio de fotos y no por recuerdos reales, lo cual me entristece, sin embargo, mi abuela siempre me hablaba de ellos, a que se dedicaban, lo que hacían en su tiempo libre, cómo se conocieron, lo mucho que me querían y miles de cosas más. Estoy muy agradecida con ella, pues siempre estuvo para mí, me daba sus más sabios consejos y cariño. Cuando estaba triste siempre me hacía mi plato favorito para cenar y ponía un caramelo en mi mesita de noche, pues ella decía que eso endulzaría mi mente y alejaría los pensamientos agridulces de mi mente. Hablo de ella en pasado, porque dejó mi vida hace un año, sin embargo, siento que se marcó esta mañana a dar uno de sus paseos diarios.

Miro a mi alrededor, mientras estoy sentada en el sofá, la casa se siente vacía y fría. Solo salgo a la calle para comprar comida y trabajar. Simplemente, no tengo ganas de hacer gran cosa, mi amiga Ashley se marchó a otro país por trabajo hace dos meses y mi mejor amiga, como he dicho antes, se marchó hace un año. Tengo una película reproduciéndose en la televisión, pero no le estoy prestando atención. Agarro el mando y apago la película, dejando la pantalla y la habitación en penumbra. Enciendo la linterna de mi móvil y me levanto del sofá, haciendo un leve gruñido por el dolor que tengo en los riñones, de cargar las cajas en el supermercado en el que trabajo, porque tengo 25 años y se supone que soy una adulta responsable. Ilumino a mi alrededor en busca de mis zapatillas, que tiré a su suerte por el salón antes de poner la película. Una vez calzada, comienzo a andar hasta subir al piso de arriba, entro en mi habitación para ponerme el pijama y luego vuelvo a salir para hacer el último pis, hasta el día siguiente. Cuando salgo del baño, mis ojos van directos a la puerta que era de mi abuela, la cual llevo sin entrar un año, desde su partida. Nunca tuve la fuerza suficiente para entrar, pero, pero algo en mi pecho me obliga a entrar de nuevo, a ver sus cosas, oler su perfume y hacerme creer como si siguiera aquí, pero mi mente me decía que no, que no era buena idea, pero... ¿cuándo le hago caso a mi mente?
Pongo mi mano sobre el pomo de la puerta y está frío, lo cual me sorprende, pero lo giro y abro la puerta. Todo está oscuro, lentamente alzo mi mano para darle al interruptor de la luz y... miles de recuerdos inundaron mi mente. Cuando me pasaba horas en su cama escuchando sus historias o cuando dormía con ella, porque me daban miedo las tormentas nocturnas. Cuando me probaba su ropa o me ponía sus tacones siendo una niña, y no tan niña. Aún podía oler su colonia floral, la cual llenaba de calidez mi corazón y lo reconfortaba. Las lágrimas amenazaban con caer de mis ojos, sin embargo, cojo todo el aire que pude y lo expulso lentamente, reuniendo todo el valor que puedo para pasar por el umbral de la puerta.

Me siento en la cama y acaricio la suave manta con la yema de los dedos y jugueteo con un hilo que sobresale. Mirando a mi alrededor observo todas sus cosas, las cuales siguen exactamente igual a como ellas las dejó. Algo dentro de mí quiere irse y marcharse como si nada hubiera pasado y seguir con mi aburrida rutina, pero otra parte de mí necesita quedarse rodeada de este olor a flores y bajo la suave manta que acaricio con los dedos. Miro a la vieja mesilla de madera, que tenía una capa de polvo. Paso mi mano por la superficie y quedan mis dedos marcados. <<Si ella estuviera aquí, esto estaría impecable>>, me dije mentalmente. Me levanto de la cama y me agacho delante de la mesita, me siento en el suelo y abro el primer cajón. Lo primero que vi fue su tan distintiva colonia. Abro el frasco y me rocío una pulverización sobre el pijama. El aroma se intensifica en la habitación y mi piel se pone de gallina, pues es como si estuviera aquí de nuevo, conmigo. Sigo mirando en el cajón y también veo su pintalabios, un paquete de pañuelos y poco más. Cierro el cajón y abro el siguiente y para sorpresa para mi estaba lleno de cartas. <<Tal vez sean del abuelo, de mis padres o incluso de amigos>>, pensé. Pero mi sorpresa fue en aumento cuando vi de donde provenían, de Elris.

SEMPITERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora